Ariadna corría todo lo rápido que sus piernas le permitían, le dolían como el mismo demonio, sentía como si cientos de agujas se le clavaran desde debajo de la piel. La respiración se le quedaba atascada en los pulmones pero casi había conseguido agarrar al caballo dorado que se alejaba a galope tendido de ella. Sobre el animal su madre, hermosa con el pelo como el fuego hondeando tras ella, ni siquiera se volvía a mirarla... cada vez que conseguía acortar algo la distancia que había entre ellas el caballo aceleraba y cuando pensaba que ya no la alcanzaría y se había perdido de su vista apareció: frente a ella, tendida en el suelo, con los ojos velados pero abiertos en su muerte demasiado prematura y su rostro joven y hermoso torcido en una desagradable mueca. Se apresuró a abrazarla y llamarla llorando, desesperada, pero por más que la zarandeara no despertaba… ya no había nada que hacer.
Abrió los ojos mientras las gotas de sudor le surcaban la cara, había sido el mismo sueño de siempre, el mismo sueño donde recordaba el momento en el que había encontrado el cuerpo sin vida de su madre. Había salido a domar un caballo joven para ella, en unos días sería su séptimo cumpleaños y siempre fue una mujer muy especial; en contra de las reglas establecidas donde la mujer no debía hacer más que ser bella y apoyar en todo y sin preguntas a su marido Marian montaba a horcajadas, cazaba con escopeta o arco, sabía pelear con sus puños, reía con todas sus ganas y era tremendamente sincera además de inteligente. Así le había enseñado a ser a ella, entusiasta y cabezota ante sus metas para conseguir sus sueños incluso en un tiempo tan restringido como era el año de nuestro señor de mil ochocientos cuarenta.
Ese día había querido salir con ella pero se negó y cuando llegó el momento de tomar el té y no había vuelto decidió salir a buscarla. Recorrió los extensos terrenos de la casa familiar montada en su manso y anciano poni hasta ver a lo lejos, entre los brazos, pastar el caballo que había estado rondando en las cuadras desde que su padre lo había traído y al que no le habían dejado acercarse porque estaba sin domar. Se acercó con cuidado para no asustarlo y allí estaba, sobre el suelo, fría y sin vida. Desde ese momento la imagen se quedó grabada en su mente como si hubiera quemado su retina para toda la vida. No le gustaba recordar los siguientes días que pasó en estado de simi-inconsciencia, abrazada al diario de su madre, mirando el cuadro que dominaba la sala principal de la gran casa de su padre... hasta que ellas llegaron.
Su padre pensaba que necesitaba una madre así que no había tardado en casarse de nuevo en segundas nupcias... pero la mujer que eligió ya tenía una hija, una niña rubia de ojos azules, perfectamente perfecta y mimada, conseguía lo que quería cuando lo quería y ella quedó en un segundo plano, demasiado triste como para luchar por su puesto, relegada a ser el medio para entrar a las fiestas exclusivas de la sociedad Londinense ya que, al morir su madre, había heredado el título de Lady.
Suspirando dejó de lado las mantas y se levantó, captando gracias a la luz de la luna su imagen reflejada en el espejo de cuerpo entero que había en su armario. También tenía el pelo rojizo, pero mucho más oscuro que el hermoso color de su madre, sus ojos eran vulgares y marrones y su piel demasiado pálida y además salpicada de pecas sobre su pequeña nariz. No era nada atractiva según la moda actual pero, lejos de desilusionarse por ello, eso le daba algo de libertad, nadie esperaba que se casara en las temporadas venideras y tomando la decisión de que llegado el momento entraría en un convento no le importó arriesgar su reputación... seguramente las personas que la habían visto en las fiestas con su hermana ni la recordaban. Su madrastra había ido eligiendo los vestidos que esta llevaba para que su hija resaltara más al lado de Ariadna, vulgar y nada hermosa contra a la beldad rubia… si sus muchos pretendientes supieran de su carácter y podrida personalidad más de uno huiría lo más lejos posible.
Se quitó el camisón y sonrió pícara... puede que todos pensaran que ella era una niña buena que podían manejar, pero hacía ya dos años que las calles de Londres eran suyas cuando la luz del sol caía. La primera vez que escapó, vestida de hombre y sin saber lo que iba a encontrar, iba muerta de miedo, pero pronto se dio cuenta de que era más seguro que los salones donde los hipócritas se agolpaban a su alrededor. Abrió el escondite de su armario y sacó el traje de hombre y la peluca. Por la fuerza de la costumbre fue rápida y cuando terminó estaba totalmente transformada en un jovencito bien parecido y respetado en los callejones oscuros de la vieja capital. Se colocó la capa con un movimiento fluido, se encasquetó el sombrero con el pelo escondido bajo la peluca creada con mechones de su propio pelo y dispuesta a ser protegida por las sombras como todas las noches.
