adiós

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Intentó pasar su mano por mi pelo, pero estaba anudado, como mi garganta, como mi pecho, mi estómago. Desanudó como sólo él sabía, como sólo él hacía. Como nadie jamás había aprendido en mí. Esos son los efectos que todos estos meses provocaron en nosotros, efectos que hoy se lleva el viento, o el colectivo. Me besó a modo de despedida pero yo no me rindo tan fácil, no pienso dejarlo ir. Aunque este amor empezó tan rápido como está terminando, la sensación queda y quedará.

-Quedate, por favor. -le susurré despacio, con la voz quebradiza, casi llorando de desesperación.

Tan espontáneo fue lo nuestro que la esfervescencia de quererte se me coló hasta en los huesos, y salta palpitante en mis venas, llevando emoción y energía a donde vaya.

-Me haces sentir culpable Lau. Me tengo que ir. -Todos iban entrando, uno a uno, controlando pasajes, subiendo equipaje, pero él iba a ser el último.

Las primeras lágrimas cayeron involuntarias por mis cachetes, llegando al mentón como si fuera un precipicio, para terminar su travesía en el suelo, y así formando un ciclo duradero, porque no podría parar de llorar en un par de días. Seguimos besándonos, como si el tiempo no se estuviera consumiendo, como si esos ojos de muchas negras pestañas no fueran a verme por mucho tiempo, como si nuestro amor no se fuera a perder en diferentes destinos que no elegimos nosotros sino el tiempo...

Yo soñaba con besar llorando de felicidad, pero la tristeza me abate y ya no lo puedo disfrutar, sólo pienso en guardar y no olvidar la textura de estos labios que me acarician por última vez en varios lugares del rostro.

Me separé y sin dejar de llorar miré esos ojos, siempre alargados por la risa, ahora serios, casi marchitos, que renacerían, seguramente en un tiempo, inmarcesibles.

Me abrazó colocando sus manos donde sabía que no lo iba a soltar, en ese hueco que él había profanado y yo había dejado a su merced, sumiéndome en lo que ahora se me iba. Una de sus manos se soltó y la perdí de vista.

Sentí una presión en la mano, así que me aferré a él, pero un tercer objeto me heló. Me separé sorprendida, boquiabierta, petrificada.

-Prometeme que cuando vuelva nos vamos a casar. -Yo miraba el anillo, atónita, y después lo miré a él. Si antes el nudo en la garganta apenas permitía emitir sonidos, ahora era una bola de emociones que no me avalaba a mover la mandíbula.

Asentí, nunca cesando el llanto, y lo abracé con todas mis fuerzas (que no eran muchas)

-Si volvés. -Por primera vez en toda a relación, me miró enojado. Sonreí como si nada doliera y lo despedí con la mirada. Nos abrazamos, fuerte, por última vez, y él también me lloró en el hombro.

-Voy a volver por vos. -Me susurró bajito en el cuello, y su voz me hizo cosquillas. Aprovechó a besar mi mandíbula, ya salada, los ojos, la frente, la base de los hombros...

-Te voy a esperar. -Él asintió y yo volví a sonreír, con las pestañas mojadas, los ojos rojos y la nariz tapada.

Pero, ¿Y si no te encuentro?

La pregunta salió en mi mente y en mí boca al mismo tiempo y esa boca se ensanchó una vez más para mí. Todo se veía en cámara lenta para mí, rememorando las últimas veces que me sonreía, me miraba, incluso su respirar...

No quería olvidar ni el más recóndito recuerdo que tenía con él.

-No te preocupes -Y se separó, seco, aflojándome, yéndose cada vez más lejos de mí.

Cuando termine la carrera vuelvo. -Siguió. Yo lo dejaba irse porque aferrarme sería inútil, él seguiría sus sueños, pase lo que pase. Mientras me sonreía y yo recordaba esas pestañas acompañantes de esos faroles, inolvidables, achinados, se limpiaba las lágrimas traicioneras que osaron escaparse detrás de su actuación de chico fuerte.

Y para ese entonces, sólo te voy a poder encontrar en un lugar -Casi gritó. Se dio vuelta y tomé eso como última despedida, mientras él sacaba del bolsillo el ticket y lo entregaba, luego entrando al vehículo, maldito, que se llevaba a mi amor fuera de la ciudad, lejos de mi amor.

Pensé en sus palabras, la frase que tanto le había repetido, lo que tanto había imaginado, y susurré:

"En la facultad de medicina, o en los alrededores" girando el anillo sobre mi dedo anular, las lágrimas siguiendo el ciclo.

"En la facultad de medicina, o en los alrededores" susurró por la ventana mi amante.

No me moví hasta que sentí que el colectivo estaba tan lejos que mi corazón arrepentido no podría correr al encuentro de su alma gemela.

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