"La boda"

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  El tiempo no podía haber pasado tan rápido. No. Aún tenía tanto que hacer y comenzaba a pensar que llegaría tarde a mi propia boda y eso no podía permitírmelo. ¡Y yo que pensé que tres meses alcanzarían para hacerlo todo!
Quise gritar al ver que daban las siete de la mañana y la ceremonia por iglesia era a las once y yo aún no entraba al baño.

Quise volver a gritar al saber que ____, mi futura esposa, estaba sólo un piso más abajo y no podía verla. Me sentía encerrado y enfermo.
El agua caliente de la ducha no me aclaró la mente lo suficiente ni hizo desaparecer los nudos de mi espalda. ¡Casarse no podía ser tan estresante por todos los santos!
Intenté calmarme, no había porqué sentir la necesidad de partir en dos el suelo. Me haría daño, es lo que traté de convencerme. Respiré hondo mientras el agua seguía cayendo por mi cuerpo y evitaba pensar en cualquier cosa.
Una nebulosa mental cubrió el desayuno que los chicos me habían subido, porque tampoco podía bajar por miedo a que hiciera trampa y me colara al cuarto de la novia —ganas no me faltaban—. Mamá y Gina se mantenían trabajando con _______. Mis amigos se habían convertido en algo muy parecido a unos guardias de seguridad con orden expresa de no dejarme salir. Y lo peor era que hacían demasiado bien su trabajo.
Me vestí dentro de la misma nebulosa que, al menos, mantenía mis nervios a raya, y todo lo que pude captar fueron los agujeros donde debía introducir brazos y piernas para no terminar vestido como niño de dos años. La corbata debió de anudármela Joel, mi padrino de bodas, yo no confiaba en mi aparente tranquilidad y dudaba que lograra realizar una tarea tan sencilla y a la vez que requería paciencia.
—Tranquilo, RC —me dijo Joel mientras cruzaba el extremo grueso de la corbata sobre el más delgado —, verás que todo sale bien ¿o piensas que ____ podría dejarte plantado? —y rió.
—Podría —afirmé en un susurro.
—Sabes que en realidad no lo crees —musitó él todavía más seguro.
Ésa era la razón por la que lo había elegido a él como mi padrino y no a Chris y su facilidad por hacer chistes de la más tensa de las situaciones o a Zabdi y Erick y sus extraños consejos sobre qué hacer en situaciones de estrés, no compartía su idea de ponerle coñac al café para 'despertar' la vitalidad. Joel me conocía, a veces, incluso más que yo mismo.
—Tienes razón, Pimentel —pronuncié colocándole una mano en el hombro cuando él hubo terminado el nudo —. ¿Ahora qué hacemos? —pregunté, él aparte también era mi agenda.
Miró su reloj pulsera por un segundo y frunció el ceño, pensando.
—Creo que ya es hora ir a la iglesia, debes llegar antes que ____ —me explicó tomando su saco negro y calzándoselo.
Al escuchar su nombre la nubosidad a mi alrededor se disipó y los nervios reaparecieron. Me estremecí.
—Tranquilo —me repitió Joel con una risita. Asentí una vez, tenso.
Zabdiek, Christopher, Erick, Joel y yo, partimos en el auto del segundo con la radio encendida de fondo, mis amigos iban cantando alegremente una canción que no reconocí. Greg me dio un apretón de manos antes de que saliéramos y se quedó en casa a esperar por ____.
—¿Qué se siente estar a punto de casarte, Bieber? —me preguntó Zabdiel mirándome por sobre el asiento delantero. Me encogí de hombros tratando de describir la cantidad de sensaciones que me embargaban
—No sabría decirte, estoy nervioso, ansioso, feliz, quiero casarme, claro que sí, no puedo esperar para estar frente al altar de la mano de _______ —conté imaginándome la escena con una sonrisa—, pero al mismo tiempo me estremezco de sólo pensarlo.
—¿Por qué? —preguntó
Christopher, en el espejo retrovisor vi que me enarcaba una ceja.
—No lo sé, son sólo nervios —respondí—, nunca me casé —agregué con risas.

La Iglesia se encontraba aún vacía cuando llegamos, salvo por algunos empleados del servicio de recepción que habíamos contratado que se encontraban colgando flores blancas y cintas aquí y allá.
Los nervios se incrementaron cuando avancé por el pasillo por el que ____ caminaría en menos de una hora. Ése era uno de esos momentos en los que entendía porqué las mujeres se comían las uñas de las manos, yo mismo sentía la necesidad de hacerlo, o de hacer algo al menos.
Los chicos volvieron a encerrarme, como si temieran que me escapara y lo abandonara todo. Obviamente, no iba a hacerlo, de todos modos me mantuvieron lo que ellos llamaron "entretenido" en la oficina del párroco que llevaría la ceremonia, pero de entretenimiento no había nada.
Después de media hora, se nos unió el sacerdote que nos hizo compañía y nos contó las historias de las que había sido testigo, supe que sólo intentaba desviar mi atención hacia otras cosas que no me pusieran de los nervios. Se trataba de un hombre cano, de sonrisa amable y arrugas de la risa pronunciadas, sus ojos verdes brillaban detrás del cristal de sus lentes cuadrados y su sotana era de inmaculado blanco, con hilos dorados decorando sus bordes.
—Bueno, hijo —me habló poniéndome una mano en mi espalda. En ese momento, me encontraba paseando inquietamente a un lado de un estante lleno de libros gordos —, ya es hora. Salgamos y esperemos a la novia.
Sólo atiné a asentir y todos salimos hacia el altar, me sentía como si caminara sobre nubes, demasiado inestable que temía caer desmayado de un momento a otro.
El recinto se hallaba ya decorado completamente, como un sueño donde flores blancas y de tenue rosa daban un brillo onírico que casi me hizo creer que estaba durmiendo aún en mi cama. Los asientos estaban llenándose de personas como con un gotero, lentamente, de a dos. Reconocí a unos cuantos parientes míos que regalaban sinceras sonrisas desde sus lugares, era bonito reencontrarme con ellos aunque la mayoría no hubiera estado presente en la peor etapa de mi vida, la más oscura y una distantemente diferente a la que vivía en ese momento. Debía de ser más agradable para ellos apoyar a uno de los suyos en una boda que en una operación de cerebro. No quise pensar mucho en ello.
En su lugar, me dediqué a contemplar la otra mitad del auditorio, la parte colmada por familiares de ____. La mayoría me veía con curiosidad, ellos no me conocían y, aunque lo hicieran, yo no los conocía a ellos por lo que me limité a sonreír con amabilidad. Mamá, Gina y Sara aún no habían llegado, suspiré sonoramente y cerré los ojos unos segundos tratando de mantenerme tranquilo.
Zabdi, Erick y Chris me dieron un abrazo antes de ocupar sus lugares en las respectivas bancas cuando el sacerdote estuvo listo. Joel se ubicó un paso por detrás de mí que ya estaba en el punto exacto que me habían asignado. El órgano de la Iglesia empezó a resonar en el lugar en ese preciso instante, mi corazón pareció haberse detenido antes de reanudar su marcha a toda máquina, me ajusté la corbata, planché mi saco y crucé mis manos en la espalda.
A lo lejos, en la entrada de puertas ornamentadas, vi una figura pequeña y la primera en aparecer fue mi cuñada, Sara, con un delicado vestido rosa y una canasta de mimbre en las manos. Era la ternura personificada e iba dejando pétalos de rosas rojas por su camino.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí, apretó el paso y acudió a mí para darme un beso en la mejilla.
—Te ves bien, Richurki —dijo con su vocecita tímida.
—Y tú te ves preciosa, estrellita —le aseguré y le di un beso en el pelo, decorado con pequeñas florecillas blancas.
Ella me regaló una última sonrisa y se ubicó al lado de Gina, quien supuse sigilosamente se había colado por entre los pasillos. Mi suegra también me sonrió con aprobación tratando de insuflarme valor.
Cuando volví la mirada hacia delante, hacia el pasillo me creí muerto y en el cielo, los nervios habían desaparecido como por arte de magia y lo había sustituido la devoción.
Una joven de pelo medio recogido hacia atrás y con una corona en la cima de su cabeza, envuelta en una tela de suave color crema que resaltaba sus atributos caminaba hacia mí tomada del brazo de un hombre que conocía, mi suegro.
____ se veía como una princesa, llena de ternura y delicada sensualidad dentro del vestido de novia, con un ramo de rosas blancas en una mano y con paso lento pero decidido. Me quedé sin aliento al contemplarla, la luz proveniente de la puerta a sus espaldas le daba un halo de irrealidad que creí imposible de lograr.
Pero, ¿qué era imposible con ella? Nada lo era desde que la había conocido.
Cuando ambos estuvieron frente a mí, Greg tomó la mano de su hija quien no dejaba que me liberara de su mirada vidriosa y al borde de las lágrimas, remarcada en una espesa cantidad de pestañas, y me la entregó simbólicamente. La tomé encantado y no tenía la intención de soltarla en lo que me quedaba de vida.
—Sé que cuidarás de ella, Rich —afirmó cuando pensé que esas mismas palabras estarían transformadas en pregunta. Asentí decidido y Greg se ubicó a un lado de su esposa, en la primera fila a sólo un metro de nosotros.
Mamá me miraba con el llanto en las comisuras de los ojos desde el extremo del banco del otro lado del pasillo, apretando su bolso combinado a su vestimenta de celeste pastel como si se estuviera conteniendo para abrazarme. Le dediqué una sonrisa y una lágrima se escapó por su mejilla.
Moduló un 'te quiero' con los labios y le devolví el gesto colocando mi mano libre sobre el pecho.
Volví la mirada a mi prometida, a la luz de mi medianoche, a mi amada ____, siempre me había sabido una persona de muchas palabras pero en ese momento, teniéndola así tan hermosa, no podía decirle siquiera un 'Te amo' sin que me sonara insuficiente. Ella entrelazó sus dedos con los míos sin dejar de mirarme.
El sacerdote nos llamó la atención, la ceremonia podía comenzar.
—Estamos reunidos aquí, hoy, para unir a ________ y a Richard en sagrado matrimonio... —comenzó él y me sentí en paz.
Allí, de mi mano, a mi lado, se encontraba la razón de mi existencia, lo había sabido desde el primer momento, desde aquella primera vez en la que había oído su voz, desde ese momento supe, de alguna forma, que mi vida había cambiado para siempre. Ya no volvería a ser aquella eterna tarde de domingo colmada de discusiones ni aquella noche sin estrellas en la que la ceguera me había sumido, no, allí estaba ____, como mi ayudante, como mi amiga, como mi amor, colmándome de alegría y de razones. Sobre todo, razones. Porque a su lado no había manera de sentir dolor y porque me había enseñado a amar con el corazón, no con los ojos, me curó de heridas profundas con simples caricias y dulces palabras. Perdiendo batallas una y otra vez al principio pero sin rendirse, con paciencia, aceptándome como la nada que era y moldeándome en aquello en lo que me había convertido finalmente.
Y no se conformó con cambiarme la vida, además me daba el lujo de regalarme su amor, pidiendo a cambio sólo que la amara de vuelta.
—_______ _______ Hadgen, ¿acepta a Richard Yashel Camacho Puello como su esposo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte los separe? —preguntó el sacerdote frente a nosotros.
____ se giró hacia mí con una sonrisa, un brillo en los ojos y un apretón cariñoso de mi mano, nuestras miradas se entremezclaron a medio camino por un segundo en el que todo el mundo a nuestro alrededor había desaparecido.
—Sí, acepto —aceptó solemnemente con su voz dulce y melodiosa, sin deshacerse de mi mirada.
El corazón se me apretujó de felicidad y sentí que podía respirar con muchísima más facilidad. A nuestro lado, Sara nos ofrecía un cojín azul de borlas doradas donde descansaban nuestras alianzas. Tomé la más pequeña y la deslicé por el mismo dedo en el que se encontraba el anillo de compromiso que hacía tres meses había empezado a dibujar aquella ilusión.
—Richard Yashel Camacho Puello, ¿acepta a _______ _______ Hadgen como su esposa, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte los separe? —se dirigió a mí el cura.
—Sí, acepto —musité con seguridad y ____ derramó un par de lágrimas antes de colocarme el anillo.
Sus pequeñas manos temblaban alrededor de las mías y podía entenderla, si no fuera porque su belleza me había dejado petrificado estaría tiritando de dicha.
—Por el poder que me confiere nuestro Señor, los declaro marido y mujer —declaró el sacerdote mientras le daba un beso en la mano de ____ que hasta entonces sostenía—. Puede besar a la novia —me permitió con una sonrisa pícara en los labios.
Con suavidad, coloqué una de mis manos bajo la oreja de mi esposa y la otra en su estrechísima cintura, sin perder contacto con sus ojos verdes anegados de lágrimas, recorrí aquel camino divino que me llevaba hacia sus labios cálidos, refugio mío de anhelos. La besé con parsimonia, como si estuviera saboreando cada milímetro de su boca. Ella se aferró a mi espalda con ambas manos mientras de fondo se escuchaban los aplausos de todas las personas asistentes.
—Te amo —dijimos al unísono y reímos.
Le sequé las lágrimas con los pulgares antes de girarnos hacia la puerta y besé sus labios cortamente una vez más. Estábamos casados, y si no lo estuviera viviendo en carne propia, si no se me acelerara el pulso de júbilo, no lo estaría creyendo.
La gente se amontonó a nuestro alrededor cuando estuvimos fuera y nos bañó en arroz como la tradición lo especificaba, recibimos el abrazo de todos sin que nos soltemos de las manos.
El primero fue de Greg, un abrazo acompañado por palmadas en la espalda que buscaban ser fraternales, le siguieron Gina, que también lloraba, mamá, estaba en un peor estado que mi suegra, Sara se colgó de mi cuello cuando me agaché a su altura y mis amigos me regalaron un par de coscorrones en la cabeza cuando la multitud les abrió paso alegando que desde ese momento ya no tendría libertad.
Pero, de entre la marea de rostros conocidos y no tanto, sobresaltó uno por estar más alejado y ser condenadamente familiar. Jeremy, mi padre o quien en algún tiempo se permitió titularse de esa manera, se encontraba de pie, recostado contra un auto negro y con las manos en los bolsillos, vestía traje y supuse que había estado presente durante toda la ceremonia pero que yo estaba pendiente de otras cosas por lo que no me había percatado. Me sonrió dubitativamente en cuanto me fijé en él. A mi lado, ____ también se había dado cuenta de aquel hombre y me preguntó silenciosamente con los ojos qué haría, y lo cierto era que no sabía qué hacer.
¿Debía ignorarlo como él lo había hecho por tanto tiempo o aquello se trataba de una disculpa más sincera que la que me había hecho escuchar la última vez que lo había visto?
Mamá, un escalón más abajo en la escalinata de la Iglesia parecía saberlo todo y me miraba con el ruego oscureciendo sus ojos. Ella quería que todo estuviera bien entre nosotros.
Tomé aire y le di un beso corto a mi esposa, pronto entendió qué pasaría.
—Sabía que harías lo correcto, amor —susurró en mis labios.
Me deshice de la mano de ____ y me abrí camino entre la gente a fuerza de abrazos hasta detenerme a un metro de Justin, de... papá.
—Felicidades, hijo —me dijo él. Por primera vez en toda mi vida, mi padre parecía estar al borde de las lágrimas. Su máscara de seriedad eterna parecía estarse resquebrajando para mostrar a un Jeremy Camacho débil y... emocionado.
No lo dudé un segundo, el rencor no era algo a lo que estaba acostumbrado y no empezaría con la persona equivocada.
Di un paso con los brazos extendidos y papá y yo nos fundimos en un abrazo sincero. Quizás no había sido el mejor padre pero nadie nace sabiendo y él sólo había hecho lo que pensó estaba bien para luego darse cuenta de que en realidad no había sido así.  

"Luz de Media Noche" (Richard Camacho y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora