Prólogo

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El joven peli azul observaba al juez impertérrito. Hombre adulto —quizá de más de 55 años— pelo negro, masivamente canoso, rostro surcado de arrugas y ojos azules, cansados. Llevaba más de 20 años ejerciendo y jamás, en toda su vida, había conocido a un hombre parecido.

El juicio había durado una hora. Durante ese tiempo, los abogados se habían dedicado a presentar pruebas, testigos y vídeos, todos apuntando hacia la culpabilidad del chico. Sin embargo, él no había emitido palabra alguna. De hecho, empezaba a creer que ni si quiera había hablado con su abogado, quien lo miraba entre dubitativo y asustado. Ni si quiera tras la emisión de la sentencia, el chico había cambiado su aparentemente vacía expresión. El juez aún dudaba de si había cumplido con la ley o con la imperturbable decisión de un pobre condenado.

El juez Simon Barret condenó a Kuroko Tetsuya el día 23 de Octubre de 2017. Pasaría los siguientes 25 años de su vida en una prisión de alta vigilancia. El condenado fue trasladado de inmediato, escoltado por dos hombres armados hasta el camión blindado, donde otros tres se encargarían de llevarlo hasta la prisión.

«¿Cómo puede ser?» Se preguntaban todas y cada una de las personas que veían al joven. Un ser pequeño y delgado, con la tez pálida —casi enfermiza— y de expresión impenetrable. La mayor parte de agentes con los que se cruzó Kuroko el día de su condena eran personas experimentadas, gente que se jactaba de tener un buen ojo para los criminales. Y sin embargo, ninguno de ellos era capaz de entender como alguien de apariencia tan inocente y quebrantable había sido encontrado culpable de semejante cantidad de crímenes; todos ellos imperdonables.

CondenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora