Capítulo extra: Jung

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— Azótame fuerte, maestro. Castígueme porque he sido muy malo.

— Calla, mascota. Tú no tienes derecho a mandonearme de ninguna manera. — gruñó Víctor al momento que apretaba con saña los nudos que mantenían contorneado en una figura deforme a Colín. Pero por más que lo maltrataba, el joven chico parecía disfrutarlo más con perverso entusiasmo.

— Por favor, maestro, golpéeme, castígueme y destrúyame. Estoy a su merced...


Cuando lo conoció por primera vez, Colín sólo tenía dieciocho años. Ya era mayor para afrontar la ley y sus consecuencias y era lo suficientemente mayor para comprender donde se estaba metiendo. Pero no lo suficiente como para conocer cuál era su propio límite...



Colín tenía el cabello rizado en tiernos bucles de un castaño tan claro que a la luz del sol parecían de oro. Unos ojos verdes tan cristalinos que se confundían con azul y un cuerpo pequeño, menudo y maleable. Con su metro sesenta y nueve, no era el más alto de sus babys, pero aquello sólo le aunaba más morbo a la ecuación. 

En cuando lo vio, Víctor quedó cautivado con él.

Deseaba a ese chico, deseaba su cuerpo para mallugarlo y hacerlo retorcerse de placer mientras pedía por piedad. Deseaba que ese chico de apariencia inocente quedara reducido a un manojo de gemidos y súplicas envuelto en sus propios fluidos de placer, y con un poco de inversión, lo obtuvo.

Demostrando así que el dinero sí lo compraba todo.


No obstante, la decepción llegó al hombre cuando se dio cuenta que las súplicas de Colín no eran más que actuación palurda para lo que lo que el chico en realidad quería: Él deseaba ser maltratado.

Y aunque Víctor amara cumplir dichas fantasías, el punto central de sus prácticas sadistas radicaba en que el individuo a quien tuviese empalado; Suplicara de verdad.

Hacía ya cuatro semanas que la primera vara de aligustre se había quebrado. Colín había quedado con las nalgas de un enfermizo color morado con sangre coagulada dentro de su piel extendiéndose por sus muslos hacia abajo. Pero el chico no hacía más que exhibirlas con orgullo.

Víctor llegó a perturbarse de lo feliz que Colín podía llegar a mostrarse cuando su piel se marcaba de esa manera.

Y el chico no era lo suficientemente pálido como para que aquello se lograra con facilidad...


Víctor aseguró con fuerza los amarres y los nudos dispuesto a hacer callar al jovencito por su insolencia.

— Voy a enseñarte cómo debes dirigirte a tu maestro. Y te vas a arrepentir de haberme hecho hacer esto...




— Tengo que hablar contigo. — Colín miró a Víctor temiendo por lo que este tenía que decirle, aunque aún con la esperanza latente de que fuera algo que agradara a sus aspiraciones.

— Yo también — respondió acomodándose en el sofá del despacho de Víctor para mirarlo mejor y poder arrojarse a sus brazos cuando éste le declarara que también estaba enamorado de él. — Verás, desde hace un tiempo, siento que tú y yo tenemos una conexión especial, algo que trasciende en el tiempo y el espacio, algo que nosotros...

Nueve Pecados©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora