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Capítulo Primero
Por esto juro solemnemente...

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—Ugh...
Un leve dolor en mis costillas me confirma que, sin lugar a dudas, sigo con vida. Lo siguiente que logro percibir es mi garganta, la que siento incómodamente seca; probablemente esté cubierta por capas y capas de sangre coagulada. Aún puedo sentir su distintivo sabor cobrizo en mi boca; en mi lengua, en mis labios. Sin dudas, también debe ser sangre endurecida lo que siento descascarándose en mi labio inferior, el que no deja de temblar producto del frío que se manifiesta en lo profundo de mi cuerpo.

Estoy muriendo.

Lina Inverse, extraordinaria hechicera de veinte años y asesina de bandidos como nadie más antes que ella, finalmente se ha embarcado en el último tramo de viaje por la vida. ¿Y quién estará ahí, en los últimos momentos, para presenciar mi muerte? Nadie.

Abro los ojos, notando con disgusto cómo la sangre pega mis párpados, como si se tratase de un poderoso adhesivo. Estudio el área a mi alrededor con lentitud, moviendo sólo los ojos. Me rodean muchísimos escombros; ese último ataque derribó todo el edificio, colapsándolo tanto sobre mí como sobre mi enemigo, de eso no hay dudas. También logro oír el chasquido del fuego proviniendo de algún lugar, pero no puedo girar la cabeza para cerciorarme. Es como si estuviera desconectada del resto de mi cuerpo.

Un vistazo hacia abajo me indica que he sido empalada a través del abdomen por un pedazo roto de tablón, aunque está lo suficientemente corrido hacia un lado como para haber esquivado por poco mi diafragma, lo que explica por qué aún puedo respirar.

«Qué adorable», pienso con fría indiferencia. Ya nada puede asustarme, así como nada puede cambiar el hecho de que estoy muriendo.

Miro hacia arriba y suspiro con decepción. Me hubiera gustado contemplar el cielo por última vez antes de morir, pero desafortunadamente mi última visión del mundo ha sido bloqueada por una gruesa nube de polvo que cuelga como un peso en mi alma. Ya ni siquiera puedo sentir el calor de los rayos del sol mientras éste intenta abrirse paso por entre medio de las partículas de tierra que flotan en el aire.

Mis sentidos me alertan del sonido de algo golpeando el suelo cerca de mí. Quizás no estoy sola en este lugar. Llamo a mi visitante con voz débil:

—¿Quién es?

Primero hay silencio, y luego una voz familiar.

—Soy yo, Lina-san.

Mis ojos se posan sobre su figura mientras emerge desde el plano astral, colocando sobre el suelo un pie antes que el otro, a poca distancia de mí. En lugar de la molesta sonrisa que siempre ostenta, su expresión por una vez parece medianamente sincera. De haberme sentido mejor, lo habría saludado con un ingenioso comentario, pero en vez de eso sólo prefiero mencionar su nombre:

—Xellos.

Veo algo que parece consternación en su rostro y me pregunto si mi voz sonó mucho peor de lo que pensaba. Se detiene por un momento antes de caminar hacia mí y arrodillarse a mi lado. No necesita examinar mis heridas para saber que mi condición no tiene vuelta atrás. De hecho, tengo la sensación de que él ya lo sabía antes de venir.

Puede darse cuenta de la inquisidora mirada en mis ojos y no tarda un segundo en responderla, consciente de que no me queda mucho más tiempo de vida.

—Vine a hacer un trato contigo, Lina-san.

Me quejo de dolor. Hablar causa mucho daño en mi magullado y maltrecho cuerpo; supongo que casi todas mis costillas deben estar fracturadas.

—¿De qué estás hablando? —espeto junto a un pequeño tosido de sangre.

Él duda un momento antes de responder:

—El Pacto.

Mis labios se aprietan con fuerza, formando una estoica y delgada línea.

—No me interesa —respondo con frialdad mientras cierro los ojos—. La inmortalidad no es un regalo, Xellos; es una maldición —digo, olvidándome de que él mismo es un inmortal.

Lamentablemente, él me sacude su cabeza con lentitud.

—No te estoy dando a elegir en este asunto, Lina-san —agrega con sutileza, pareciendo haber esperado esa respuesta.

Mis ojos se abren de golpe. Lo observo atentamente con ojos muy abiertos mientras me revisa con toda seriedad. Entonces, deja el báculo en el suelo a su lado y me toma la mano.

—Espera. ¿Por qué estás–?

Levanta mi mano, pareciendo notar lo frágil que ésta se siente tras haber sufrido fracturas en tantos lugares distintos. Hago un gesto de dolor; mi mano carece de la estructura sólida de la extremidad que alguna vez fue; ya no es más que una masa de carne con pedazos duros en su interior. Sin embargo, es necesaria para realizar el Pacto, así que tendrá que bastar.

Intento resistirme a él. En mi cabeza grito a todas las partes de mi cuerpo para que se muevan, para que hagan algo, pero no responden. Permanecen tan inánimes como yo, tan indefensas como yo, como apéndices inútiles que no me pertenecen. Lágrimas llenan mis ojos mientras observo a Xellos con horror.

—No... Yo no quiero esto...

Él levanta mi mano sobre la suya mientras comienza a recitar las palabras del Pacto en un idioma desconocido para mis oídos. Pero conozco el contenido de sus palabras y mi corazón de congela con terror ante la simple mención de mi nombre. Entonces, sin aviso, una niebla oscura nubla mi visión; deduzco que mi cuerpo probablemente está rodeado por un terrible torbellino de energía oscura.

Xellos abre sus ojos. Dos orbes de profundo violeta me observan mientras baja mi mano y transforma una masa de energía en la suya propia. Puedo sentir a mi corazón deteniéndose mientras grito con desesperación:

—¡Deten–!

—Perdóname, Lina-san.

—¡Detente!

Amado Inmortal [Slayers/Los Justicieros]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora