En el aeropuerto

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La semana antes de nuestra partida creo que fue la más larga de mi vida. Estuve siempre pensando en el viaje, las fotos prometidas, los paisajes, los momentos con Lisa... Toda esa felicidad parecía tan inalcanzable... ¿Qué había hecho yo para merecer toda esa felicidad junta? Era un milagro... El día de la partida fue una locura. Llantos maternales, despedidas afectuosas, promesas de hacer llamadas que nunca ocurrirían... Todo como si nos fuéramos a vivir al Caribe. Quizá algún día, pero no era la ocasión. En menos de lo que canta un gallo estábamos Lisa y yo sentados en nuestros respectivos asientos de avión, que por suerte no había tenido ni un solo minuto de retraso. Cuando despegamos, como siempre me dio algo de miedo, pero lo superé. Un montón de tiempo después, luego de haber dormido la mitad del viaje, comido la mitad del otro tiempo y charlado con una Lisa bastante cansada el resto del tiempo, aterrizamos. No puedo describir la alegría que sentí cuando el avión rozó el suelo. Era libertad total... Ahora mi vida estaba de verdad en mis manos. Bajamos junto a los otros pasajeros y fuimos a recoger las valijas. Estábamos las dos molidas. Tanta excitación por un día había sido suficiente. Ahora lo único que queríamos era dormir.

El hotel era precioso. La fachada era de estilo playero, tenía una pileta enorme, un jardín magnífico con bancos esparcidos por todas partes y la arena de la entrada era de un blanco perfecto. Nuestro hotel se encontraba exactamente a una cuadra de la playa. Por el interior era casi tan lindo como por el exterior: piso y paredes de mármol y muebles antiguos muy bien distribuidos. Nos registramos en la recepción del hotel y subimos a nuestra habitación. Era tan perfecta... Piso de madera estilo "parquet", alfombra bordó en el medio del cuarto, paredes blancas y una cama doble con acolchado color crema. Había muebles de madera de roble por la habitación. Un escritorio, una biblioteca pequeña, dos mesitas de luz, un amplio armario y un tocador precioso. Apenas cerramos la puerta de la habitación lo primero que hicimos fue gritar de emoción y comenzar a vaciar las valijas.

La vida de EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora