Copos de nieve.

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— Graham —escuchó una voz lejana—. Vamos, Graham, despierta.

Los ojos del pequeño comenzaron a abrirse de a poco y el sonido de aquella voz se sintió más cerca de repente. Un poco atontado, abrió los ojos por completo y compuso su postura para poder ver qué era lo que estaba pasando.

— Hemos llegado, pequeño —identificó la voz de hace unos segundos. Era la mujer con la que viajaba.

El niño asintió dando a entender que ya estaba despierto completamente. Estiró su cuerpo y tomó la mano de la señora para salir del auto.

Al bajar, sintió de nuevo esa ola de frío que invadía todo Colchester. Respiró profundamente, disfrutando del aire frío que entraba por sus pulmones y congelaba todo su cuerpo. Tocó su nariz y se emocionó un poco al sentirla helada.

— ¿Verdad que mi nariz está roja, señorita? —preguntó emocionado sin dejar de tocar su nariz.

Ella rió al notar lo mucho que le emocionaba al pequeño el clima frío.

— Si, Graham, y tus mejillas no se quedan atrás.

Luego de ese comentario, la sonrisa de Graham no tardó en desaparecer.

Graham solía odiar el frío y siempre prefería pasar el invierno en casa con su madre mientras su padre le rogaba que salieran a jugar en la nieve. El pequeño nunca se había atrevido, hasta que a sus siete años, el auto familiar quedó atascado en el hielo con todos ellos dentro. Recordaba recordaba el miedo que sintió en ese momento. No le agradaba para nada sentir como si sus pequeños huesitos fueran a romperse.

— No le temas a la nieve, Grah —lo consolaba su padre— No tiene por qué asustarte algo tan divertido.

—Pero papá, podríamos congelarnos —decía él asustado aferrándose al cuerpo de su madre.

— Vamos, hijo. Si juegas con ella, nunca podrá romper tus huesos o dejarte congelado porque tú tendrás el control.

En ese momento, decidido a no dejarse vencer por la nieve, salió con sus padres del auto y como tres niños comenzaron a arrojarse y a esquivar bolas de nieve. Graham sintió como su cuerpo se congelaba pero sabía que si no se asustaba ni perdía el control, todo estaría bien.

— ¡Mamá! ¡Papá! —gritó asustado viendo su rostro en la ventana del auto— ¡Mi nariz está roja! ¡¿Se va a caer?!

Su padre corrió a su lado y se puso de rodillas para poder mirarlo directamente.

— No, hijo —rió—. Mira, tu mamá y yo también tenemos narices rojas. Eso pasa porque la nieve acaricia nuestra piel y hace que nos sonrojemos.

Graham sonrió inocentemente de oreja a oreja. Acarició su nariz y luego sus mejillas. No entendía por qué solía tenerle miedo a la nieve, cuando siempre fue tan amigable.

¿Por qué tan feliz tan de repente?

Graham volvió al presente al escuchar la pregunta de la mujer. Miró al cielo por unos segundos y devolvió la mirada a la señora con su sonrisa aún en el rostro.

— Porque la nieve es mi amiga —respondió— Y me gusta pensar que mis papás están siendo libres como copos de nieve.

— Seguramente si, Graham. Seguramente si.

orphelins :: gramonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora