Capítulo I. La fogata

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29 de diciembre de 1979

Lo dijo un poeta: "Diciembre es el sitio perfecto para llorar", no sé en qué pensaba cuando lo dijo, pero seguro tenía algo que ver con el amor.

Fue, precisamente, en un diciembre, que cogimos las maletas y corriendo salimos hacia donde reina el frio, a uno de mis lugares favoritos, que para ese entonces aun no lo era. Allí donde suelen nacer hermosas historias de amor, allí donde un abrazo puede salvarte la vida, allí y solo allí, no había otro sitio perfecto para cantarte esa canción que, dos días atrás, te había compuesto. Aun recuerdo ese abrigo negro, que te impedía mover las manos tan ágilmente, tu bufanda y tu sombrero, ¡cómo olvidar tu sombrero!, a cada rato te peleabas con el viento, dabas la vida por él. Me encantaba verte sonreír, tus risas me llenaban el alma, era como si estuviese todo el tiempo frente a una fogata, nunca sentí frio junto a ti, tus manos me fueron como leños, tus labios como brasas y tu alma ardía más que mismísimo infierno.

Después de un par de besos, un par de caballitos, unas quesadillas y un café artesanal, los nervios comenzaron a apoderarse de mí, sentía lindo, pero a la vez no dejaba de temblar, - es por el frio - te dije, mientras tú, empalagosamente, no dejabas de abrazarme y morderme la oreja. Llegaron, entonces, los caballos, - nunca he montado - me dijiste, mientras yo, sigilosamente, sacaba una guitarra un poco maltratada, pero con un sonido que se escuchaba en todo El Porvenir. Casi destrozabas mis labios y aun no empezaba a cantar, reflejabas tanta alegría que hasta los lugareños se contagiaban de felicidad, juraban que estabas loca, por tu forma de gritar, tus saltos, tu risa, tu paz que emanabas en todo el parque. Una canción fue suficiente para hacerte sonreír, fue suficiente para asesinar tus miedos a los caballos, aunque estoy seguro que esas lágrimas no eran por temor. Casi matas a los guías con tu grito, frente a ti, un océano de flores, en medio, un violinista tocando tu canción favorita, yo descendiendo de aquel enorme y hermoso potrillo, mi corazón saltaba como si quisiera salir de su lugar, mi mano derecha temblaba al acercarla a mi bolsillo, el tiempo parecía ir más lento al momento de ir flexionando la pierna izquierda. No era el violinista, esa canción venia desde el cielo, soplaba tan fuerte que por dentro sentía un incendio, no era yo, era la Tierra que temblaba, los arboles hablaban, las flores aplaudían, mientras yo seguía ardiendo por dentro; descendiste, te acercaste a mí, y entonces, todo enmudeció.

−¿Te casarías conmigo?

EL INCENDIO MÁS LARGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora