Encerrada en cuatro paredes, se sentía asfixiada, pero no podía hacer más que arañar las paredes en busca de romper algo o intentar salir.
Había gritado hasta que su garganta quemó, había llorado hasta quedarse sin lágrimas, ya no tenía uñas, ahora sus dedos sangraban, se había arrancado un par de cabellos de la desesperación.
Había llamado tantos nombres que ya no recordaba si valía la pena esperar por esa gente, había buscado ayuda y sentía que se le había ignorado.
Solo una persona había llegado, y no precisamente para ayudarla, de nuevo allí en una esquina, unos ojos brillantes pero oscuros la observaban sin emoción alguna.