II

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Cita

La entrevista fue corta, algunas preguntas generales sobre su vida y por supuesto, la disponibilidad horaria. Era usual que algunos jóvenes quisiesen tener su propio dinero y ella no era la excepción, sobre todo con 18 años de edad, ¿qué jovencita de si edad no quisiese salir de fiestas los fines de semana? No quería pedir dinero a sus padres cada que sus compañeros de escuela organizaban alguna fiesta o reunión; además, contaba con la aprobación de sus padres para obtener un empleo, siempre y cuando no descuidase sus estudios (sin mencionar que era su último año y el próximo comenzaría la universidad). Después de los primeros días, los nervios disiparon y pronto se habituó al entorno.

Cada tarde, posterior a terminar con sus responsabilidades en la escuela, se dirigía hacia la cafetería en la cual se desempeñaba como camarera. Las primeras semanas fueron tediosas porque debió aprender a transportar bandejas repletas de tazas con café, vasos con jugo, platos con aperitivos, entre otros similares. Con el paso de los meses y después de algún que otro accidente sin relevancia (tazas y vasos que s le cayeron sin querer), aquella ardua tarea se convirtió en algo natural.

Regalar sonrisas carismáticas y hablar con nitidez y fluidez, fueron actitudes que la orillaron a ganarse una reputación jovial y empática para con sus compañeros de trabajo, pero aquello también repercutió de buena manera para con los clientes del café. Sin embargo, su actitud acarreó la atención de chicos que quedaban hechizados gracias a su personalidad risueña y gentil y más de uno tuvo la osadía de invitarla a salir a citas. Rechazó cada una de esas invitaciones alegando que no tenía tiempo para ese tipo de salidas. Aun así, fin de semana por medio, aceptaba salir de fiesta con sus compañeros de escuela. Quizás era la excepción porque encontraba justo salir con ellos y no con algún chico cuyas intenciones eran con fines románticos e incluso en mas de una ocasión le preguntaron el porqué siempre los rechazaba y ella solo negaba con la cabeza y se encogía de hombros como si no fuese la gran cosa. Si lo pensaba detenidamente, sí había algo extraño y era que nunca se sintió atraída o interesada en algún chico. La mayoría de las chicas que conocía tenían novios y muchas veces escuchaba hablar sobre ciertas cosas íntimas. Ella no era de conversar de temas tan personales porque muy en el fondo sentía vergüenza y aquellas chicas estaban en otro nivel.

Supuso que en algún punto comenzaron a aburrirse de ella porque muchos dejaron de hablarle  y solo lo hacían si era por temas referentes al trabajo en común en la cafetería. Se sintió desplazada, dejada de lado solo por no tener interés en muchachos.

Los meses siguieron transcurriendo, llegó la fiesta de graduación y con ello, el final inminente de su etapa como estudiante de secundaria. Ahora, con 19 años de edad, estaba lista para emprender una nueva vida.

En las vacaciones continuó trabajando en la cafetería cumpliendo un horario completo y fue una mañana de febrero cuando su visa dio un giro que marcaría, desde entonces, el cursi de su vida.

Al principio creyó que no era posible, que no era normal y que definitivamente había algo mal en ella, pero a medida que los días pasaban, recordó que aquello siempre estuvo allí, escondido, aguardando por ser liberado. El detonante para que aquello emergiese, fue la chica que entro aquella mañana de febrero y pidió un simple café.

Las vuelta de la vida y del destino, trajeron consigo a aquella fémina de unos llamativos ojos color marrón, cabello castaño oscuro y sonrisa aniñada. La encontró simplemente hermosa e incluso atractiva. Fue en ese momento que vetustos recuerdos despertaron y comprendió ciertas incongruencias en su forma de se, como todas las veces que miró detenidamente a una compañera de curso o como muchas veces quiso tomar la mano de ésta y sencillamente caminar rumbo a casa o aquella vez —después de la clase de ginnasia— que detalló el cuerpo de su amiga mientes ésta se cambiaba de ropa y sintió el repentino impulso de acercarse y acariciar el rostro sonrosado producto de los diez minutos que estuvieron corriendo en la pista de carretas. Las memorias seguían emergiendo una tras otras hasta que la realidad la golpeó férreamente trayendo consigo aquella verdad escondida.

Ella nunca estuvo confundida y no era como si odiase a los chicos, era solo que amaba a las féminas y se preguntó, ¿qué había de malo en eso? No, de hecho, no había nada malo porque ella seguía siendo ella y su personalidad seguía siendo la misma. Había estado tanto tiempo ensimismada en las situaciones cotidianas que no se percató —hasta conocer a la chica de llamativos ojos color marton— que debía comenzar a vivir su vida tal cual era.

Y aquella chica de llamativos ojos color marrón la invitó a salir; sí, una cita romántica y deseó que fuese la primera de muchas otras mas.

Los años pasaron, su vida modificó por completo. Finalizó la carrera de profesorado de literatura y contaba con un par de propuestas de parte de dos escuela primarias, sus padres estaban orgullosos y su esposa, cuyo llamativos ojos color marrón la conquistaron por completo, mucho más.

Antología de ArcoírisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora