El pitido de la maquina me hace sentir ansiosa, igual que mirar las luces de aquella maquina o el olor a desinfectante que hay en el piso. El blanco de las paredes no ayuda mucho. Me recuesto en la incómoda silla negra que está en una de las esquinas y me cruzo de brazos mientras espero a que la enfermera llegué.
Rosalie no está aquí, algo que agradezco. Nos hemos topado un par de veces y solo nos saludamos por simple cortesía. Ella no me ha preguntado porque estoy aquí o me ha pedido que ya no venga. Creo que ahora a ella, al igual que a mí, solo nos preocupa el bienestar de Emmanuel. Los exámenes que le hicieron no salieron bien. Tiene cáncer de estómago y está muy avanzado. Una hermana de mi papá murió de cáncer cuando yo tenía diez años, mi tía sufrió mucho y la enfermedad la consumió en pocas semanas. Mi tía murió a los tres meses que empezó el tratamiento y a ella le dieron más esperanzas de las que le han dado a Emmanuel.
Trato de ser positiva y creer que todo va a estar bien, que él se va a recuperar porque es una persona fuerte y no se puede rendir ahora. Es muy joven. Pero la muerte no suele discriminar por edad, sexo, clase social o color de piel. La muerte nos trata a todos igual.
—Vas a estar bien. —le digo en un susurro.
Él esta dormido, pasa casi todo el tiempo así, descansando. Empieza su tratamiento mañana y todos estamos preocupados por cómo va a reaccionar a la quimioterapia.
Luce muy pálido ahora, tal vez por la luz blanca de la habitación o por lo mucho que se ha debilitado desde que ingresó al hospital. Todo por culpa del cáncer ¿Por qué él? ¿Por qué Emmanuel? Pero no hay respuesta a mi pregunta, ni en el ámbito científico, ni en el espiritual.
Yo no me considero una persona religiosa, mi abuela lo era y mi madre lo es, pero yo no. Sé muchas cosas sobre la religión que mi madre cree y profesa, la respeto, pero hasta ahí. Pero ayer después de visitar a Emmanuel, después de mi trabajo como todos los días, entre a la pequeña capilla que hay en el hospital. Me senté a dos bancas de distancia de donde está Cristo crucificado. No había nadie en la capilla y había algo tranquilizante en el ambiente y creo que también me relajó el suave aroma a incienso. Me senté en silencio y miré a la nada. No recé o agradecí algo como suele hacer la gente que va a la Iglesia, solo me senté en silencio a pensar y tratar de aclarar mi mente. Tampoco sentí aquello espiritual que la gente dice sentir cuando habla con Dios, no es que esperaba sentirlo.
Estuve dos horas sentada ahí en silencio sola con mis caóticos pensamientos.
—Buenas tardes. —me saluda la enfermera con una cálida sonrisa.
Ella empieza a revisar los signos vitales y le toma la temperatura. Inyecta algo en el suero y me dice que está bien, que, si sigue así hasta la noche, pueden empezar sin problemas la quimioterapia mañana.
Le sonrió y la agradezco.
Ella se va y me dice que regresará dentro de unas horas, pero yo ya no estaré aquí. Aún no me decido si venir mañana a la quimioterapia o esperar al lunes para ver cómo sigue. Lo más seguro es que decida venir el lunes, así me evito toparme con la familia de Emmanuel que a pesar de ser amables conmigo, a veces me miran con pena y eso es algo que detesto. Pena por ser la novia que él dejo y tener que ver a su prometida. Pero no me importa verlo con ella, eso es algo que acepté hace tiempo.
—Adiós, Emmanuel, espero que mañana todo salga bien.
Tomo mi bolso y salgo de la habitación.
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La noche en que nos conocimos ✔
RomanceHope Evans, es amante del arte, la buena comida y un imán para los problemas, y a veces, quienes la rodean se ven envueltos en sus dilemas, como le sucedió a Santiago Miller, el cuñado de su hermana. -¿Me vas ayudar? ¿Vas a fingir ser mi falso prom...