Cuando pensaba que hacía algo malo, que decía algo que no debía, cuando se comportaba como no le gustaba, la encerraban esas cuatro paredes que tanto temor le daban. La hacían llorar, la hacían gritar, no era como su casa, allí no había silencio, allí habían miles de voces que le recordaban lo pésima persona que era pero que callaban cuando llegaban aquellos ojos oscuros y brillantes.