Caminando sobre de las calles de roca. Teatros y bares. Ella solía llamarla “la ciudad del arte’’ Se sentía la vida en el camino. Disimuladamente (fingida disimulez) mirola. Aquellos hermosos y profundos ojos verdes a su izquierda. Como si quisieran hablarle. El camino era hermoso (¡y más hermosas aun sus vistas!) Y… ¿podría ser una ilusión? (no lo creo, aquello pasó… ¡y vaya si pasó!) sus dedos se rozaron. Creyó darse cuenta ahí de que algo pasaba. (la cosa apenas empezaba…) ¿Pudiera ser que tal vez fuera la persona que esperaba? (¿preguntas? Dudas vagas y traidoras… ¡el corazón no miente!) en una calle se detuvo. Pudo ver su sonrisa. Y wow… su sonrisa… Creyó morir al ver su sonrisa. Y entonces lo oyó por primera vez (y han sido muchas desde entonces) pero ninguna como aquella en que oyó a su amor cantar por primera vez. (Maldito bandido amor… ¡cuándo vienes a aparecer!) Y cuando sus verdes lagunas tan profundas como el océano miraban, encontrándose con las suyas, sentía las rosas florecer en su interior, los pétalos del cerezo volar y veía la vida sonriente (sonriente solo a su lado, ¡qué fácil el autoengaño!) y se clavaba un puñal en su alma cuando pensaba que tal vez solo se equivoca (no hablemos de dolor… ¡verás cuando se marche de su lado!) pero solo no dejaba de pensar en su mirada (no ames en vano) Oh, mucho me temo que esa pena no se escoge...