Capítulo 2 parte 3

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- ¿Cómo?- preguntó Mathew desconcertado- eso no puede ser, mi padre hace bastante tiempo que dejó las funciones a mi cargo y que yo sepa no tiene ningún enemigo.

- Enemigo no... enemiga... el envenenamiento, y lo digo por experiencias que he visto de todo en estos años en los bajos fondos, es un asesinato de mujeres: calculador, doloroso y bien pensado- negó con la cabeza un par de veces frunciendo el ceño- la Belladona es casi imposible de detectar excepto si el envenenamiento es muy lento ya que en la piel salen manchas como las que tiene su padre, dormiría más tiempo del necesario, pupilas dilatas y alucinaciones...- miró al anciano que carraspeó un par de veces.

- La verdad es que empecé a ver a su madre hace un par de días, pensé que tan solo eran achaques de la edad pero ahora que lo dice quizás tenga razón- respondió este- siempre he sido una persona muy activa y últimamente no soy capaz de estar más de tres horas sin necesitar una siesta.

- Ahí lo tiene- señaló al anciano, aunque en realidad señalaba las palabras que acababan de salir de su boca como si todavía pendieran de sus labios-, el envenenamiento está más que claro... lo que no podemos saber todavía es el quién- miró de un duque al otro respectivamente y el anciano alzó ambas manos, nudosas y gastadas por los años, mientras negaba con la cabeza.

- A mí no me mires querida, si hablamos de mujeres no he vuelto a estar con ninguna desde que mi difunta esposa falleció, juré amarla y respetarla y lo seguiré haciendo mientras viva.

Ambos pares de ojos entonces se clavaron sobre Mathew que parpadeó un par de veces y después se señaló a sí mismo, estaba algo lento ese día pero había estado toda la semana de un lado a otro intentando tener todos los asuntos familiares en orden para cuando llegara el viernes estar totalmente desocupado para ella... el problema es que esto también le había dejado agotado física y mentalmente. Negó con la cabeza de forma que su pelo negro cayó de forma desordenada sobre su frente de manera que sólo a él podía quedarle adorable a la par que sexy y suspiró pensando en sus amantes. No era un santo y desde luego no era virgen, es más, entre los círculos de hombres de Londres se contaban algunas de sus hazañas sexuales como leyendas pero que recordara no tenía ninguna mujer insatisfecha a sus espaldas.

- No, no, no... a mí no me miréis, yo hace ya tiempo que no estoy con nadie, desde que decidí casarme, y además nadie me amenazó ni nada parecido- respondió rápidamente, queriendo por alguna razón justificar su agitada vida sexual anterior ante Ariadna.

- Pues yo creo que tú eres más sospechoso de tener una amante enfadada que tu padre- respondió alzando las cejas y perdiendo el tono formal, de todas maneras cada vez estaba más segura de que ese tipo debía mantenerse a una distancia prudencial de ella... sus hazañas no se habían quedado solo en los cirulos masculinos y como ella era casi invisible a los ojos de los londinense se enteraba de cosas que cualquier otro no podría.

- Yo también lo creo- intervino William con una sonrisa traviesa en los labios.

- ¡Papá por favor, no te metas en esto!- gruñó Mathew mientras le fulminaba con la mirada.

Suspiró y negó con la cabeza un par de veces, el que dijera que los padres son como los hijos no se equivocaba, ambos eran exactamente iguales a la hora de actual y de pensar, buscaban molestarse el uno al otro continuamente y se divertían en su tira y afloja padre e hijo. Ignorándolos sacó una aguja muy especial que había recibido hacía tan solo dos días de un amigo de su madre que sabía de sus intereses en la medicina, Francis Rynd, un irlandés muy afable y tranquilo que se dedicaba a experimentar con los fluidos del cuerpo humano. Para no hacer daño a sus pacientes el señor Rynd había inventado una suerte de aguja hueca que al insertarla en la vena ajena, con la fuerza de la propia corriente sanguínea, hacía que estaba saliera del cuerpo con tan solo un leve pinchazo apenas doloroso.

Mucho más que una damaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora