6

280 10 0
                                    

La ciudad se encontraba en completo silencio. Era de madrugada y el asfalto que cubría las calles brillaba húmedo a la luz de la luna. Una llama de fuego bailaba sobre el mechero que sostenía en su mano, iluminando la sonrisa traviesa que cruzaba su rostro. Echó hacia un lado los mechones rebeldes que se habían escapado de su coleta con un movimiento ligero de cabeza y miró al hombre atado de brazos y piernas en una silla que tenía frente a ella. Se encontraban en una casa abandonada en mitad del bosque que había a las afueras de Maeridian. El hombre, de unos sesenta años, la miraba con lujuria, el aspecto que tenía él sin embargo era asqueroso. Apagó el mechero soplando directamente a la llama y sonrió a su víctima. Era un pez gordo que hacía trabajar a niños en sus fábricas textiles. Se quitó uno de sus guantes de cuero negro y le acarició el rostro con dulzura fingida.
— Sí que ha crecido su empresa últimamente, Señor Wisdom— susurró provocativa en su oído. Él no sabía si estar excitado o sentir miedo realmente. Asintió en silencio— Una pena que tenga tantos enemigos, ¿no cree usted? — continuó indagando, quería comerle los sesos antes de que muriese. El hombre levantó la vista hacia ella, intrigado.
— ¿Quién te ha mandado secuestrarme? — empezaba a parecer un cervatillo indefenso frente a un lobo con sed de sangre. Ella se rió.
— No, cariño; nadie me ha mandado a secuestrarte— musitó rodeándole y dejando sus manos sobre los hombros de él, comenzando a hacerle un masaje.
— ¿Entonces por qué estamos aquí?— interrogó nervioso. Ella suspiró.
— Oh, vamos Georgie... No te pongas tan tenso, a fin de cuentas... Tan solo vas a morir— murmuró junto a su oído, consiguiendo que se alterarse el doble. Rió traviesa y volvió a alejarse de él para mirarle de lejos— Dios... Eres tan asqueroso... ¿Cuántos hijos me dijiste que tenías, Georgie?— se interesó sonriente, mirándole con detenimiento.
— Tres— contestó avergonzado. Ella soltó una carcajada.
— Pobre hombre— comentó altiva— Mira que irte a un prostíbulo teniendo tres hijos y una mujer que te quiere... Es patético, ¿verdad?— continuó burlandose— Quiero decir... Usted ya es mayor y carece del atractivo de un joven sano y fuerte y, a pesar de que tiene una buena mujer y una buena familia, usted va y le pretende poner los cuernos con jovencitas que sólo se interesan por su dinero— pensó en voz alta, negando con su cabeza en desaprobación— De verdad que el ser humano es idiota sin explicación alguna— murmuró sonriente, acercándose a él de nuevo y sentándose en su regazo con calma— Imagino el sufrimiento silencioso de su esposa cada vez que tiene que lavar su sucia ropa, oliendo a chica joven y barata todas las noches de miércoles a domingo— susurró en su oído— Los hombres como usted se la dan de inteligentes por el simple hecho de tener empresas y dinero pero son los más estúpidos porque no valoran nada de lo que tienen; son unos inconformistas— comentó acariciando su pelo y observando cómo el hombre se excitaba al tener sus pechos cerca y a la altura de los ojos. Sonrió orgullosa— Es usted un indecente, ¿no le da vergüenza? — dijo levantándose de su regazo, sacando de su gabardina roja una pistola de juguete y apuntándole a la frente— ¿Unas últimas palabras antes de morir?— preguntó de forma educada, disfrutando de la torcedura de gesto tan repentina en el rostro del hombre. Él cerró los ojos.
— Que amo a mis hijos— contestó sin dudar mucho, haciendo reír fríamente a la chica.
— De verdad que usted es imbécil, si al menos admitiera sus errores y estuviese arrepentido... Podría considerar el herirle y llamar a una ambulancia a ver si llegaban a tiempo y sobrevivía después de todo— musitó indignada. Suspiró— Es una pena que su orgullo le pueda, Georgie— declaró molesta, apretando el gatillo.
Un ruido sordo. Ninguna bala.
— Lo siento— se disculpó apresurado, provocando que la asesina retirase el arma de donde apuntaba. Abrió los ojos asombrado, encontrando la sonrisa gatuna de la chica mientras jugaba su largo pelo negro.
— ¿En serio pensó que le mataría con un arma cualquiera? ¿Sin silenciador?— soltó una carcajada— Soy asesina pero no me gusta mancharme de sangre— confesó mientras se soltaba el pelo y se masajeaba la cabeza. Puso uno de sus pies sobre la rodilla del hombre— ¿Le gustan? Son Channel— dijo coqueta, refiriéndose a los tacones rojos que llevaba puestos— me los compré con lo que gané por matar al tipo que iba antes que tú— añadió alegremente— Es realmente divertido tener todo este poder en mi mano, ¿sabe?— sonrió guardando el arma de mentira— Literalmente en mi mano— susurró, haciendo como si su mano izquierda fuese una pistola y apuntándole directamente al cuello— Me estoy cansando de ti así que... ¿Hay algo que quieras saber antes de que acabe contigo?— preguntó considerada, viendo como los ojos del señor se teñían de pánico de manera que le hizo reír.
— ¿Quién? ¿Por qué?... — gimoteó confuso y rompiendo en llanto. Ella suspiró cansada.
— De verdad que ustedes son pesados... Esas nunca son las preguntas que deben hacer; estoy gastando mi tiempo siendo considerada y tratando de pasarlo bien y ustedes como tontos no hacen ni una sola pregunta mínimamente interesante— volvió a regañarle, quitándose la gabardina y quedando en un vaporoso vestido lencero de color blanco— Si no tienes nada más que decir... — apuntó al cuello y respiró profundamente.
— ¿Cómo te llamas? — el hombre interrumpió su concentración. Hizo un suave gesto con la cabeza, deshaciéndose del flequillo delante de sus ojos.
— Honey— sonrió y, acto seguido, disparó con sus dedos a la vena aorta del señor. No sonó nada, no se vio nada. Al siguiente minuto el hombre comenzó a desangrarse por el cuello hasta perder la vida.
La asesina le rodeó en silencio y beso su cabeza con cariño.
— Dulces sueños, Georgie— susurró poniéndose la gabardina de nuevo, desatando al hombre de la silla y dejando que callese al suelo muerto.
Lo arrastró hasta dejarle cerca de una de las columnas a medio deshacer de la casa, la que supuso que sostendría bien su peso. Luego le ató a ella de nuevo, incluyendo una soga alrededor de su cuello, abrió su pantalón y lo bajó hasta sus rodillas. Tomó el portátil que había en el maletin empresarial del hombre, lo encendió y buscó en las carpetas hasta encontrar grabaciones sexuales en una de ellas. Puso la primera que le pareció divertida y lo dejó en el suelo frente al hombre. Le miró una última vez, asqueada. Llevó su pulgar a la sangre que brotaba de su cuello y sonrió dibujándose un corazón en el interior de su antebrazo derecho. Luego tomó otro poco y dibujó un tacón sobre la cabeza de él, en la columna.
Comenzó a caminar por el bosque, alejándose del lugar del asesinato. Estaba contenta. Se sentía Caperucita Roja, solo que ella había matado al lobo y usaba gabardina. Miró sus tacones cuando ya llegaba a la ciudad, le parecían tan bonitos... Tenían un tono de rojo extraño y electrizante, la mezcla exacta entre un tono sangriento y el rojo de las cerezas maduras. Rojo Channel.

El flash de su cámara saltó una vez más. El cuarto se encontraba teñido de un suave tono rojizo que hacía un espléndido contraste con su pelo y la ropa interior lencera negra. Sin mirar la foto que había tomado, continuó con la siguiente. Las poses sugerentes no se acababan, parecía tener un catálogo infinito de ellas y, su amigo, mirándole a través del objetivo de aquella cámara tan cara, le excitaba. No era su primera sesión de fotos juntos. Siempre era su modelo, la escusa barata de que eran cercanos y ella bonita siempre salía de los labios del chico cuando la convencía y, al final, siempre al final, un beso simple en los labios, en agradecimiento. Nunca habían cruzado la línea que va más allá de la amistad, aquellos besos eran casi fraternales, una muestra de cariño entre ellos que no ocultaba nada y tampoco demostraba mucho más. El chico se acercó a ella furtivamente y disparó la foto focalizándose en sus medianos y equilibrados pechos, de tersa piel pálida. Había descubierto un lunar. Sonrió hechizado y suspiró. Realmente era preciosa, tan delicada y a su vez tan llena de furia y rabia. A veces se alegraba de estar a su lado y no en su contra. Se detuvo un segundo y desvío su atención al exterior.
Fuera hacía viento, frío. Algo extraño con lo cálido que se sentía estar en su apartamento. Tal vez era el ambiente de tensión sexual entre ellos lo que los mantenía a ese nivel de calidez. Los árboles se zarandeaban y una tímida ola de aire se colaba por las ventanas sin armar alboroto. Todo fluía.
Ella miró directamente al objetivo con sus profundos ojos negros, buscando la mirada más allá del mecanismo fotográfico. Alejó cualquier pensamiento en un segundo y, junto a ello, la cámara, mirando de lleno a su mejor amiga. Estaba tumbada en la cama de sábanas blancas, tan solo en lencería y con su suave pelo suelto, mirándole mientras él no hacía más que dispararle con el flash, dejándose hacer. Le sonrió y se dejó caer sentado a su lado.
— ¿Necesitas algo? ¿Quieres agua?— preguntó hospitalario. Ella negó con la cabeza y bostezó tapándose la boca.
— Nunca me enseñas tus fotos, Oppa— murmuró calmada, indirectamente. El chico rió mirándola con ternura y se tumbó.
— Cuando lo hago, te encuentras fallos que no tienes— confesó tranquilo— No conseguiré jamás convencerte de que eres bonita así que ya no te las enseñaré más mientras las hacemos— declaró cerrando los ojos algo cansado. Suspiró al sentir la mano de su amiga jugando con los mechones de su pelo.
— Estoy cansada y tengo que volver a casa además — comentó haciéndose un ovillo en la dirección contraria a la que él estaba. Sonrió divertido y la abrazo por la espalda.
— Puedes quedarte a dormir hoy, solo necesito cinco más— susurró en su oído. Hannah salió de su escondite y le miró.
— Está bien— accedió con una leve sonrisa. El chico se levantó de inmediato y continuó con las fotos.

Salió de la ducha con la toalla alrededor de su cuerpo y fue directa hasta la habitación de su mejor amigo. Dejó que la toalla cayese a sus pies cerca de la entrada y corrió a meterse dentro de la cama con el chico. Él la abrazó por la espalda y suspiró.
— Hacía mucho que no dormíamos juntos— musitó ella, girándose para verle el rostro. Él asintió en silencio y sonrió.
— Hemos estado ocupados — contestó en voz baja, cerrando los ojos calmado.
— Lo echaba de menos — confesó susurrando. Él volvió a sonreír.
— No mientas, duermes con alguien nuevo casi todas las noches— murmuró malicioso. Hannah se rió.
— Pero no es lo mismo que con el original— arregló rápidamente, haciendo que el chico la mirase y se rieran— ¿Te gusta alguien? — la curiosidad pudo con ella. Él asintió mientras volvía a relajarse.
—¿Recuerdas cuando venías a casa de mis padres y te quedabas a dormir? Eramos tan cercanos que ellos pensaban que eras mi novia— comentó risueño, recordando que pasaban todo el tiempo juntos— Echo de menos que me traten como entonces— musitó con la voz cada vez más cansada.
— Podíamos pasarnos horas tumbados acariciándonos hasta quedarnos dormidos— rió ella al recordarlo.
— Hagamos eso hoy, ¿vale?— suspiró él. Ella asintió de acuerdo y comenzó a pasear las yemas de sus dedos por el cuello y el pelo de su amigo, sintiendo a su vez los dedos de él recorriendo su espalda de norte a sur en caminos convergentes y multidireccionales. Ambos con los ojos cerrados. Pensando tan sólo en la sensación del otro en sí. Con la mente en blanco y la piel erizada. Con los recuerdos guardados bajo llave en su subconsciente. Con aquel frío del exterior tan cálido en sus corazones.

Channel RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora