"Entre Muerdago, Familia y Calidez"

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  No necesitaba repensar mi respuesta, ni siquiera quería hacerlo por miedo a arrepentirme. Aferré con fuerza la mano de ____ y respondí con toda la seguridad que la imagen de un quirófano conmigo bajo una cegadora luz me dejaba amontonar.
—¿Y bien? —me presionó el doctor Mayer.
—Estoy dispuesto a someterme a la operación.
Mamá suspiró sonoramente y ____ me dio un beso en la mejilla.
—Bien. Me alegra que hayas tomado esa decisión. Ahora tendríamos que fijar detalles y fechas —dijo el doctor pensativo mientras revolvía algunos papeles—. Como la operación es compleja... —empezó, el susurro de los papeles continuaba—, no es algo que pueda hacerse mañana mismo, hay que condicionar el quirófano y demás, sobre todo veré si puedo contactar con el doctor Hoffman para que me ayude, su experiencia nos servirá y tal vez a Bauer, es joven pero brillante —llegué a pensar que el médico hablaba consigo mismo, al menos yo no encontraba respuestas a sus pensamientos—. Pero creo que, si mis cálculos no me fallan, la operación debería de hacerse... dentro de un mes. ¿Les parece bien?
—Claro, doctor —afirmó mamá.
Un mes... me parecía una eternidad. Sin embargo, confiaba en que ganaría valor en treinta días... o también podría arrepentirme.
—¿De qué se trata la intervención con exactitud, doctor? —quise saber a medias. Tal vez no era lo mejor conocer los pormenores de lo que me esperaba a efectos de mantener la misma esperanza de hacía unos segundos, pero mi curiosidad iba más allá.
El médico calló por todo un minuto sin que se oyera algo más que no fuera el golpeteo de las pelotitas imantadas de su escritorio.
—Bueno, Richard... todos sabemos que la ceguera que te afecta es cortical, es decir que tienes un daño a nivel del nervio óptico —entendía a la perfección cada palabra, yo mismo había estado estudiando por varios meses esa clase de afecciones, mucho antes de que la tuviera que vivir en carne propia—. Mis colegas han descubierto una manera de repararlo casi completamente implantando trozos de nervios no dañados... es una operación compleja —agregó acongojado.
Asentí, claro que era compleja. Jamás había pensado que aquello era posible y temía a tantas cosas que ya se me era imposible enumerarlas.
—Y si hablamos del costo... —musitó insegura mamá—, ¿de cuánto estamos hablando?
—Bueno, es una técnica nueva... —vaciló el hombre frente a nosotros—, por lo tanto serían unos treinta mil dólares.
El silencio nos llenó de nuevo. ¿De dónde sacaría treinta mil dólares en un mes? En mi vida había tenido tanto dinero en mis manos.
—No hay problema —dijo mamá y me sorprendí.
—Mamá, ¿qué quieres decir? Son treinta mil...
—Rich, no te preocupes por nada. Lo tengo todo cubierto —afirmó mi madre, llegué a pensar que se había vuelto loca o que no había oído la cifra.
El doctor Mayer comenzó a hablar de firmar papeles, confirmar fechas y demás cosas que lentamente iba dejando de escuchar, no porque no me interesaran —después de todo mamá estaba oyendo cada detalle por lo que no me perdería de nada—, sino que estaba intentando no caer en pánico bajo la circunstancia. Porque si poníamos las cartas sobre la mesa, podría ver o no en partes iguales, pero ¿y si algo salía peor y no pasaba ninguna de las dos cosas?
Me estremecí. Era demasiado joven y estaba enamorado, recién ahora podía considerarme vivo. Y no quería perderlo todo, no ahora.

________ notó mi reacción y me tomó del brazo, colocando su mentón en mi hombro y susurrando en mi oído:
—¿Estás bien?
Giré mi rostro hacia ella y nuestras narices se rozaron. Tenía que luchar, cuando en ese momento tenía una razón de lo más poderosa por vivir. Sonreí.
—No te preocupes —murmuré e increíblemente sentí que no había nada de qué preocuparse.

Faltaban pocos días para Navidad, la primera Navidad sin papá y, sólo unas semanas antes podría haber jurado que ésa sería la peor de todas, una que sólo compartiríamos mamá y yo solos en casa. Podría haberle puesto la firma a que esa noche dormiría temprano, que no habría gran cena ni que estaríamos tan entusiasmados al recordar lo diferente que sería del año anterior.
Sería diferente, de eso no había duda. Sería mejor.
Luego del armado familiar del árbol navideño —en cuyo proceso participé siendo quien obedientemente pasaba las esferas y guirnaldas— del que participó mi reciente novia que prácticamente vivía en casa y quien además ayudó en las compras de última hora, nos disponíamos a celebrar como hacía años no lo hacíamos. Felices.
Mamá tuvo la gran idea de invitar a cenar a los Hadgen, quienes llegaron con el postre preparado especialmente por Gina. Su pie de limón con receta que había pasado de generación en generación era su especialidad, y yo lo había comprobado con mis propias papilas.
La comida de mamá más la de mi suegra podía traducirse como un manjar exquisito. La mejor cena lejos.
Luego de comer, ________ y yo jugamos un rato con la pequeña Sara, quien rápidamente había entrado en confianza. Yo no podía hacer mucho, me limitaba a escucharlas reír en coro, tildándome de vez en cuanto al oír a mi novia tan alegre.
—¿Richard? —me había dicho ella con su vocecita aguda.
—Si, estrellita —ése era el apodo que había encontrado para ella.
—¿Por qué nunca te quitas los lentes? Aquí no hay sol —dijo inocentemente.
—Sara... —le reprendió su hermana.
—Está bien, __. Es que soy ciego, no puedo ver —expliqué con dulzura acariciándole las mejillas.
—Eso ya me lo contó ____. Digo que porqué no te quitas los lentes. ____ me dijo que tienes hermosos ojos —mi novia carraspeó sonoramente, enarqué una ceja hacia el sonido—. También quiero verlos.
Reí entre dientes ante tan delicado pedido, como si pudiera negarme. Me quité los lentes y mi cuñadita exclamó un "¡Wow!" que creí exagerado.
Sara —con su creciente curiosidad incluida— se quedó dormida en un rincón del sofá que los tres compartíamos al cabo de una hora, según ____, había estado saltando por la casa toda la tarde preguntando cuánto faltaba para ver a 'Richurki' como me había apodado.
Mientras tanto, Greg parecía estar fuera de lugar en la cocina y en el living. En la cocina porque mamá y Gina hablaban de nosotros, recordando los viejos tiempos e intercambiando anécdotas vergonzosas.
Y en el living porque _____ y yo habíamos huido de la conversación de nuestras madres y nos manteníamos abrazados dentro de nuestra burbuja a un lado de la chimenea, sentados en la alfombra. Era casi inútil que nos hablaran del mundo exterior.
De vez en cuando la besaba, me perdía en su sabor, en su aroma, en su suavidad. Era muy afortunado, la tenía para mí y no podía pedir nada más. Excepto, quizás, volver a ver sólo para conocerla. No importaba que fuera por un segundo, me bastaba con verla aunque luego no volviera a ver jamás, quería guardarme su imagen real, una que reemplazara a la limitada y poco dibujada imagen de mi mente.
En casa tratábamos de no hablar de la operación, no cuando aún faltaban un par de semanas, con el objeto de no ponernos nerviosos ante algo inminente.
—¿Sabes qué es gracioso? —me dijo ____ acostada con la espalda en mi pecho y mis brazos rodeándola.
—No, ¿qué cosa? —susurré escuchando el crepitar del fuego.
—Que mamá pensaba que éramos novios desde la vez que te llevé a casa —y reímos.
—Parece como si todos lo creyeran. Incluso Nolan creía que tú y yo teníamos algo desde hace tiempo.
—No estaban muy equivocados, ¿cierto? —musitó descansando su nuca en mi hombro y levantando sus labios hasta mentón.
—Cierto —acepté y me incliné a besarla cortamente—. ¿Te quedarás? —pregunté.
—Eso creo, Pattie no nos dejará volver a casa bajo la tormenta de nieve.
—Gracias a la tormenta de nieve —dije y ____ rió entre dientes. Nunca había estado más agradecido de los fenómenos climáticos.
—Si quieres me paso a tu cuarto cuando todos se duerman —susurró suavemente en mi oído de una manera que se me erizó la piel.
—Ok, te esperaré.
Alguien se aclaró la garganta en alguna parte detrás de nosotros. Greg.
—Hija, Pattie nos preparó las habitaciones. Tu madre y yo iremos a dormir ahora, ¿traes a Sara?
—Claro, papá —aceptó ella desde mis brazos levantando levemente la cabeza y antes de irse me murmuró—: nos vemos en un rato.
Me dio un beso y se puso de pie.
Tardé unos minutos más antes de ir a mi cuarto, a juzgar por el escaso calor que el fuego estaba emitiendo ya, pronto se extinguiría por lo que no tardé en alistarme para dormir.
El edredón frío me hizo tiritar tenuemente cuando me arropé entre las tapas. Me crucé los dedos detrás de la nuca y esperé a que ____ llegara.
Dos golpecitos sonaron desde la puerta del baño.
—¿Rich? —dijo una voz suave y dulce, le sonreí al techo.
—Pasa —invité.
—Mi colchón lo está usando Sara, espero no te importe compartir el tuyo —susurró en el medio del silencio y bastó que terminara de hablar para que le hiciera un lugar en mi cama de una plaza.
El edredón, aunque tibio, ya no me haría tiritar.

"Luz de Media Noche" (Richard Camacho y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora