Lo que esconden las sombras

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Lo mejor hubiera sido haberme quedado en la discoteca. Era demasiado tarde como para que andar sola por la calle resultara algo seguro; pero me había visto obligada a hacerlo. Tras una fuerte pelea, mi mejor amiga había desaparecido del lugar. Había tratado de llamarla al móvil pero, cada vez que lo intentaba, éste se encontraba fuera de cobertura.

Pasó una hora y luego otra, hasta que por fin entendí que si quería volver a mi casa tenía que ser por mis propios medios. Armándome de un valor, que en realidad no sentía, salí a la calle.

Avanzaba lo más rápido que podía por las calles que me separaban de mi hogar. La oscuridad me rodeaba haciendo que con cada paso un escalofrío me recorriera la espalda; mientras miraba a ambos lados de la calle con miedo de que alguien saliera a mi encuentro. Los altos edificios que me rodeaban no ayudaban en absoluto; me sentía atrapada ante esas altas construcciones de hormigón que proyectaban sus sombras sobre mí.

Las únicas luces que iluminaban mi camino son las tenues luces amarillas de las farolas; pero tampoco eran un gran consuelo. La mayoría de ellas emitían zumbidos y ruidos sinuosos que hacían que mi corazón se desbocara, mientras sentía cómo me temblaban las rodillas. En mitad del trayecto, escuche un ruido encima de mi cabeza; luego la oscuridad me rodeo por completo. Pegué un pequeño grito mientras me separaba del suelo por unos momentos.

Cuando volví a tocar el suelo, me quedé paralizada por unos momentos. Poco a poco, fui capaz de recuperar el control de mi cuerpo; levanté la vista, y vi una farola sobre mí completamente apagada. Le dediqué una mirada de reproche antes de seguir mi camino.

Ya casi lo había logrado, pero aún quedaba el desafío más difícil: atravesar el estrecho y sinuoso callejón que me separaba de la confortable seguridad de mi casa. Mi cuerpo permanecía congelado, mientras observaba con solemnidad y terror mi hogar al otro lado. Tragué saliva para humedecer mi garganta, que se había quedado completamente seca. Conté hasta diez tratando de imponerme al miedo y avancé por el tétrico lugar que supondría mi salvación o mi condenación.

Nada más di los primeros pasos en aquel callejón, lo pude sentir; algo andaba mal. Hasta ese momento, los únicos peligros hasta ese punto habían sido mi propio miedo, mi imaginación y unas farolas en mal estado. Ahora era diferente; tenía la penetrante sensación de que alguien me estaba vigilando. Miré a mi alrededor y, hasta giré sobre mí misma tratando de captar de qué lugar procedía dicha sensación. No vi nada pero había algo ahí; entre las sombras. Volví a caminar hacia mi edificio cada vez con mayor velocidad, hasta el punto de que me faltó el aire. La fatiga hacía presa de mi, pero no podía detenerme.

Entonces escuche un claro sonido detrás de mí, entre los cubos de basura. Ya ni siquiera me detuve a mirar. Eche a correr hacia la puerta principal, a toda velocidad. No sentí pasos detrás de mí, pero tuve la certeza de que algo me perseguía. Pude tocar mi portal con la mano pero, en ese momento sentí como mi perseguidor estaba a centésimas de segundo de atraparme, y cerré los ojos esperando el golpe final.

Un potente grito me hizo volver a abrir los ojos. La oscuridad me seguía rodeando pero ya no me encontraba en aquel callejón; no reconocía el lugar en que me encontraba, pero me resultaba vagamente familiar. Tampoco permanecía de pie.

Me encontraba tumbada en un lugar confortable, o así hubiera sido, si la situación no fuera tan desoladora: era completamente incapaz de moverme. Ojalá pudiera decir que el motivo era que me encontraba atada de pies y manos, porque sería más fácil de entender. No era el caso. Nada impedía que me moviera, simplemente era mi cuerpo el que no me respondía.

Angustiada, me concentré en recuperar el control de mi cuerpo, pero era completamente incapaz de mover ni siquiera un dedo. No sé cuanto tiempo pase tratando de moverme, pero era completamente inútil. Cuanto más tiempo pasaba petrificada, más angustiada me encontraba. Empecé pensando que me había dado un fuerte golpe y por eso mi cuerpo no respondía. Me agobie cada vez más; preocupada por si no volvía a ser capaz de moverme nunca. Poco a poco comencé a enloquecer y llegué a pensar que había caído bajo el maleficio de un demonio, o el hechizo de una bruja. Entonces recordé abruptamente mi paso por aquel callejón y la presencia que me había perseguido; mi corazón se desboco y mi respiración comenzó a acelerarse hasta ser incontrolable. El terror me dominaba completamente, haciendo que dedicara un gran esfuerzo en recuperar la movilidad. Lo único que logré fue que de mis labios saliera un débil gemido.

Entonces algo corto mi respiración; a través de la puerta cerrada de la estancia en que me encontraba, pude escuchar una serie de gritos y chillidos que mezclaban el terror y el dolor. Eso provocó que numerosos escalofríos recorrieran mi espalda, mientras frías gotas de sudor pasaban por mi frente; a pesar de eso y de que lo intente con todas mis fuerzas, me fue imposible mover ni un músculo.

Tras unos instantes, que parecieron eternos, los gritos cesaron abruptamente. Al poco tiempo, sentí como una presencia se manifestó en el lugar en que me encontraba; pero la puerta no se abrió, sino que entró a través de ella. La presencia comenzó a moverse a mi alrededor sin pronunciar palabra. Trate de moverme desesperadamente, teniendo la urgente necesidad de alejarme de aquello que me acechaba. Lo único que pude hacer fue pronunciar con voz musitada una palabra: el nombre de Annie.

Eso me pilló completamente de sorpresa. No sabía porque había dicho eso, traté de concentrarme para comprender el significado tras este nombre. No lo logre por falta de tiempo: un rostro, que me resultó sumamente familiar, apareció justo encima de mi. Me miró de frente; penetrándome con una frialdad inhumana. Su rostro se veía deteriorado, como si fuera el de un cadáver. Trate de chillar, pero ningún sonido acudió a mis labios. Entonces, lo que antes era una mujer, clavó su uña en mi rostro y la bajó por mi mejilla; haciéndome sentir un dolor punzante y algunas gotas espesas de sangre sobre mi piel.

Ahora sí, grité con toda mi alma. Cómo un chillido que sacaba al exterior todo lo que me había obligado a reprimir desde el mismo instante en que me desperté. En ese momento, fue como si hubiera roto un maleficio o hubiera despertado de un sueño horrible. La figura se desvaneció en el aire, y yo recupere el completo control de mi cuerpo.

Me senté mientras me acariciaba la cabeza, tratando de poner en orden mis pensamientos. Por fin, pude reconocer el lugar en el que me encontraba: mi propia habitación. Finalmente, la oscuridad retrocedió abatida por los primeros rayos del sol. Amanecía un nuevo día, y yo vivía para contarlo. Pero en el fondo me sentía abatida: otra vez me había sucedido. Algunos médicos lo denominaban parálisis del sueño, pero yo no estaba tan segura. Todo se había sentido demasiado real. Y había una cosa que la ciencia no podía explicar tan fácilmente: el arañazo y la sangre aún se encontraban en mi mejilla.

Compungida, me levanté de la cama y me acerque a mi escritorio. Pase mi mirada por las numerosas fotos que tenía. Una de ellas mostraba a dos niñas sonriendo, mientras que en otra esas mismas chicas ahora son mayores, pero siguen sonriendo. Finalmente releeí el titular de un periódico que informaba de la trágica muerte de Annie Jenkins; una joven de dieciocho años que había sido asesinada cuando se vio obligada a volver a casa sola, cuando la persona que la acompañaba había acudido a casa de su novio para recogerlo y se había entretenido más de la cuenta.

Aparte la mirada del periódico, con los ojos anegados de lágrimas. Lo sucedido en mi sueño era real, solo que yo no era a quién le sucedió, sino a mi mejor amiga.

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