Abrió las puertas de su balcón y con facilidad se agarró a la rama del árbol que crecía cerca, se deslizó como una sombra, sabiendo dónde, cómo y cuándo debía pisar en el roble centenario hasta caer en el suelo, y tras arreglarse la chaqueta, que ocultaba sus pechos gracias a unas tiras de vendas que le apretaban la zona hasta casi no dejarla respirar. Se tapó mejor con la capa y empezó a caminar por la calle como si nada, desde ese mismo momento era André, un joven médico que trabajaba en los bajos fondos de forma gratuita y sabía mucho más que la mayoría de los médicos que cobraban fortunas en la alta sociedad. Con una sonrisa de autosuficiencia saludó a una prostituta que intentaba ganarse la vida en una esquina a dos calles de Southwark y Bankside, donde se encontraban los muelles, y esta le respondió sonriendo y enseñando su pierna bajo su ajada falda. Le dio un par de libras y se marchó con la sensación de que sería una gran noche.
El Duque de Arlington entrecerró los ojos mientras fruncía la nariz asqueado por el olor que se expandía por aquellas calles oscuras y peligrosas de los bajos fondos. Él no debería estar allí, debería estar en la cabecera de la cama de su padre que se debatía entre la vida y la muerte... pero no podía hacerlo si quedaba aún un poco de esperanza de que se recuperara. Le habían hablado de un médico, uno que solo trabajaba en los bajos fondos y que sabía más que nadie de corazones enfermos, según contaban era capaz de hacer recuperarse casi de cualquier enfermedad pero se especializaba en este órgano que funcionaba como un motor. Había aprendido que las voces de los hombres de la calle no mentía y ese doctor podía salvarle con un chasqueo de dedos. Su padre había sido su mejor amigo toda la vida y no quería perderle sin que le viera casado y con hijos a poder ser.
Con una media sonrisa detectó al hombre que se movía de forma elegante por la calle, parecía una sombra y todos los presentes, prostitutas, ladrones y borrachos sobre todo, se apartaron de su camino con respeto. Acababa de salir de una casa que parecía caerse a pedazos y una mujer se deshacía en halagos en su cara. Cuando él se alejó negándose a aceptar lo que la mujer le ofrecía él se interpuso en su camino dispuesto a saber si él era el que estaba buscando, desde luego tenía buena planta y sus ropas eran elegantes, nada de tejidos ricos o dinero reflejado en ella, solo la sobria elegancia que se suponía debía tener un profesional y que los médicos de la alta sociedad habían olvidado.
- ¿Es usted André? - preguntó mientras se cruzaba de brazos, era pequeño y de espaldas estrechas, si se ponía duro podría utilizar la fuerza para reducirlo, no podía bajar la guardia.
- ¿Quién lo pregunta?- respondió con una voz muy baja y ronca mientras alzaba la cabeza hacia él. Sintió que el aire se atragantaba en su garganta. Se quedó totalmente paralizado mientras veía como se reflejaba la luz en sus ojos color ámbar... era imposible que ese ser de facciones suaves y atractivas fuera un hombre y jamás en su vida se había equivocado en esos temas.
- El Duque de Arlington- contestó con voz ronca mientras deslizaba con fascinación sus ojos por sus facciones.
- ¿Para qué me necesita?- bajó su sombrero para que su cara quedara ensombrecida y no pudiera seguir con su escrutinio.
- Mi padre está enfermo del corazón y he escuchado que usted es el mejor en esta materia- murmuró intentado atisbar entre las sombras con el ceño algo fruncido.
- Mañana en la noche estaré allí para evaluar su condición- aceptó mientras pasaba por su lado esquivando su mirada.
- Puede encontrarnos en la dirección…- comenzó.
- Sé dónde vive, ahora si me disculpa tengo otros pacientes que atender- respondió sin dejarlo terminar.
El Duque miró como se alejaba fijamente, por más que sus andares fueran masculinos y su mente le dijera que ninguna mujer podría ejercer de médico, menos en los bajos fondos seguía pensando que André era una mujer aunque, por otro lado, su madre había sido una de las personas más inteligentes que había conocido, por lo que no le sorprendía del todo. Pensaba saber si sus sospechas eran ciertas antes de que marchara de su mansión a la noche siguiente pasase lo que pasase.
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VOY A IR EDITANDO LOS CAPITULOS ASÍ CUANDO TERMINE DE SUBIR TODA LA HISTORIA NO TENDRÉ QUE HACERLO DE GOLPE, ESPERO QUE LES GUSTEN LOS CAMBIOS, YA LES DIJE QUE ESTO LO ESCRIBÍ HACE MUCHO TIEMPO ASÍ QUE EL PRIMER CAPÍTULO SERÁ EL QUE TENGA MÁS CAMBIOS :)
SE LES QUIERE, GRACIAS POR LEER.
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Mucho más que una dama
RomantizmEn un momento en el que la mujer era considerada poco más que un objeto decorativo, Ariadna está decidida a convertirse en el mejor médico de Londres. Disfrazada de hombre trabaja como doctor en los bajos fondos de la ciudad con tanto éxito que su f...