Capítulo 4

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Llevo ya unas semanas aquí, y sigo sin poder quejarme. La mayoría de los días trabajo por las mañanas, y puedo aprovechar las tardes para explorar la ciudad, ir de compras, o incluso tomar un café con alguno de los chicos si están libres también. Parece que le estoy cogiendo el truquillo al trabajo y me siento más segura de mi misma. El resto del equipo, médicos y demás, me tratan con bastante respeto y valoran mi trabajo, cosa que agradezco. Y además estoy aprendiendo bastante gracias a algún que otro cursillo que Noemí organiza para que ampliemos conocimientos. Esta semana vamos a rotar algún día por los quirófanos para ver diferentes operaciones, según ella para llegar a entender mejor la importancia del trabajo que nosotros hacemos en la clínica.


Hoy estoy de tarde con Sabela y, para ser lunes, la verdad es que está bastante tranquilito. Ya sólo nos quedan dos pacientes, uno a cada una, y no deberían tardar mucho en venir a por ellos. Estamos despidiéndonos de María, que ya se va para casa, cuando llaman al timbre de la habitación donde está mi paciente. Voy para allá y me dice que no se encuentra muy bien, y la verdad es que está bastante pálido. Le tomo las constantes y le hago una exploración rápida y resulta que tiene fiebre. Me parece raro porque lleva todo el día estupendamente pero su mujer me dice que lleva unos días con catarro. Pongo los ojos en blanco mentalmente, éste es el tipo de preguntas que siempre les hacemos al ingresar, pero saben que si tienen cualquier tipo de infección, fiebre, nauseas, o lo que sea, hay muchas probabilidades de que cancelen la operación, y a veces mienten. Le hago un interrogatorio exhaustivo para averiguarlo todo acerca del catarro y demás cosas que no me haya contado, e intento explicarle lo peligroso que podría llegar a ser operarse cuando tu cuerpo no está al 100%. Me siento un poco mal porque se le ve muy agobiado y me pide perdón tantas veces que tengo que salir de la habitación a respirar un poco. Decido llamar a quirófano para que informen a los cirujanos y que ellos tomen una decisión.

- Vale, espero a que venga alguien entonces, gracias - cuelgo el teléfono y veo que Sabela se acerca a mí.

- ¿Qué pasa? - me pregunta con cara de preocupación. Siempre se pone en modo madre cuando ve que hay complicaciones, la Mari la llama mami Sabe.

- Nada grave, mi paciente tiene fiebre - veo como se pone la palma de la mano en la cara como signo de desesperación - no me dijo que tenía un catarro cuando le hice la evaluación inicial.

- Prefieren mentir a que les cancelen la cirugía, los pobres - dice en bajito como si alguien nos estuviera espiando - ¿has llamado a quirófano? - asiento y miro hacia la puerta.

- Van a mandar a alguien a verle - Sabela me mira extrañada.

Normalmente en una situación así, si no hay sospechas de que pase nada grave, mandaríamos al paciente a casa para que viera a su médico de familia, y se le cita otra vez al estar totalmente recuperado.

- Es una operación importante - digo mientras Sabela se gira también a mirar la puerta - supongo que querrán evaluarlo ellos por si aún hay posibilidades de seguir adelante con la operación.

- Y para eso estoy yo aquí.

No sé qué llega antes a mí, si el olor a su perfume o la voz, su voz. Lo que sí sé es que esta vez no dudo en darme la vuelta de inmediato. Mentiría si dijera que alguna vez no me he girado por los pasillos pensando haberla visto, o que me pongo nerviosa si huelo ese perfume en otra persona, o que no he visto sus ojos negros en mi mente grabados alguna que otra vez. No sé por qué me provocaba tal curiosidad, las dos veces que había compartido aire con ella ni siquiera se había molestado en percatarse de mi presencia, y en ambas ocasiones había hablado con una superioridad y un desprecio que no merecían para nada atención. Y aun así había algo en ella que me intrigaba hasta tal punto que casi me da un mareo de la velocidad que alcanzó mi cuerpo al darse la vuelta para mirarla.

Y ahí están esos ojos negros, mirándome fijamente. No puedo moverme de donde estoy, no sé durante cuánto tiempo, hasta que oigo a Sabela aclararse la garganta muy sonoramente a mi lado. Quizá demasiado sonoramente.

- Ehh... esto... si, si, hmm... un segundo, ahora mismo traigo toda la historia clínica y demás papeleo - salgo de mi trance a duras penas y vuelvo con todos los papeles, concentrándome en que no se me caiga nada.

- ¿En qué habitación está el paciente? - me pregunta con ese tono autoritario de siempre.

- En la 4 - no me atrevo a mirarla. Alarga el brazo para que le de los papeles, y así lo hago, no sin antes admirar por un segundo el tatuaje que tiene en el dorso de la mano - que chulo el tatuaje.

No sé cómo ni cuándo ni por qué mi boca ha pronunciado esa frase, pero desde luego mi cerebro no ha tenido nada que ver en la decisión. Me pongo roja como un tomate y deseo con todas mis fuerzas que me trague la tierra. Y entonces habla de nuevo.

- Eh... Gracias.

Escucho a Sabela soltar un gritito ahogado y levanto la vista. Ella me está mirando y yo me quiero ir de aquí. Pongo una media sonrisa que parece más una mueca extraña, y acelero el paso hasta el control de enfermería. Huir despavorida sería quizás una descripción más acertada. Me siento en la silla a la que llamamos "Trono de la Mari" y noto cómo Sabela lo hace a mi lado con una sonrisa pícara en la cara mientras yo la miro con cara de susto.

- ¿Se puede saber qué ha sido eso? - se nota que está aguantándose la risa.

- ¿Qué? Pues no sé Sabela, yo, Alba, haciendo el penco como hago siempre - me tapo la cara con las manos - soy un cuadro de persona ya lo sabes.

- No Alba, te he visto siendo vergonzosa, con nosotras al empezar por ejemplo - me aparta las manos de la cara - pero trabajando siempre eres muy profesional, jamás te has puesto así hablando con otros médicos, incluso si no los conocías.

- ¿Así? ¿Así cómo?

- ¿Qué cómo? - deja escapar la risa que se nota que llevaba un rato conteniendo - Alba por dios, primero te has puesto roja, luego blanca, luego roja otra vez - pongo los ojos en blanco mientras ella sigue riendo - eso sin contar el balbuceo y el comentario sobre su tatuaje.

- Bueno ya vale con el cachondeo - Sabela levanta las manos como pidiendo perdón - es que la única vez que la vi antes de hoy fue muy borde con nosotras y me intimida un poco.

Evité comentarle mi momento stalker en el vestuario porque me da casi tanta vergüenza como lo que acaba de pasar.

- Sí bueno, es un poco borde y no habla casi nunca con nadie - dice Sabela mientras se levanta de la silla - pero es buen médico, o eso dicen los pacientes.

Han venido a recoger a su paciente y veo como entra en la habitación junto con el celador. Puedo notar unos ojos clavados en mí, así que levanto la vista y ahí esta ella. Me tomo un segundo para observar algo más que no sean sus ojos (o su tatuaje), y le recorro la cara con la mirada. No me hace falta mucho tiempo para darme cuenta de que es preciosa, pero parece que sí el suficiente como para que ella se dé cuenta, porque veo cómo levanta una ceja. Me empiezan a sudar las manos y noto cómo me pongo rojísima de nuevo.

- Ehh... ¿hay algo mal? - le pregunto. Ella sigue mirándome con esa expresión difícil de descifrar y veo que ladea un poco la cabeza, pero no dice nada - quiero decir, ¿falta algún papel? ¿Necesitas algo más?

- Te necesito a ti.

New Beginnigs | AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora