Soy una poeta. Una poeta encerrada en un duro cráneo. Una infernal prisión ósea. Comparto lugar en este tártaro marfil con la insaciable locura. En un campo de húmeda yerba siendo poeta canto amorosos versos. Como prisionera, mi voz no resuena fuera de esta calavérica coraza. El lívido ebulle. La cobardía de unos barrotes, enmascarada de fornidos y valientes muros de aquel hormigón llamado hipocresía. Bloqué “A’’. Celda “trescientos diez’’. “Hora de tu paseo, poeta’’. Leí la placa sobre la camisa del carcelero. “Señor… Romanticismo, no quiero salir’’ Él solo me coge del brazo “Shh. Cuando el amor llama el romanticismo libera a la poesía’’ Maldito amor y maldita cárcel. Ya que esta celda empezaba a parecer mi hogar. Me acostumbré a esta fría estructura craneal. ¡Qué el corazón descanse y el pensamiento siga! Ahora yo vivo en una mente traicionera. ¡Esta prisión es mi infierno y mi cielo! Ya no soy capaz de huir de estos barrotes… ¿Será mi culpa? ¡No! El que esconde la poesía en su mente ya jamás será poeta…