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Capítulo Quinto
Somos todos víctimas de la misma maldición...

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Inhalo profundamente, dejando escapar un de aire. Y luego, con firmeza, llamo:

—¡Philia, sal de una vez! ¡Sé que estás ahí!

«No te rindas —me repito—. Debes ser fría y calculadora».

Trago saliva con dificultad, pues el ambiente de pronto comienza a sentirse muy pesado. Soy consciente de cómo mi corazón se golpea contra las paredes de su huesuda prisión, debilitando los barrotes con cada golpeteo. Cierro los ojos un momento e imagino un fuego ardiente ante mis párpados; vuelvo a abrirlos con renovada tenacidad.

«No tengas piedad».

—¿Lina-san? ¿Eres t–?

Con un rápido movimiento tengo mi hoja presionada contra su garganta. La sacerdotisa dragón no dice nada; su boca abierta sin fuerzas y con dos ojos grandes y asustados que me dan la bienvenida. Mientras comienzan a cerrarse, pregunta:

—¿Qué significa esto?

—Pronto lo sabrás —le respondo y preparo un hechizo en mi mano. Sus ojos se dirigen a la fuente de la magia, observándola con nerviosismo mientras su cabeza continúa presionada contra mi hoja. Sé que el arma no será suficiente para atravesar su piel de dragón, y esto segura de que ella también lo sabe. Pero la hoja no es mi arma; el secreto es la intimidación proveniente de mi ser. Ella sabe que no estoy bromeando.

—¿Philia?

Logro ver una oleada de pánico en esos ojos azules y brillantes, y no logro hacer frente a la petulante sonrisa burlona que aparece en mi rostro. Inclino la cabeza e inmediatamente poso los ojos en quien espero ver.

—¡No vengas! —grita Philia al joven Valgaav que se acerca corriendo. Es un muchacho que no parece tener más de dieciséis años; se veía igual que antes, excepto por su cabello, que ahora era más largo. Verlo me trae recuerdos y, por un segundo, la barrera que he levantado alrededor de mi corazón comienza a caer.

Valgaav primero mira a Philia y luego, con cuidado, me mira a mí. Después de una larga pausa, mueve los labios para hablar:

—¿Lina Inverse?

Le ofrezco una sonrisa diabólica y, por el rabillo del ojo, puedo ver cómo el rostro de Philia palidece. La respuesta es tan placentera que comienzo a entender por qué Xellos suele participar en ese tipo de intercambios; hay algo muy agradable en todo esto y es difícil resistirse.

—La misma —respondo—. ¿Debo asumir que me recuerdas?

—Sí —me responde con inseguridad y quietud.

—En ese caso iré directo al grano —digo y pongo más energía en el hechizo que he invocado. Puedo ver cómo Philia le grita a Valgaav con preocupación, pero su voz queda silenciada por el ensordecedor crujido en mi mano. Luego, cuando alcanza la fuerza que deseo, libero el caos:— ¡Digger Volt!

Entonces, ataco con el relámpago directo a mi cuerpo.

Puedo sentir cómo todos los músculos sufren de dolorosos espasmos y cómo la jaula de mi corazón se rompe ante la presión. Sólo puedo imaginar el espectáculo que debo ser en ese momento: un montón de carne quemada convulsionando mientras caigo al piso. Como si pudiera oír, imagino haber escuchado un grito por parte de Philia; pero la verdad es que no escucho nada.

Sin embargo, pronto mis sentidos regresan y me encuentro lo suficientemente bien como para levantarme del suelo. Me quito el polvo y levanto la cabeza para ser saludada por las perturbadas miradas de Philia y Valgaav.

—¿Hiciste el Pacto?

Sonrío burlescamente al joven dragón de cabellos verdes. Philia rápidamente gira la cabeza para observarlo y luego vuelve a mirarme a mí.

—¿Lina-san? —pregunta con cuidado.

La sonrisa desaparece de mi rostro.

—No tuve elección —respondo, y ambos dragones se ponen en alerta de un segundo a otro cuando avanzo un paso—. Créeme —digo—, me hubiera gustado morir como una humana.

Philia presiona una mano contra su pecho.

—Eso significa que...

—Xellos —dejo escapar, y mis ojos se oscurecen como cubierto por capas. Philia se estremece ante la mención de su nombre. La reacción de Valgaav me llama la atención, pues puedo ver una pizca de rabia irguiéndose en sus músculos tensos. Una tajada de esperanza se filtra en mi pecho.

«Quizás no todo esté perdido...».

Continúo avanzando, dirigiendo mis pasos y mi mirada al joven y prometedor dragón.

—¿Qué opinas? Si matas a Xellos, me matas a mí. Sería como acabar con dos pájaros de un tiro.

—Detente —ruega Philia, pero mi corazón la resiste con fuerza.

—Por fin tendrías tu venganza.

Él baja la cabeza.

—Mi corazón ya no está lleno de odio —responde con solemnidad, empuñando una mano—. No quiero sacar a la luz lo que lleva tanto tiempo enterrado.

Frunzo el entrecejo. He llegado muy lejos como para aceptar un no como respuesta.

Armándose de valor, Philia camina hacia mí y exige:

—¡Lina-san! ¡Detén esto de inme--!

Uso el revés de la mano para golpearla en el costado del rostro con brusquedad y ella se tambalea hacia un lado.

—No estoy jugando, Philia —le espeto y puedo sentir la determinación ardiendo en mis ojos—. Si vuelves a moverte —le digo y saco la espada, amenazándola con la punta de la hoja mientras observo directo a sus resplandecientes ojos azules—, tu cabeza será mía. Así que quédate quieta.

Los ojos de Philia transitan lentamente del miedo a la tristeza. Sé lo lejos que he llegado, pues su voz entristecida abre una pequeña herida en mi interior.

—Lina-san...

La presencia de Philia ya no tiene importancia para mí. Volteo hacia el joven dragón y vuelvo a proponerle mi ofrecimiento.

—Muy bien, joven Val, ¿qué opinarías si intercambio la vida de ella por la mía?

Pero él se queda ahí en pie, sin siquiera inmutarse por mis amenazas vacías. Y entonces, murmura:

—Eres una herida abierta...

La verdad de esas palabras me ataca como una daga atravesando mi corazón congelado. Puedo sentir cómo el calabozo de hielo cae en pedazos y cómo vuelve a llenar de vida mi cuerpo.

—¡Cállate! —grito, intentando volver a levantar las protecciones, pero mi corazón se niega a dejar de latir.

—Atrapada en la inmortalidad...

—¡No!

—...no puedo ayudarte.

La espada cae de mi mano hacia el duro suelo emitiendo un suave sonido metálico, y yo caigo junto a ella. De rodillas, golpeo el piso con la mano con tanta fuerza que puedo sentir la tierra temblando bajo mis pies. Puedo sentir sus miradas en mi espalda; ojos compungidos y melancólicos que sólo pueden ofrecerme lástima en lugar de limpiarme de esta maldición, una maldición que ellos han debido soportar por mucho más tiempo que yo.

¿Cómo pude pasar por alto un detalle tan simple?

Amado Inmortal [Slayers/Los Justicieros]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora