Capítulo 2: El gran honor de la cena

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Elisabel estaba más que molesta y eso era completamente visible para las personas que la rodeaban; su rostro pálido se había tornado carmesí y apretaba sus labios por más tiempo del que debería.

—¿Es acaso justo que simplemente se aparezca por aquí y le dejen hacer lo que quiera?—masculló entre dientes, inclinándose hacia su izquierda.

—Es el vizconde de Iverach después de todo, amiga mía—contestó en voz baja el hombre que se encontraba a su lado, sin dejar de observar al aludido—Se dice que a él lo dejaban hacer lo que sea, como si siempre hubiera sido el rey.

Elisabel lo sabía. El hombre que le deseaba arrebatar su oportunidad era muy conocido por la gran simpatía que convencía a cualquiera de hacer lo que él quisiera, pero ella no iba a dejar que se saliera con la suya.

—Dime la verdad, Oliver—murmuró, sin dejar de pensar en lo que vendría—¿Crees que es capaz de vencerme con la espada?

Su amigo no pudo evitar soltar una silenciosa carcajada.

—¿A ti, la medallista olímpica en esgrima de España?—preguntó con sarcasmo.

La rubia apretó sus labios una vez más y cerró sus ojos con exasperación.

—Estoy hablando en serio, Coburg—masculló, llevándose una mano hacia la sien derecha—Dicen que sus duelos eran dignos de película y tú viste algunos de ellos.

Oliver asintió, recordando tiempos más felices y sencillos, cuando lo único que hacía en la feria medieval era reírse de la aristocracia, beber cerveza y consumir comida de higiene dudosa.

—Es excelente. Nunca lo vi perder, ni una sola vez—contestó dándole un largo trago a su tarro de cerveza—Pero no sé si sea tan bueno contra ti, si te soy honesto.

Elisabel había conocido a Oliver, con su corto cabello rubio y sus ojos celestes, dos años atrás en la ciudad de Sydney donde se celebraban los Juegos Olímpicos. Ambos como esgrimistas, con ella representando a España y él al Reino Unido, donde se llevaron plata y oro respectivamente.

—Míralo, regodeándose entre todos esos lambiscones—murmuró la rubia, observando cómo el vizconde reía con ganas de lo que un par de hombres regordetes le decían—Apuesto a que se inclinan de su lado porque lo dejaron de heredero, como si se lo mereciera simplemente por existir.

—Si te acuerdas que así funciona la realeza, ¿verdad?—le preguntó Oliver riéndose un poco—El heredero obtiene la Corona sólo por existir, por nacer con suerte.

Elisabel niega con la cabeza y coge los cubiertos para tocar su cena por primera vez. El olor del estofado le danza por la nariz, haciendo que su estómago gruña ante la necesidad de comer.

—En los tiempos medievales se peleaban por ese derecho la mayor parte del tiempo—dijo, acercando una papa a sus labios con el tenedor—Sí te acuerdas que estamos en una feria medieval, ¿verdad?

Soltó un gemido al sentir el sabor de la papa, que tenía un equilibrio perfecto con la sal y la carne del estofado, y su estómago gruñó con la expectativa de más.

Un hombre alto y de rizos castaños se acercó a la mesa en ese momento esquivando a un par de personas que tenían la intención de saludarlo, con una sonrisa ladina danzando en sus labios

—Veo que disfruta la cena, madame—murmuró con su marcado acento escocés, notoriamente satisfecho. Elisabel pensó que probablemente había escuchado el sonido de satisfacción que acababa de salir de sus labios y un ligero rubor cubrió sus mejillas, reacción de la cual sintió desagrado al instante—¿Me recomienda que tome asiento y pida un poco de lo que a usted tanto le está gustando?

—Debería de hacerlo, Lord Iverach—le contestó con una sonrisa de cordialidad fingida, tratando muy fuerte de no rodar los ojos—Va a necesitar fuerzas para enfrentarse a mí.

Oliver no pudo evitar sonreír ante el comentario.

—Debería escuchar a la dama, milord—murmuró divertido, indicándole que tomara asiento enfrente de ellos con su mano derecha—Incluso a mí me da miedo enfrentarla y como el poseedor de una medalla de oro en esgrima, creo que es mucho decir.

El vizconde se sentó en la ornamentada silla acolchada y acomodó sus brazos en los respaldos con una larga sonrisa cerrada.

—Me parece haber escuchado que ambos son medallistas olímpicos en esgrima—murmuró Iverach, levantando una mano para pedir un plato de estofado—Y suenan como un par interesante—pausó—Eso me agrada.

Los dos aludidos se miraron a los ojos por un par de segundos, decidiendo qué hacer después.

—¿A qué debemos el gran honor de sentarnos a cenar frente a usted?—dijo Elisabel después de girar la mirada hacia él, sonriendo ante su sarcasmo y llevando un poco de estofado a su boca.

Iverach se encogió de hombros sin dejar de sonreír.

—Supongo que tenía ganas de sentarme enfrente de la futura Duquesa de York de Britaña—contestó, haciendo de su sonrisa una más perversa y presumiendo dos coquetos hoyuelos.

La rubia apretó sus labios hasta formar una sola línea y suspiró, tratando de no lanzársele encima y golpear directamente su dorado rostro.

—Tienes agallas, Livingstone—dijo un muy divertido Oliver, humedeciendo sus labios e inclinándose más hacia la mesa—No cualquiera le habla así a esta señorita y sale ileso.

El aludido pasó su lengua por debajo de sus colmillos superiores y se soltó riendo despreocupado en lo que un mesero llegaba con su comida y la ponía enfrente de él.

—Quizá debemos de tomar en cuenta que yo no soy cualquiera entonces, Lord Althorp—murmuró alegre, tomando un poco de carne con el tenedor y llevándolo cerca de sus labios—Soy su próximo rey, después de todo.

Elisabel soltó un bufido y se imaginó saltando sobre su cuello con la espada en sus manos, pensamiento que la hizo sonreír mientras lo veía masticar lentamente.


¡Y este fue el segundo! Aquí conocemos a Oliver, la mano derecha de Elisabel (y de hecho, creo que es mi personaje favorito). ¡Nos leemos pronto con el tercero! Cualquier duda o comentario siempre es bien recibido :)-Sam.

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