Sueño con una persona. Se me asemeja, físicamente. Eso creo, tal vez, solo recuerdo la fuerza de sus ojos. Esos, no son mis ojos. Tiene una sonrisa prepotente, y una expresión de confianza. Siempre que aparece en mis sueños, tiene una espada. Sus brazos son fuertes, y cuando salta se pierde en el cielo sobre extraordinarias piruetas. Su espada es larga, y está contenida en una funda negra brillante. Su mango es de un azul noche muy profundo, y unos toques dorados. Sus brazos están descubiertos hasta el codo, por una ancha camisa remangada, y siempre mira al peligro a los ojos con confianza. En mi sueño, desenvaina su espada y “corta la luz sobre un fondo de sombra esmeralda’’. Sus ojos se pierden en su pelo, su cabeza a veces está baja, oculta su fuerza al viento. Nadie le sobreestima, nadie podría, su fuerza sobresale del tiempo. Y le llamo por muchos nombres, por demasiados tal vez. Nombres de espadachines, de famosos guerreros, de entrañables sabios. Y recuerdo que le pregunté, si venía a salvarme. Entonces giró un poco la cabeza y me contestó. “Solo pasaba por aquí’’. Sonaba como aquello que dices a alguien a quien proteges, cuando te descubre en tu labor.
Y blandió su espada, mas real, más fuerte que de costumbre, y cuando me di cuenta había cerrado los ojos, y al abrirlos empuñaba el arma cortando la luz más allá del límite de la razón. Soñaba con una espada, contenida en una funda negra, con un mango de un azul noche muy profundo y unos toques dorados. Soñaba conmigo misma extendiendo la espada mas allá de mis brazos. Yo, no tengo fuerza. No tengo poder. Pero tengo una espada, una espada que extiendo mas allá de mis brazos; el poder para despertar de mi sueño.