El mundo de cabeza

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QUÉDATE A MI LADO.

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC, AU

Parejas: Superbat, JayDick, JonDami, HalBarry, entre otras.

Derechos: Pues los personajes son de DC, yo solo escribo mi mundo de fantasía.

Advertencias: Mucho angst con algo de clichés porque es una historia un poco tierna. No hay poderes ni supervillanos con poderes, pero sí gente mala.

Gracias por leerme.



***

El mundo de cabeza.



Damian tomó aire, de hombros caídos mirando por la ventana las hojas de aquel árbol de maple caer sobre el jardín de pasto seco junto a la dirección a la que había sido enviado. Sus ojos verdes todavía poseían ese tinte de rabia de hace un par de horas en la pelea por la cual ahora estaba siendo castigado, con otro más de resignación, cansancio debido a la situación. Odiaba Metrópolis con toda su alma, odiaba ese piso en el que ahora vivían, con el ruidoso sonido de una ciudad norteamericana con sus ruidosas personas. Odiaba que hubieran tenido que mudarse hasta un nuevo continente porque ya no pudieron vivir más allá en Sussex. Mamá había muerto, papá no pudo sobrellevarlo bien, el terapeuta dijo que era mejor cambiar de aires porque todo empeoraría para la familia así que vendieron su hermosa casa de tres pisos victoriana con jardines adelante y atrás con una valla de árboles alrededor, las propiedades de mamá como las de los abuelos Wayne para comprar ese estúpido piso en un edificio elegante de la zona más exclusiva de Metrópolis.

Claro que su hermano mayor, Richard -o Dick como le decía de cariño al soquete- estuvo encantado con la idea porque era quien más había lidiado con la depresión de papá o la muerte de mamá con su funeral. Damian realmente no culpaba a nadie de todo lo sucedido, era solamente el dolor que no podía expresar por tantos cambios tan bruscos cuando un par de años antes todo había sido tan hermoso como un cuento de hadas. Ahora no tenía amigos, no tenía sus calles donde pasearse en bicicleta o el parque a donde ir a jugar, no tenía sus reuniones del club de esgrima ni tampoco de artes marciales o las de piano para tocar... a mamá. Maldito cáncer que mataba no solo cuerpos sino también familias. El chico dejó escapar un bufido más parecido a un suspiro adolorido antes de tallarse de mala gana su ojo izquierdo por una lágrima traicionera que sintió. Le dolía su labio inferior partido como su pómulo derecho amoratado igual que su orgullo.

Idiotas americanos.

Su uniforme iba a necesitar unas buenas costuras de Alfred, su mayordomo, quien se rehusó a dejarlos cuando papá se deshizo de la servidumbre. Alfred había criado a papá y se aferró a criar a los pequeños Wayne hasta que no tuviera fuerzas para hacerlo. Y el piso era grande como para que ellos tres pudieran solos con los deberes de limpieza y cocina. El nuevo trabajo de papá en la firma de abogados le demandaba mucho de su tiempo. Damian fue inscrito a un colegio privado, Dick se había metido a la universidad pública de Metrópolis en un inesperado giro de eventos cuando siempre había sido un chico de escuelas privadas. Pero estaba loco por experimentar lo que era el ambiente americano con sus escuelas horribles que no tenían ni papel de baño. Así era el tonto de su hermano mayor, nada se le podía hacer más que protegerlo de su propia ingenuidad.

-Wayne, puedes pasar -anunció la secretaria.

Bajó de la silla donde había estado sentado todo ese tiempo, escuchando la puerta del director abrirse y salir por ella aquel mocoso imposible con el que había peleado. Un rufián cualquiera que había osado burlarse de su sangre noble como de su acento inglés. Le dedicó una mirada antes de meterse a la oficina del director y escuchar una vez más el regaño de una hora aproximadamente sobre lo que un señorito como él debía y no hacer con sus compañeros. Tuvo un castigo administrativo, esperando ya con su mochila junto a uno de los prefectos en la entrada principal a que llegara Alfred por él cuando avisaron a su casa. Para su sorpresa, no fue Alfred sino Dick quien lo recogió, oyendo la versión del director sobre su pelea en el salón de clases como las multas y castigos que tenía por reincidir en semejante comportamiento. Su hermano mayor se quedó serio, asintiendo a las instrucciones antes de tirar de él por el hombro para meterlo en su auto, uno de esos modelos americanos viejos en color negro que tenía un ave azul sobre la parte delantera.

-¿Otra pelea?

Damian solo se encogió de hombros mirando a la calle, sentado detrás al ser todavía un niño, abrazando su mochila y chaqueta. Las decoraciones de Halloween estaban siendo reemplazadas lentamente por las Navideñas aun cuando todavía no era diciembre. Así eran en Metrópolis, adelantándose como si alguien los persiguiera. Sintió la mirada de Dick sobre él, girando su rostro para verle por el espejo retrovisor donde se percató que tenía un enorme puchero más insinuado por lo inflamado de su labio partido, cabellos descompuestos como su corbata del uniforme y el cuello de la camisa que mostraba un par de gotas de sangre, no suyas, por supuesto.

-¿Qué?

-Sé que esto está siendo muy difícil para ti. Lo es para todos.

-Tú te las has arreglado muy bien, hasta parece que eres un americano.

Dick negó apenas. -Damian...

-No me gusta esta ciudad.

-Es... agitada y excéntrica, pero es linda en otras cosas. Yo creo que ayudará a papá, ¿no te parece?

-Pudimos quedarnos en otra ciudad.

-... sabes que eso no hubiera funcionado. Mamá...

-¡Ya sé! -siseó Damian, cerrando sus ojos- No quiero hablar más.

-Okay, como tú digas, campeón.

Viajaron el resto del camino en silencio, subiendo igual por el elevador hasta su piso donde los recibió Alfred a quien Damian abrazó con fuerza con un refunfuño. El mayordomo le sonrió con sus arrugas en sus ojos y mejillas que se acentuaron con el gesto.

-Vamos, Señorito Damian, un baño caliente hará maravillas y luego veremos esas heridas de guerra. Su mochila, por favor.

El chico obedeció, caminando desganado a su recámara quitándose el uniforme mientras Dick y Alfred le observaron entrar a su habitación.

-Otra pelea -suspiró Dick- La tercera de este mes, papá no estará nada feliz.

-Los cambios son duros cuando vienen acompañados de dolor, lo importante es no dejar de avanzar. Distancia y tiempo siempre hacen que las heridas comiencen a cerrar.

-¿Qué haríamos sin ti, Alfred?

-Sacarse los ojos mutuamente, Señorito Richard. ¿Todo bien en la universidad?

-No me quejo, tiene sus momentos. ¿Algún mensaje de papá?

-Llegará tarde, hay una junta por un nuevo caso que ha llegado a la firma. Me ha pedido que no le esperemos a cenar.

-Mejor, no le digas sobre la pelea, Alfred. Él... necesita sentir que todo está funcionando.

-Y también necesita saber lo que sienten sus hijos al respecto.

Dick sonrió con tristeza, apretando sus labios. -A veces la veo, cuando escucho chicas reír cerca de mí, o ese cabello castaño oscuro en otras mujeres en el transporte... a veces quisiera que el tiempo diera marcha atrás, que volviera a cuando estábamos todos juntos.

Alfred abrazó al joven por sus hombros que apretó con fuerza sin dejar de mirarle.

-Fuerza, Señorito Richard. Nadie dice que no deban extrañarle, pero ella no querría ver a su familia caer y dejarse llevar por el pasado cuando siempre fue mujer del futuro. Anda, seguro también tiene pendientes, los llamaré cuando la cena esté lista.

-Gracias, Alfred.

-No hay de qué, yo también le hice una promesa y pienso cumplirla. Ahora, tarea y luego cena.

-Señor, sí, señor.

Quédate a mi ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora