La lluvia azotaba con furia los tejados, y en el cuarto de Alma se sentía mucho más fuerte que en la sala. Los relámpagos iluminaban la pequeña habitación en fracciones de segundos, para luego desvanecerse. Los truenos retumbaban en los muros y las alcantarillas comenzaban a desbordarse. Era propicio para dormir, pero una gota caía sobre la frente de Alma, esa maldita gotera que solo había sido tapada con un chicle masticado, ahora la madera podrida le advertía que no cedería más.
—Carajo.
Alma frotó sus ojos, eran las ocho, ni muy temprano ni muy tarde. Al menos podría aprovechar la mañana para cortarse las uñas, cambiarse de ropa y ordenar su habitación hasta que tuviera que ir a la doctora. Esa cita no tenía cancelación ni aunque se acabara el mundo.
—Qué espanto de día. —Sofía tenía la cara contra la ventana—. ¡Todas las prácticas se han cancelado y tendré que quedarme encerrada! Odio la lluvia.
—Puedes venir al psiquiatra conmigo –bromeó Alma, aunque su hermana no rió, en cambio elevó su ceja y frunció sus labios.
—No, gracias —respondió—. No estoy para oír desvaríos, prefiero ir en otro momento para saber cómo lidiar con una conspiranoica.
—Vete a la mierda.
Era un caso perdido, no existía forma de conversar con Sofía y terminar diciéndose groserías. De ningún modo serían las hermanas de las películas al estilo Disney.
Alma tragó una taza de café en solitario. Se colocó sus horrendas botas azules de lluvia sobre sus vaqueros ajustados negros, y se puso una capucha impermeable sobre su camisa a cuadros verdes. Espantosa. Además debía atar su cabello de manera apropiada si no quería desaparecer entre su frizz. Tomó su paraguas, ese que tenía algunos fierros torcidos, y partió hacia la parada del autobús chapoteando y tratando de no pisar baldosas sueltas. Era como jugar al buscaminas en la vida real: siempre perdía.
En la entrada al consultorio, Alma se sacudía como perro callejero. Le daba pena mojar el impecable consultorio de la doctora Margarita; licenciada en psicología, en psiquiatría y especialista en adicciones. Por suerte, solo la recepcionista podía juzgarla, y lo hacía con una desprevenida sonrisa.<<No te rías de los pacientes, estúpida>>.
—¿Inés Maciello? Sigues tú —dijo la recepcionista. Alma asintió de mala gana, no tenía por qué llamarla por su segundo nombre.
Cabizbaja, ingresó al consultorio de Margarita, recordaba ese sitio con algo de ansiedad, y otro poco de paz. Al principio renegaba de ir, de sentarse en ese sofá verde, y luego le pareció el sitio más cómodo y seguro del mundo. Podía hablar durante horas y horas y sentirse en paz. Alma no tenía problemas con el psicoanálisis, pero esta vez sabía bien que no podía, ni debía hablar de todo, es decir, no podría hablar de lo que más la acongojaba. Era una pérdida de tiempo y dinero.
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Sociedad centinela INCIACIÓN -Parte I-
Fantasía7:30 p. m. Alma es raptada a pocas calles de su casa. 2:32 a. m. regresa a su hogar sin un rasguño. Algo ha cambiado para siempre. Ahora lleva a cuestas una verdad que hubiese deseado no saber. A pesar que lo grita a los cuatro vientos nadie le cre...