"Compación"

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Incómodo era poco.

La mujer me había quitado toda mi ropa, dejándome sólo con mi ropa interior y había cubierto los yesos de mis extremidades con alguna especie de plástico que sonaba a bolsa de residuos.

Me había impulsado en la silla de ruedas hasta lo que era el baño. Allí me ayudó a meterme a la bañera. Esa mujer tenía una increíble fuerza, podría jurar que rondaba por los ochenta kilos y ellas me alzaba de los brazos como si pesara sólo un par. 

Una vez en el agua me sentí mejor, estaba tibia y al instante me sentí relajado, aunque debía preocuparme porque mi pierna enyesada no terminara sumergiéndose del todo en ella, al igual que mi brazo.

—Creo que soy capaz de hacerlo por mí mismo —insistí cuando el agua me acarició el pecho.

—¿Está seguro? No tengo problemas de ayudarlo, de verdad. Tampoco hay porqué cohibirse, señor, soy enfermera, trabajo de esto —me explicó.

—¿Acaso no entiende que quiero estar solo? —espeté casi al instante — ¡Me siento un inútil y estoy intentando sentirme un poco mejor! 

—Lo siento, señor —se disculpó ella —, aquí tiene el jabón —me tomó de la mano y lo depositó en ella —, estaré del otro lado de la puerta si me necesita.

—Vaya de una vez.

La puerta se cerró lentamente a unos pasos de mí.

Traté por todos los medios hacer un buen trabajo, tenía que ser capaz al menos de bañarme, esta ceguera no podía haberme robado todas mis capacidades y mucho menos, aquellas tan básicas como encontrar partes en mi propio cuerpo. El jabón se resbaló de entre mis dedos en un momento, no estaba seguro de si había caído en el agua o fuera de la bañera...

El dolor volvió. El mismo que me recordaba a lo que estaba atado. Atado a la inutilidad, a la oscuridad, a esa maldita vida que me habían asignado contra mi voluntad.

Era estúpido intentar ser algo que no era. No era normal, no lo volvería a ser jamás. Mi antigua vida se desvanecía con cada minuto, las imágenes en mi mente cada vez se tornaban más opacas, más oscuras... como si fueran devoradas por la misma negrura que había cubierto mis días. Apenas recordaba los rostros, los colores...

Incluso era absurdo soñar con una vida que antes pudo haber sido un poco menos descabellada. No tendría una familia. No. Porque, ¿quién querría tener un esposo inútil? ¿O un padre que no pudiera correr tras ellos mientras juegan a las escondidas?

Era un maldito ciego condenado a la ceguera misma, no podía avanzar ni tampoco retroceder. 

Avanzar era aprender, recordar tal cual habían pasado las cosas en los veinte años de mi vida que me habían precedido; avanzar era dejar de ser inútil, era sentirme mejor y encontrar en alguna parte de mí esa fortaleza que me permitiera continuar como antes pero con un sentido menos. 

Retroceder sólo significaba una cosa, ¿Cuál sería la única forma de que fuera aún más inerte? Sólo si estuviera muerto. Sólo eso. Pero estaba al tanto de que era demasiado cobarde para llegar a tal punto. Además dañaría a mamá, quien ya de por sí estaba sufriendo demasiado con el abandono de papá. 

Y ninguna de las dos opciones parecía ir conmigo.

Estaba haciendo el ridículo. Mi vida era patética, mi comportamiento era comparable con el de una ameba, sin la silla de ruedas no era nada y con ella... no suponía tanta diferencia, seguiría siendo Justin, el invidente.

Y era eso lo que me hastiaba.

Comencé a cuestionarme el 'por qué a mí'. ¿Por qué me habían quitado esta habilidad cuando era tan feliz con ella? ¿Cuando, en realidad, era todo lo que me hacía feliz? Con la vista era capaz de dibujar, de componer, de querer y de estudiar. Sin la vista era... nada.

"Luz de Media Noche" (Richard Camacho y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora