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—Toma esos papeles de allá y llévalos a la oficina de tu padre antes de que den las cuatro, necesita revisarlos lo más rápido posible.

—Claro madre. —respondió Jackson rodando los ojos.

Caminó por el largo pasillo con ventanas de cristal, todos los adultos a su alrededor le miraban con odio, incluyendo la secretaria la cual conocía desde pequeño.

A veces Jackson odiaba su vida, a pesar de tener el dinero del mundo, poder hacer lo que quisiera e ir a donde quisiera, odiaba su vida.

A veces también pensaba, "¿Qué debería hacer para sentirme vivo, tener una razón para seguir los pasos de sus padres sin querer desaparecer?" y entonces pensaba que lo único que las personas creía necesario después del dinero, el amor.

Jackson solo había conocido el amor dos veces en su vida, el primero había sido aquel hombre el cual por momentos había detestado, aquel hombre el cual a pesar de llevarle cinco años, era como un tierno niño de diez años, pero uno tímido, callado y dulce, a veces inocente.

Gabriel Nava, la segunda persona por la cual llegó a pensar que daría la vida si le ocurriera algo.

Aún recordaba cuando lo había conocido en sus clases de boxeo, Jackson tenía quince años –justo en dos días cumplía los dieciséis- y Gabriel tenía veintiún años.

Gabriel era el ayudante del entrenador principal, él realmente no amaba el boxeo, pero el entrenador era su hermano mayor, cosa que odiaba ya que su madre lo obligaba a trabajar con él en aquella famosa institución de boxeo. Jackson había notado como Gabriel no decía nada en ningún momento, realmente a penas y parecía respirar, cosa que a Jackson le interesó, quería saber qué clase de persona era aquel hombre.

Y no tardó mucho para que los botones correctos se apretaran en él, para que de repente él se encontrara acorralando a Gabriel en uno de los baños públicos del lugar.

—¿Te gustan los chicos? —Gabriel frunció su ceño—Lo siento, soy directo. Soy Jackson Brown.

—Lo sé, tu entrenador es mi hermano. Y mi sexualidad no te incumbe. —Jackson sonrió y se cruzó de brazos.

—Dame tu número y te dejo de molestar, puedo ser pegajoso cuando me lo propongo.

—¿Si te lo doy dejarás de mirarme siempre que estamos en clase? Mi hermano piensa que debería golpearte. —el menor se encogió de hombros y se acercó, tomando el celular de Gabriel y anotando su número en él.

—No te prometo nada. Llámame. —Gabriel rió y Jackson también lo hizo.

Jackson había pensado que Nava tenía la sonrisa más hermosa de todas.

Después de aquel día, Gabriel no había llamado o tan siquiera le había mandado un mensaje.

Jackson había pensado que necesitaría hablarle de nuevo, pero en realidad no había sido necesario ya que justo en ese momento, luego de salir de las duchas públicas, vio a Gabriel fuera de ellas con su celular en su mano y mirando a todos lados.

Le estaba esperando.

—Hola. —Gabriel volteó al escuchar la voz de su menor y sonrió.

—Mi celular se rompió hace unos días. Perdí tu contacto, no es como si lo quisiera en realidad pero, si quieres puedes anotarlo de nuevo.

—¿En serio? Eso significa que te intereso, genial. —murmuró quitando su celular y anotándolo de nuevo—Escuché que la semana que viene no habrán clases por problemas, y puede que lo cierren. Eso significa que no volveremos a vernos.

Prohibido (ZIAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora