"Lo mejor de mi" 1

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  Casi de inmediato sentí el cuerpo de ____ a mi lado, con la tibieza que conllevaba aquella cercanía.

Ella encontró un hueco en mi hombro en el que su rostro encastraba perfectamente, como si hubiera sido hecho para ella y esa función. Suspiramos al mismo tiempo y comencé a acariciar su rostro con las yemas de mis dedos, la deliciosa suavidad de su piel me encantaba. Sus mejillas estaban cálidas, su nariz fría. Le coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y ubiqué mi mano a un lado de su rostro.
Vestía un pijama de una tela delicada que pude identificar como seda, demasiado liviana para esa estación del año, por lo que no tuve mejor idea que envolverla en mis brazos para transmitirle un poco de temperatura.
—¿No te parece que estás un poco desabrigada para una noche como esta? Hasta donde sé, está nevando —le reprendí cuando sentí que su camiseta del pijama era lo suficientemente corta como para dejar la piel de su cadera al descubierto.
—La verdad es que no tengo frío ahora —aceptó.
—La verdad es que yo tampoco —ambos medio reímos en la silenciosa noche.
—Si quieres voy y me pongo uno de los camisones de tu madre... —ofreció y se sentó en la cama. Sabía que era pura actuación, tomé su mano y tiré de ella hasta que retomara su lugar.
—Ni se te ocurra. Aunque lo hayas hecho a propósito, los camisones de mamá no son nada favorecedores.
—No lo hice a propósito, es el pijama que tenía más cerca...
—Ajá, y yo soy Brad Pitt —repuse con sarcasmo.
—Pues no tienes nada que envidiarle... —susurró sensualmente.
Se revolvió entre mis brazos antes de girarse y estirarse para empezar un beso que no parecía tener final, ni tampoco quería encontrarlo.
Nuestro beso comenzó como siempre, como suaves caricias de labios, con tanta delicadeza que daba la impresión de que se romperían ante la menor presión. Eran de ésos besos a los que ella me había acostumbrado, y eran los mismos que me llenaban de cosquillas el estómago.
Pero después de un minuto de tierno beso algo cambió. Ella abrió un poco su boca y delineó mi labio inferior con la punta de la lengua, en el mismo instante pasaron varias cosas: un escalofrío nació en mi nuca descendiendo por la columna hasta instalarse en forma de calor en el sur de mi cuerpo, su mano se enredó en mi cabello y mis dedos encontraron un sitio entre la seda de su camiseta y su piel, que para entonces parecía de gallina, al igual que la mía.
Me había vuelto un cazador, uno que aprisionaba sus labios para soltarlos y volver a hallarlos de nuevo, un segundo después era yo la presa.
El ritmo comenzaba a acelerar a una velocidad que hasta entonces no sabía que podía tomar, estaba descubriendo sensaciones nuevas, intensas, inagotables, excitantes... mordisqueé su labio suavemente y ella suspiró en mi boca llenándome de su aliento mentolado y automáticamente nos acercamos un poco más hasta que cada curva de ____ se acoplaba a mi torso.
Volvió a repetir su estrategia de desarmarme a base de caricias de lengua, me estremecí con más fuerza mientras la estrechaba en mis brazos.
Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba maliciosamente disfrutando de lo que lograba en mí. Si, quería guerra...
Lentamente y como si estuviera pidiendo permiso introduje mi lengua entre sus labios, como si quisiera saborearlos y nada fuera suficiente para lograrlo. Ella los separó enseguida y su lengua encontró la mía a mitad de camino al tiempo que sus manos descendían desde mi cuello por mi pecho y por sobre la musculosa que solía usar para dormir, deteniéndose en el borde donde se superponía con mi pantalón corto.
Nuestras lenguas se enzarzaron en un delirante juego, una especie de batalla que lograba que me nublara la mente. ¿Para qué necesitaba pensar en un momento como ese? Si me sentía como en el cielo...
Pero claro que necesitaba pensar...
De repente, una lámpara se encendió en mi cerebro, no una que me permitiera ver en medio de mi oscuridad ni mucho menos, una que me dejó entender aquel comportamiento, como si los dedos presionando la piel de mi cintura no fueran suficiente señal...
Pero no podía detenerme, no podía encontrar una pizca de racionalidad en medio de las hormonas desparramadas por todo mi cuerpo.
—________, detenme —supliqué sobre sus labios cuando nos separamos escaso milímetro a tomar un poco de aire.
Ella se detuvo.
—¿Por qué?
—No quiero hacerte daño —dije.
Porque era más que obvio que nada bueno saldría de un ciego que apenas era capaz de encontrar sus ropas dentro de sus cajones. Y ________ Hadgen se merecía lo mejor, la mejor de las sensaciones, la mejor de las noches.
—No veo cómo puedes hacerlo —me contradijo y su aliento me acarició el rostro. Eso no me ayudaba a poner un punto y aparte a aquello.
—Soy ciego, ____ —estaba harto de tener que repetirlo.
Esa maldita ceguera era lo que me limitaba en tantas cosas. Ni siquiera me dejaba demostrarle de manera tangible mi amor a la mujer que amaba.
—Ya lo sé y no sé qué tiene que ver. No hemos hablado de esto porque pensé que no sería necesario, que no supondría ninguna diferencia para ti... eso suponiendo que no quieres continuar por el simple hecho de tener miedo.
—¿Por qué otra razón puede ser? No quiero dañarte, no estoy seguro de poder...
—Ok, no te preocupes —dijo ella y después de un beso corto volvió a su lugar en mi hombro.
La abracé con fuerza deseando fervientemente socavar un poco de confianza en mí mismo de alguna parte.
La amaba, eso era obvio. Pero no encontraba una prueba lo suficientemente contundente —y posible— que se lo demostrara a ella.
Sabía que quizás ____ no la necesitaba, sin embargo quería dársela.
—¿____? —la llamé—, ¿estás bien?
—Muy bien —dijo ella susurrando—. Perdóname por esa explosión hormonal —ambos reímos por lo bajo—, ¿recuerdas cuando yo era la violadora visual?
—Ajá.
—Creo que no pude superar esa etapa.
Volvimos a reír.
—Después de todo, es tu culpa y siempre lo ha sido. No tienes derecho a dormir en esas fachas justo cuando vengo a hacerte compañía en la noche de Navidad —ahora ella me reprendía...
—Mira quién habla de ropa inapropiada —dije con sarcasmo. ____ rió.
—Te quiero, Rich... y confío en ti ciegamente, y no lo digo por decir, de verdad lo hago. Creo que confío por los dos.
—Me alegra saberlo. Y también te quiero.
—No pensé que una chica llegara a decir esto pero, esperaré pacientemente a que estés listo.
En mi interior, comenzó una disputa entre mi deseo por ____ y la desconfianza en mí mismo.
¿Podría darle lo mejor? ¿Lo que se merecía?
La respuesta estuvo en un pequeño beso de mi novia en el momento preciso en que el deseo ganaba a la mente y en lugar de permitir que volviera al inocente espacio en mi hombro acuné su rostro en mis manos y la besé con entusiasmo.  

"Luz de Media Noche" (Richard Camacho y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora