❁INTRO❁

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Se le caían los párpados de sueño. Madrugar durante las vacaciones debería estar prohibido. Aunque claro tampoco es como si pudiera llamar a aquello "vacaciones".

Cuando Asahi anunció en casa su nula intención de ir a la universidad sus padres no se pusieron muy contententos y aunque respetaban su decisión de que prefiriera trabajar, ellos no terminaron de verlo claro. Pensaban que, tal vez, su hijo quería trabajar porque no sabía realmente qué era ganarse el pan con el sudor de su frente y que ese cansancio no se parecía en nada a cuando -por gusto- lo daba todo en un partido de vóley extraescolar. Así que para permitirle a Asahi pensárselo mejor y no tomar una mala decisión decidieron que durante esas dos semanas de primavera iba a trabajar. No querían menospreciar a su hijo ni presionarle a tomar una decisión pero sí que estuviera seguro de lo que quería; para evitar futuros arrepentimientos.

De modo que allí estaba él, eran cerca de las seis de la mañana e iba de camino a su "trabajo", es decir, el trabajo que le habían buscado sus padres. Sus funciones en concreto aún se las tenían que explicar pero sabía que era en un huerto de los tantos que había en toda la prefectura de Miyagi. Y sabía también que se iba a ensuciar bastante las manos.

Al llegar al sitio que le habían explicado, todo estaba todavía oscuro y una señora mayor le estaba esperando justo en la entrada del recinto junto a la valla grande. Era una señora regordeta con un sombrero y atuendo agrícola que masticaba un largo tallo de trigo.

—Buenos días —dijo Asahi inclinándose hacia adelante—, soy Asahi Azumane, muchas gracias por el trabajo.

La señora solo hizo una mueca y se acercó a él. Inmediatamente comenzó a sobarle los brazos y la espalda.

—Sí... es grande y parece fuerte... —hablaba para sí misma—. Bien, bien. ¿Y el otro?

Asahi estaba más que nervioso por haber sido manoseado aunque fuera por una abuelita y no entendió la pregunta. ¿Otro? ¿qué otro? A él le habían dicho que fuera ahí a esa hora y ya.

—Ah... Ahí viene —dijo la mujer al tiempo que Asahi se giraba.

Por el caminito que se desviaba de la carretera venía caminando un chico despampanantemente grande, más que Asahi. Además, camina erguido y con grandes zancadas. Asahi se asustó un poco. Al menos hasta que estuvo más cerca y pudo reconocer su rostro.

«El "Muro de Hierro"», pensó Asahi con respeto.

Aone se detuvo en la puerta junto a ellos y se repitió el proceso de: saludo, reverencia y manoseo. Mientras la mujer se cercioraba con las palmas de las manos de la firmeza que tenía esa espalda Aone se le quedó mirando a él: también le había reconocido.

«El "As del Karasuno"» pensó.

Ambos en la prefectura y si bien no iban al mismo instituto no era tan loco haberse encontrado pero eso no quería decir que les hiciera ilusión verse. Solo se conocían de los partidos y ambos tenían la idea infantil y errónea de que el otro era un gigantón, probablemente malvado, que le odiaba por ser rivales en la cancha.

«Que... mirada», pensaron ambos, tan distintos por fuera a como realmente eran por dentro.

La señora no pasó por alto tanta miradita.

—Oh, ¿os conocéis? Peor para mí —masculló—. Trabajar con amigos es un error... ¡No quiero que estéis todo el dia de guasa!

—No somos amigos —aclaró Asahi—. Solo nos conocemos.

Lo dijo mirándole pero este no parecía muy expresivo, pensó entonces en extenderle la mano y ser educado al menos, pero temió quedarse con esta en el aire y un rechazo del otro. Entonces, la mujer movió el tallo de paja de una comisura a la otra.

—Como sea... Mientras trabajéis. Van a ser dos semanas duras si no habéis trabajado antes. Vamos por aquí....

Sin terminar de hablar abrió la valla y comenzó a caminar hacia dentro de su propiedad. Los chicos se miraron y acto seguido siguieron en fila a la mujer por un caminito entre la maleza de la entrada. Dicho caminito era diminuto y la señora no tenía dificultad para ir caminando mientras explicaba mil y una cosa. Ellos dos, por el contrario, tan grandullones trataban de cuidar sus zancadas para que no tropezaran ni pisarán las plantas, al tiempo se esquivaban todas las ramas que les iban directas a la cara. Asahi iba tras la señora y Aone tras él y más de una vez este se llevó en toda la boca una rama que Asahi había apartado y había hecho efecto boomerang contra Aone. Y el pobre Asahi era consciente de ello y trataba de disculparse sin perder la vista del camino ni la atención de lo que la mujer decía.

Tras varios metros llegaron junto a una caseta y la señora se detuvo sin avisar, parando en tropel. Asahi lo hizo tan brusco para no darle a la señora que no pudo evitar que Aone se chocara contra él; otro golpe más para él.

«Diez minutos y ya debe odiarme...», pensó Asahi mirando su expresión y cómo este se apartaba unas hojas del jersey.

—¿Me escucháis? —chasqueó los dedos la señora al verles distraídos—. Aquí están las herramientas y dentro podréis cambiaros. Está el mono de trabajo, las botas y los guantes. Os recomiendo también que os cubráis la cabeza. En unas horas saldrá el Sol y esto será un caldero y más vosotros dos que estáis allá arriba tan cerca del sol.

Ambos se miraron sin saber bien qué contestar, la mujer se rió de sus caras.

—Es broma, menos para ti, blanquito; tú de verdad ponte un gorro.

Aone arrugó el morro pero mantuvo el tipo. A Asahi tampoco le hizo gracia que le llamara así a Aone, de hecho no le gustaba criticar a la gente pero esa mujer se le hacía muy grosera. Sí que le gustó la educación que demostró Aone, su don desde luego era ser una muralla y aguantar el tipo.

En cualquier caso la mujer no se disculpó porque para empezar ni se percató de que había sido ofensiva.

—Vuestra labor es sencilla: recoger los guisantes. Los gandules de mis nietos se encargaban de esto pero se han ido con sus novias de vacaciones... —farfullaba la mujer mientras Asahi seguía embelesado por la presencia de Aone allí. Ese por su parte, se veía estoico y miraba a la señora, escuchando atento casi sin parpadear.

—Si véis ramas podridas u hojas las limpiáis, si veis insectos los matáis y así con todo; no es difícil. Los capazos los tenéis que llevar hasta allá —alzó el dedo y señaló una casita en lo alto de la colina a unos quinientos metros—. Esa es mi casa y mi marido se encarga de venderlos en el mercado. ¿Está claro?

Los dos asintieron.

—Recordad que no os pago por horas sino por capazos de guisantes, así que si perdéis las horas mirando el teléfono como hacéis todos los jóvenes os iréis sin nada. Si tenéis dudas o problemas estoy en mi casa. Excepto de tres a cinco de la tarde, que estoy haciendo la siesta y más os vale no molestarme.

Dicho eso -que casi sonó a amenaza- la rechoncheta mujer desapareció y Asahi y Aone quedaron a solas.

Ese fue el momento exacto en que empezaron las "vacaciones" más cansadas pero emocionantes que jamás había tenido Azumane. 

PÈSOLS [ANOE X ASAHI]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora