Se iluminan las brillantes garras de yelo, reluciendo como cristal blanco. Son las joyas del cielo, un paraíso de mármol. Los jóvenes contemplan la línea que separa el azul del plata, y los ancianos se callan, no dicen nada. El alba se pone y los ojos se cierran, ya no quedan copos verdes. La soñolienta mirada del altivo espejo se curva, le llaman crepúsculo. Se escurecen las brillantes garras de yelo, brillando como cristal carmesí. El humo de café quemado las funde, ¿para qué vivir? Si son lagrimas de nieve, se acuchillan entre sí. Si son solo colmillos, de un lobo plata y gris. Cuando el fuego llama al paso, el fondo blanco sigue allí, pero nadie lo mira, ¿para qué más? Son preciosas vistas, para sus espaldas. Y aunque no sea importante, al menos para mí, ¿sería el día igual, si no estuviera aquí? Si cuando con pasos temblorosos, parten a buscar, una fortaleza de yelo, un campo de cristal. ¿Podría ser el fuego, el alma del hogar? Es el moho de la madera, el que nos hace respirar.