Lo que creo fueron unos segundos después, volví en mí. Pude percibir ese hedor de nuevo, y de inmediato abrí los ojos, encontrándome cara a cara con aquella figura encima de mí. Sentí algo húmedo por mi cara, mientras esa cosa me sacudía de un lado a otro. Necesité otro segundo para entrar en pánico... y otro más para entender qué estaba sucediendo y por qué no estaba muerto todavía. Con un movimiento brusco, me desprendí y me puse de pie, listo para huir de nuevo hacia la cubierta.
Entonces oí un sonido inesperado. Ese "algo" que me había atacado emitió un sonido... familiar. No era el típico gemido de los monstruos. Era un ladrido.
—Espera un momento —me dije a mí mismo—. ¿Un ladrido?
Me di la vuelta y vi cómo un perro asomaba la cabecita por la puerta, con la lengua afuera y una expresión amigable en la cara. En ese instante me quedé sin saber qué hacer. Pero, en cuanto procesé lo que veía, algo cálido se encendió dentro de mí, algo que creía olvidado. Sin dudarlo más, me abalancé sobre él, abrazándolo y acariciándolo sin parar, a pesar del hedor que desprendía. Era el primer ser vivo que veía en tanto tiempo, y en un instante mi soledad se desvaneció.
Pero ¿cómo era posible? ¿Cómo había sobrevivido tanto tiempo encerrado?
Decidí investigar. Armado de valor y respirando por dentro de mi camiseta, bajé de nuevo las escaleras para ver cómo había logrado subsistir. Al echar un vistazo, me di cuenta de que alguien había instalado un sistema que transportaba agua de los depósitos hasta un cuenco con un sensor de volumen. El sistema era sencillo, parecido al de una cisterna: cuando el cuenco se llenaba, el sensor subía y cerraba la válvula que dejaba salir el agua, y, a medida que el cuenco se vaciaba, la válvula volvía a abrirse para llenarlo.
—Increíble —murmuré para mí mismo.
Volví a la planta superior y le di al perro algo de comer, algo mejor que el pienso, del que había montones en el almacén. Luego decidí lavarlo; no era jabón para perros, pero, entre eso y dejarlo cubierto de mugre, la elección era obvia.
Cuando terminé, me preparé una lata de alubias de la despensa y las calenté en el microondas. Nos sentamos arriba, al aire libre, el perro a mi lado, rodeados de la paz y tranquilidad del mar. Me di cuenta de que ese era el mejor día de mi vida desde que todo había comenzado.
Con el can echado a mis pies, me acomodé en uno de los sofás de la cubierta y, mientras el sol acariciaba mi cara, sonreí. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz. Cerré los ojos y, sin resistirme, me quedé dormido.
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52 Días
General FictionDe un día para otro, la humanidad se enfrenta a la extinción total. Miles de millones de vidas son arrancadas, amigos, parejas, hijos... todos desaparecen. En su lugar quedan miles de millones de monstruos sedientos de sangre que, darán caza a todo...