intento de suicidio.

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Me salió mal, verás.

Que nadie diga que no lo intenté.

Me acosté en mi cama, varias veces, para luego levantarme, y seguir tomando pastillas, para estar segura, para que no quede ninguna duda.

No dejé carta. No lo necesitaba. Le hablé a mis mejores amigos, y les dije que si me querían, que no hicieran nada.

Durante muchas horas me sentí perdida. Más que nunca.

Me corté y lloré, lloré mucho.

Le di un tinte suicida a mi suicidio.

Me paraba y veía todo doble. Me acostaba. Cerraba los ojos. No me dormía, no me moría. Tomaba un sorbo largo de agua e ingería más pastillas.

No me alcanzaron, y te juro que fueron muchas. Pero mi cuerpo, siempre rebelde, no las aceptó. No sé si las tomé mal, no sé en qué fallé.

Me llevaron a casa de mis tíos, y ahí empezó. La peor noche de mi puta vida.

Ahora mismo, mientras escribo, las náuseas me suben. No puedo olvidar la sensación.

Ahí se fueron, todas las pastillas que me tomé, las que no pude digerir. Al inodoro. Puaj.

Mi papá me acarició el pelo. Él está muerto.

-¿Te parece lo que hiciste?

-Sonás tanto a mamá, pa

-¿Con quién hablás? -mi tía, trastornada, me miraba, y mi papá la miraba a ella.

-Con papá -se lo señalé-

Me senté en la silla y me incliné. Tenía miedo de tener que salir corriendo a vomitar. Tomé agua, muy rápido capaz, pero es que estaba blanca, como un papel.

-Le hicieron adornos a la pared? -La casa totalmente desmantelada se movía a mí alrededor-

-No, está lisa. ¿Cómo la ves?

-Tiene cosas escrita. -los "apodos" que me ponían cuando era chica, por gorda. Nombres de gente que me hirió. Él. Su nombre aparecía en rojo, como una mancha de sangre.

Hablando de Roma, me acariciaste la cabeza... Me besaste la boca y me dijiste que no eras para tanto.

Yo me puse a llorar, y me abrazaste. Se sentía real hasta que cerré los ojos, me dijiste que me amabas, te dije que yo más, que yo te amaba mucho más, pero que no te entendía, por qué separarnos, abrí los ojos y era mi prima la que me abrazaba...

-¿Por qué lloras?

-Me duele la cabeza. -La miré y le sonreí, estaba tan acostumbrada a decir eso; aunque esta vez tenía cierta realidad.

Salí corriendo y volví a vomitar, y me quedé ahí, metiéndome los dedos hasta que en el estómago no me quedó nada. Pero las pastillas ya habían hecho efecto, y yo no podía articular una oración.

Me quedé tirada en el baño, perdiendo la conciencia a ratos.

Me sentía mal, porque el dolor interno, el sentir cómo se me estrujaban todos los órganos, cómo me quedaba sin aire a veces y tocía, y me daban arcadas. El dolor era insoportable; ya no sabía si quería morir o vomitar todo para dejar de sentirme así. Intentaba pedirle ayuda a mi tía, pero mi mente ordenaba una frase y en mi boca parecía salir al revés. Perdí el habla y la noción de la realidad.

En el inodoro, el agua esperaba quieta, y debajo de ella, en repetidas ocasiones, me pareció ver a mi perro, una birome, a mi mejor amiga, y a la que creí que era mi mejor amiga, y hoy no puede ni verme... literalmente.

Y yo intentaba salvarlos de su ahogo, ahí abajo, después del inodoro, pero no había nada, y cuando tocaba el agua lo entendía.

Llegó el momento en el que no pude ni caminar. Y en ese momento llegó mi mamá, y nunca la quise tanto hasta ese momento. O hasta después, porque cuando llegamos a mi casa, me golpeó repetidas veces y me obligó a mostrarle cuántas pastillas me había tomado. ¡Pero yo no sabía!

-Tomé muchas, ma, de diferentes cajas, no sé decirte.

Pero su respuesta, como siempre, fueron golpes.

Me preguntó una y mil veces porque lo había hecho, y yo, que todavía no interpretaba que había perdido el habla, le intentaba contar...

-Te acordás que te dije... ¿Qué estaba diciendo?

-Ah bueno, resulta que... Para, ¿Qué me pediste que te diga?

Tenía mucho sueño, y mi mamá me golpeaba cada vez que cerraba los ojos.

-No querida, no podés dormir después de lo que te hiciste.

Llegó la hora de comer y mis arcadas volvieron. Mi mamá se asustaba y tenía el teléfono a mano, pero yo sabía que ella no iba a llamar a la ambulancia.

Horas antes, lo había hecho mi mejor amigo.

Y la policía arribó, y yo con mi mejor cara, le dije:

-No, mi mamá no está, pero acá no está pasando nada, querés pasar?

-No, no hace falta. ¿Estás segura de que estás bien?

-Sí.

Y se fueron. No se iba a arriesgar a llamar a otra ambulancia. Perdería mi tutela.

Instantáneamente después de comer, mi mamá armó en la pieza de mi hermana una cama, y me llevó.

-Intentá dormir... Y por favor, no hagas nada malo... Por favor.

Pero yo no podía, no me venía el sueño, me venían personas.

-¿Querés que duerma con vos?

-Sí -le hice espacio en la cama- Siempre quiero que duermas conmigo, amor.

-Te amo.

-Yo te amo más...

-Eu -mi hermana- No hay nadie acá...

Miré a mi ex novio en la cama y éste se desvaneció de a poco. En cambio, mi hermana se asomaba con dos vestidos.

-¿Azul o blanco?

-Mejor el azul, ¿No te parece?

-Eu, de vuelta, yo no hablé.

-Pero si estás ahí... -No. No estaba.-

-Dormí...

Y caí en un profundo sueño.

Pensé que iba a morir... Rocé el infierno por un par de segundos... Vi al Diablo, victorioso.

Y salí a la superficie de la realidad. O a lo que yo creía realidad.

Durante muchos momentos toqué la conocida "saliva del Diablo". Es como una telaraña pegajosa, y se me enredaba, hacía formas...

No siempre las cosas salen bien.

Pero que nadie diga jamás, que no lo intenté.

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