Día 1

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Estaba aterrado. No fue buena idea salir a buscar comida, definitivamente no. Las provisiones aún aguantaban un poco más, maldita sea. Ahora ellos están tras la puerta, golpeándola sin descanso, emitiendo esos sonidos guturales que a estas alturas me han destrozado los nervios. Cada vez son más, y sé que tarde o temprano romperán la puerta. Tengo que escapar de aquí antes de que eso ocurra.

Después de pensarlo, encontré una salida, arriesgada, pero la única posible. La ventana de mi habitación se convertía en mi vía de escape. Rápido, recogí lo esencial: los víveres que me quedaban, algo de agua, un cuchillo, un abrelatas y la cuerda que tenía en casa de cuando solía pescar.

Aseguré un nudo firme al pie de la cama, tiré el armario encima de ella para mantenerla en su lugar y me preparé para descolgarme desde la ventana del tercer piso. Me puse la mochila con mi "kit de supervivencia" improvisado, respiré hondo y me asomé. Miré hacia abajo, temiendo ver alguno de ellos, pero seguían ocupados detrás de la puerta. Bajé poco a poco, pero entonces lo oí. El crujido de la madera al romperse. La puerta había cedido. Imaginé una marea de cuerpos putrefactos desbordándose hacia el salón, y fue entonces cuando recordé algo que me heló la sangre: no había cerrado las puertas del salón ni de mi habitación antes de salir. Suspendido a varios metros de altura, apreté el ritmo al sentir el pánico trepar por mi columna. Estaba casi en el suelo cuando el primero de ellos apareció en la ventana. Al divisarme, soltó un gemido y extendió sus brazos, tratando de alcanzarme. Sabía que en cualquier momento se lanzaría sobre mí, así que me dejé caer, aterrizando de mala forma y haciéndome daño en el tobillo izquierdo.

Solté un alarido, amortiguado por el miedo a atraerlos, pero me incorporé como pude y me impulsé para huir. Eché a correr cojeando, y detrás de mí escuché cómo los no-muertos caían desde la ventana, rompiéndose los huesos al impactar contra el pavimento, pero nada parecía detenerlos. Seguí avanzando, sin saber a dónde ir, solo con el instinto de escapar. A mi alrededor, las calles desiertas estaban repletas de coches destruidos, cadáveres y restos carbonizados. El tiempo que había pasado escondido me había aislado de la magnitud de lo que estaba ocurriendo, pero ahora lo veía claro: el mundo que conocía se había convertido en una pesadilla. Todo lo que una vez perteneció a la humanidad había desaparecido. Solo quedaban calles vacías de vida, pero llenas de muerte, de un silencio frío, tan helado como los monstruos que acechaban detrás de cada puerta, cada esquina, en cada sombra.

Encontré un vehículo que parecía en mejor estado que el resto. Sin pensarlo dos veces, me acerqué y, con un atisbo de esperanza, intenté arrancarlo. Fue el segundo gran error del día. La primera insensatez me había dejado sin mi refugio; esta segunda casi acaba conmigo. Mientras giraba la llave, sentí un tirón en la mochila. Algo tiraba de mí, y al girarme vi por el rabillo del ojo a uno de ellos, que había logrado acercarse sin que me diera cuenta. Intentó morderme, pero la mochila me dio unos segundos de ventaja. Notando que solo me sujetaba de ella, me incliné hacia adelante y conseguí zafarme. El monstruo, de ojos vidriosos y blancos como la leche, se quedó inmóvil por un segundo. Aproveché ese instante para recuperar mi mochila, pero la fuerza con la que se aferraba a ella me dejó impresionado. No tenía tiempo. Otro podría aparecer en cualquier momento, así que, ignorando el dolor en mi tobillo, le lancé una patada en el pecho. La criatura cayó de espaldas y, por suerte, soltó la mochila. No perdí ni un segundo: la cogí y salí corriendo.

Seguí adelante, y finalmente llegué al puerto de Málaga. Lo que vi allí me dejó petrificado. Aquel era el paisaje más grotesco que jamás había presenciado, algo que ni en mis peores pesadillas podría haber imaginado. Me llevé las manos a la boca, abrumado y tratando de procesar lo que veía frente a mí.

—¿Qué ha pasado aquí? —murmuré, aunque en el fondo sabía que era una pregunta sin otra respuesta que no fuera muerte.

52 DíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora