La casa estaba más fría que de costumbre, más callada, y más oscura. Parecía que con el pasar de los días, más lúgubre se volvía todo.
El vidrio, la sangre, las flores muertas, seguían allí. Esta vez había una nueva flor sobre la ventana, estaba muerta, y la ventana daba a más oscuridad, únicamente la luz de lo que parecía ser la luna la dejaba ver cómo estaba el panorama.
Los muebles estaban llenos de polvo, se podían ver las telarañas por todo el lugar, el piso tenía sus huellas marcadas de la mugre que había.
Y, una vez más, esos ojos.