En un sofá frente a la televisión de tubo, Alma y Sofía venían los dibujos animados, aunque la más pequeña tenía los ojos irritados por un reciente llanto. No recordaba lo sucedido, no obstante no le parecía raro. En esa época, Sofía era una niña muy llorona y dependiente. Alma la recordaba como a una persona distinta a la que era en la actualidad; una que vivía apegada a ella, que era débil y sensible, pero feliz. En ese momento le hubiese imposible creer que se convertiría en la chica agresiva y antisocial a la que apodaban rompehuesos.
¿Cuándo había ocurrido ese cambio? ¿Cómo no lo había notado?
<<Sin embargo yo sigo igual>>, pensó Alma.
No, no lo era. En ese entonces, Alma era desinhibida, protectora e impertinente; tan segura de sí misma como nunca. Ella confiaba en la gente, en la posibilidad de una vida mejor, de un mundo mejor.
<<¿Qué me pasó? ¿Cuándo pasó?>>, se preguntó con la vista en la escena.
La televisión se apagó, la madre de las niñas sostenía el control con fuerza. Alma vio su rostro borroso, su cuerpo y su mente sintieron aprensión. La pequeña mano de Sofía la tomó del brazo, y ambas se dirigieron a uno de los cuartos. Su cama vestía las colchas bien extendidas, todos sus juguetes decoraban un gran cesto; su ropa y zapatos desprendía aroma a suavizante desde el ropero, y las paredes eran rosadas, como el algodón de azúcar de las ferias, mientras que las cortinas blancas como las palomas de la plaza a la que no iban.
Las niñas se asomaron por la ventana al oír murmullos. Una mujer de unos sesenta años, blanca en canas, entraba a su casa. Era el día en que Nana había sido contratada, una amable señora, comprensiva y buena cocinera, que las había cuidado un buen tiempo.
Nana entró, se presentó con amabilidad a las temerosas niñas.
—Mi vuelo sale en dos horas. —Delfina, la madre de ambas, arrastró su maleta dejando a cargo a la anciana—. No puedo retrasarme.
Sin un adiós la mujer se marchó, y eso fue más una solución que un problema. Las niñas podían ser niñas; desordenar, mirar la televisión, a veces jugar hasta tarde y al otro día tener el desayuno listo. Los bellos recuerdos pasaban como imágenes fluidas, eran momentos simples; las tardes de verano solían ser eternas y gloriosas, junto a la traviesa Jazmín, en la calle o en la plaza. Más allá de las dificultades, podía presumir una gran infancia. Lo material no faltaba, y el amor que no conseguían de sus padres lo ganaban de otros.
Los recuerdos se detuvieron. Alma tenía nueve años, estaba junto a Nana y Sofía, comprando en el mercado, y recordó aquella conversación que tanto la hizo enojar con Nana, y porqué dejó su recuerdo atrás.
—Su padre les deja dinero en el banco y ella se lo gasta todo en sus lujos, la única razón por la que conserva a las niñas es por ese dinero —decía Nana a Carmen, la madre de Jazmín—. No recuerda ni sus cumpleaños. Las desprecia, y me lo ha dicho varias veces. Ahora quiere volver a ser azafata, pero es porque está saliendo con un piloto, pronto comprará una casa en Miami, es lo que oí. Catherine, es muy joven para arruinarse la vida, apenas se ha recibido y piensa en hacerse cargo de las pequeñas, sin embargo yo me quedaré sin el empleo.
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Sociedad centinela INCIACIÓN -Parte I-
Fantasy7:30 p. m. Alma es raptada a pocas calles de su casa. 2:32 a. m. regresa a su hogar sin un rasguño. Algo ha cambiado para siempre. Ahora lleva a cuestas una verdad que hubiese deseado no saber. A pesar que lo grita a los cuatro vientos nadie le cre...