"Dosis Necesaria de tu Presencia"

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Luego de aquel sueño, hermoso y torturador como imposible, me costó una vida volver a dormir. Estaba ansioso, la adrenalina corría por mis venas y no lograba desembarazarme de la sensación de hormigas acampando en mi estómago de sólo imaginar que podría –con suerte— volver a escucharla.

De sólo recordar aquel perfume floral con el que me había deleitado por dos maravillosos meses, mi corazón latía casi tan rápido como si supiera que ella estaba frente a mí.

Esa mañana desperté diez minutos antes de que mi despertador sonara y los nervios seguían allí, como toda la noche, hasta el punto de que lograran que me quemara con el café cuando me lo estaba sirviendo, de la misma forma que no me pasaba desde hacía semanas, desde que había perfeccionado mi manejo de la cocina.

Rebusqué en el botiquín que siempre tenía a mano y me formé una torpe venda alrededor de mi palma izquierda antes de continuar con mi desayuno, que dicho sea y de paso no logré terminar pues simplemente se me había cerrado el estómago después de darle un par de mordiscos a mi tostada.

Mamá me había regalado un reloj parlante unos días atrás por lo que sabía que eran las nueve de la mañana cuando busqué mi bastón blanco antes de partir, era el mismo que _______ me había regalado y que me había negado a reemplazar. 

Andar por las calles de Stanford me era muy sencillo ahora, lo único que representaba un poco más de dificultad era el hecho de cruzar las calles cuyas esquinas no tuvieran semáforos sonoros y donde no había alguien que me ayudara a cruzar.

Ni modo, no podía depender de nadie.
Aunque debía aceptar que me decepcionaba saber que las personas seguían tan encerradas en sí mismas que no podían ver la necesidad de algunos. Y no lo decía sólo por mí... me había dado cuenta desde antes de quedar ciego. La gente raras veces se prestaba a ayudar a cruzar la calle a un anciano o a ceder el asiento en los buses.

Era triste, pero real.

Caminé por las calles que había estudiado días antes sólo para saber dónde quedaba el hospital en caso de que lo necesitara, por las dudas, prestando la máxima atención con mis oídos. 
Tomé una gran bocanada de aire cuando las sirenas de ambulancia comenzaban a abundar y se detenían a un costado. Tanteé el suelo con el extremo de mi bastón y supe que delante era cristal, la puerta supuse.

Recordaba que era automática por lo que se abrió cuando di un paso hacia delante con un sonido que lo avisaba.

Me dirigí hacia la recepción con pasos titubeantes —más por la ansiedad que por el mismo temor a tropezar o a caer sobre alguien—, de donde provenía el sonido grave de un teléfono y el de una mujer respondiendo las llamadas. A mis lados, los murmullos de varias personas.

Esperé a que la mujer recepcionista cortara la llamada con la que se entretenía y me paré frente a ella con el mueble en medio de ambos.
—¿En qué puedo ayudarlo? —me preguntó amablemente con una voz ronca que la delataba de su cansancio.

—Buenos días. Busco a la señorita _______ Hadgen, sé que cubre turnos aquí a estas horas —dije intentando ignorar el cosquilleo en mi pecho al nombrarla.

—Oh, claro. Déjeme ver si se encuentra en Urgencias.

—Muy bien —concedí y esperé escuchando cómo la mujer volvía a marcar el teléfono.

—Hola, ____. Sí, todo bien. Oye, tienes visitas —un corto silencio—. Déjame preguntarle. Disculpe ¿cuál es su nombre? —se dirigió a mí.

—Dígale que soy el señor Camacho —pronuncié con una sonrisa.

—Es el señor Camacho, ____ —otro silencio—, ok. ¿Vienes o quieres que te lo envíe? Ok.

Y cortó.

"Luz de Media Noche" (Richard Camacho y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora