▪️ Capítulo 3 ▪️

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En unos vaqueros, por suerte anchos y algo rotos me dispuse a salir aquella tarde. Los tobillos doblados hacia arriba, haciéndolos más bonitos y una camisa blanca remetida. Esta ropa holgada me ayudaba a ocultar mi reciente delgadez, así no se notaría más que en mis pómulos.

— ¿A dónde vas? — a pesar de tener ya la mayoría de edad, Bridget continuaba teniendo una voz aguda parecida a la de un niño. A veces pensaba si hablaba así queriendo intentando llamar nuestra atención. La miré, parada frente a mi y observando la puerta que mantenía abierta. Cogió su bolso dispuesta a seguirme y recogió su cabello rubio en un moño mal hecho.

— No puedes venir, pequeña — me miraba dudosa cuestionando e interrogándome con la mirada el hecho de que no la dejara acompañarme. No pude evitar sentir un pinchazo en el corazón que sus ojos me taladraban, y culpabilidad, gracias a esa mirada fría y acusatoria que indicaba claramente, abandono. Durante un momento lo pensé, soy débil cuando se trata de Bridget, pero no podía dejarla ver a mamá en ese estado. Si resultaba duro para mí no quería imaginarme para ella. La primera vez que se enteró tuvo un ataque, se puso agresiva tanto con los médicos como con mi padre, cuando me acerqué a calmarla también lo hizo conmigo. Gritaba y pataleaba, algo que nunca sucede, es un episodio que todos preferimos controlar, algunos por miedo otros por vergüenza, nunca he pensado realmente el motivo para estar de acuerdo con mi padre en ello.

Aún recuerdo sus desgarradores gritos en la sala del hospital, las lágrimas a borbotones que apenas le permitía articular palabra, y la multitud de médicos que la agarraron a sus espaldas inmovilizando sus brazos e inyectándole un sedante, hasta que sus patadas se tornaron cada vez más débiles y menos feroces, bajo la atenta mirada de toda la sala que nos acusaba de algo que aún no comprendo. "Devuélveme a mi madre" repetía constantemente, y aún en sueños a veces dice.

Quizás mis ojos vidriosos le dieron una pista de a donde me dirigía, o los temblores de mis manos cuando las coloco en sus hombros, intentando ofrecerle consuelo. Quién sabía, tuve tantos motivos para llorar desde aquel día, que nunca me atreví a hacerlo de verdad.

— ¿Vas a ver a mamá, verdad? — aunque sonara a pregunta parecía más bien una afirmación, no hizo falta que contestara, la primera lágrima cayó de mis ojos y ella solo la miró, soltó su bolso y se marchó escaleras arriba.

¿De verdad es algo bueno que ella misma lo evite? ¿Que no se lo permitamos?

Suspiré, en el fondo aliviada, desde que nació había tratado con ella y su Asperger pero el hecho de ver a nuestra madre la destrozaba, no quería concebir la muerte, yo tampoco. Pero era una idea más que posible y presente en nuestras vidas, la cual simplemente preferimos ignorar, un secreto a voces.

Arranqué el motor del coche con un fuerte rugido aparcado frente a casa, el blanco de este se encontraba manchado y seguramente tuviese que acabar llevándolo a lavar. Limpié mis ojos de lágrimas y parpadeé varias veces, tomando profundas respiraciones, pensé en el día de ayer y la música a piano de aquel chico, esta vez me tranquilizaba. Agarré fuerte el volante y la palanca de cambios, dejando que el viento me despeine y golpee, con más velocidad de la que debería, pero necesitaba que el aire me dé de lleno en el rostro, tengo que sentir que esto no era ningún sueño sino que estoy viva, y siento. Después me arrepentiré porque tendría que volver a peinarme, pero entre eso y la desconexión que me proporcionaba la sensación junto a la certeza de estar viviendo, elegía lo segundo.

Las puertas correderas se abren a mi paso y recorro el camino que ya tantas veces he realizado, siempre en soledad. El hospital, aquel aroma a anestesia me repugnaba, mis visitas frecuentes provocaron que algunas enfermeras me saludaran e incluso preguntaran cómo me encuentro.

El Sonido Del Silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora