II

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Capítulo Segundo
Nos levantamos de entre los muertos como uno...

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Es imposible...

Mis peores miedos se confirman cuando mi piel sella la herida que me hago a mí misma. Ésta, como un tejido de hilos nervudos, se contrae antes de volver a estructurarse con la forma de mi cuerpo, en un trabajo rápido y diligente. En cosa de segundos, estoy completa, como un impecable diamante tallado por manos meticulosas.

—Útil, ¿no te parece?

Me giro para encontrarlo a él parado ahí con una maliciosa sonrisa en su cara. Lo miro con hostilidad. Él, la fuente de esta implacable maldición, parece disfrutar con mis intentos de automutilación, como queda en evidencia por la pequeña risita en sus labios. Retrocedo en cuanto él camina hacia a mí; la maliciosa sonrisa en su casa presagia lo peor.

Me arrebata la daga y menea un dedo ante mis ojos.

Tsk tsk —dice—. Intentemos no destruirnos, ¿de acuerdo? ¿Qué ocurriría si tus habilidades regenerativas llegaran a fallar?

—¿Y de quién crees que es la culpa de esto? —chillo, haciendo un ovillo con la tela de mis ropas mientras formo un puño. Mi visión se nubla por lágrimas de rabia; estoy tan enceguecida por el odio que siento por él que apenas puedo ver. Mi juicio está tan nublado que sólo soy capaz de decir las primeras palabras que se me vienen a la cabeza—. Nunca pedí este... este...

—¿Regalo? —él concluye mi oración, como si fuera algo por lo que se tuviera que agradecer.

—¡No! —le grito. Aunque probablemente yo ya conozca la antigua respuesta a esta pregunta, me atrevo a inquirir—: ¿Por qué me obligaste a hacer el Pacto? ¿Qué ganas con esto, Xellos?

Él abre un funesto ojo con lentitud, haciéndome retroceder intimidada. Como si fuera un veneno, su pupila me atraviesa y quema; de pronto me cuesta mucho respirar.

—Naturalmente —comienza a decir con su voz endulzada y profunda—, eso es un secreto.

Pequeñas gotas de sudor frío caen por mi nuca mientras me siento sofocada por una enorme presión, como una presa arrinconada que mira hacia los amenazadores ojos de un depredador felino. Mi antipatía aumenta cada vez que él se lame los labios.

«Debe haber alguna forma de escapar de esta pesadilla», me aseguro. Sólo debo pensar con cuidado...

Él se sonríe y se echa para atrás, dándome la espalda. Su capa cae detrás de él, agitándose como un mal presagio. Como si ya hubiera leído mi mente –o algo peor, pues lo encuentra divertido--, dice:

—Quieres saber dónde está la Piedra del Pacto, ¿no es así, Lina-san?

Mi pecho se llena de esperanza.

«Por supuesto, siempre hay una Piedra del Pacto», pienso con emoción. Sólo debo encontrarla y romperla. Pero mis sueños, como su fueran un trozo de cristal, se rompen en mil pedazos por su siguiente aseveración, la que atraviesa mi corazón como una flecha.

—Está aquí —dice y se voltea para mirarme, con una mano levantada para ocultar la mitad izquierda de su rostro. Entonces la hace a un lado y deliberadamente me muestra la máscara de piedra que yace debajo. Hago una mueca ante su falta de estética; la despiadada e insensible máscara me repele. Su exterior es el epítome de la simplicidad, ocultando las emociones de su portador en una mortaja de apatía.

Me levanto con cuidado y camino. Cuando estoy lo suficientemente cerca arremeto con un puñetazo, pero él más rápido que yo. Atrapa mi mano y ríe, entonces me jala hacia delante para que mi rostro quede a sólo unos centímetros del suyo.

—Intenta romperla si puedes.

Me alejo de él con violencia y rápidamente invoco un hechizo.

¡Fire Ball!

Mis esfuerzos son deshechos rápidamente. La desesperación me invade cuando él repele el ataque fácilmente con su báculo y en la habitación contigua estallan llamas. Mi corazón se desgarra ante el sonido de gritos y el llanto de un bebé, al tiempo en que volteo hacia el fuego con pavor. En pánico, recito las palabras para el primer hechizo que se me viene a la cabeza:

¡Freeze--!

—Te sugiero que no utilices ese hechizo, Lina-san. ¿Qué pasaría si le das al niño?

Me muerdo el labio inferior y permito que la energía se desvanezca. Tiene razón; mi apuro casi acaba en un desastre. Me volteo hacia para mirarlo, buscando consejo, pero él solo se encoje de hombros.

—No me malinterpretes. La tuya es la única vida humana que vale la pena.

Las palabras hieren, pero ya estoy acostumbrada a su cruel política, como si se tratase de un sucio hombre de negocios. Me vuelvo para enfrentar las llamas.

—Mantenla a salvo —digo, refiriéndome a la Piedra del Pacto. Entonces me apresuro hacia las llamas, incapaz de sentir el dolor que debería haberme dominado.

Sostengo al pequeño bebé en mis brazos, protegiéndolo con mi chamuscada piel mientras lo llevo un lugar seguro. Por entremedio del sonido de tablones que se rompen y del crepitar del fuego logro escuchar unas palabras, aunque son apenas audibles:

—Planeo hacer justamente eso, por toda la eternidad.


Amado Inmortal [Slayers/Los Justicieros]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora