❁DOS SEMANAS PASAN TAN DEPRISA❁

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Maldita sea, sí: dos semanas pasaban tan deprisa.

Ya era viernes, el segundo y último viernes que iban a poder verse antes de retomar las clases de nuevo.

No habían hablado directamente de qué eran o qué no eran y su trato era tierno y agradable como siempre, con miradas largas y sonrisas cariñosas pero nada más salvo porque todos los días al terminar las jornadas habían salido charlando juntos, al cruzar la verja se detenían terminaban la conversación que llevaran y se daban un beso en la boca. Era lo que esperaban todo el día, solo duraba unos segundos y después les faltaba el valor para decir algo más que "Buenas noches", "hasta mañana".

Y aunque traían el corazón en volandas no saber en qué punto estaban también les estaba matando.

No habría problema con eso si al menos estudiaran en el mismo instituto y pudieran verse entre clase y clase o en los recesos pero ahora necesitarían un entrenamiento o alguna muy buena excusa para volver a verse, a menos que alguno tomara valor de decir en voz alta eso que ambos sentían y que flotaba en el aire desde el primer día. Demonios, vaya que si ambos querían decir algo pero ¿cómo? ¿el qué? "Oye, ¿qué te parece si seguimos viéndonos para... ¿¡para qué!?". "Podríamos quedar un día e ir a... ¿¡a dónde!?". Ah, cómo podía parecer tan fácil en las películas y ser tan complicado en la vida real. ¿Por qué toda esa grandeza que ambos tenían por fuera no la tenían también por dentro en forma de valor? No eran más que dos enormes ratoncitos miedosos.

La tarde cayó y la jornada concluía. Ambos tenían su capazo ya lleno y aunque pesaban lo cargaban caminado lo más lento que podían uno junto a otro para estirar aquella última tarde, rogando al cielo que les diera las palabras adecuadas y el coraje para pronunciarlas.

Cuando llegaron frente a la casa, dejaron los capazos donde siempre y después tocaron al timbre, nunca lo habían hecho pero tratándose del último día lo veían correcto.

Nada más tocar oyeron la voz de la mujer anunciando que ya iba, pero desde que eso pasó hasta que abrió pasaron bastantes minutos.

—Mis chicos trabajadores —dijo con una risilla—. ¿Qué pasa? ¿Qué uña se os ha roto?

—Ninguna, es solo que ya hemos terminado y... veníamos a decirle que gracias por todo.

—Ya, a vosotros —dijo moviendo la mano como quitándole importancia—, la ropa y eso os lo podéis quedar pero las herramientas las tengo contadas.

Ambos fruncieron el ceño, bueno Aone hizo el gesto, ¡ni que fueran unos ladrones!

—Esperad aquí... —dijo entonces la señora.

Volvió a entrar para dentro y volvió a tardar mucho en regresar. Aone y Asahi aguantaban por respeto y educación ya que era el último día. Esa mujer tenía suerte de que se tratara de esos dos trozos de pan y no de otro tipo de chicos, la verdad.

De nuevo la puerta se abrió, pues, sí: se la había cerrado, y ahora estaba la mujer con dos sobres de papel; uno para cada uno.

—¿Qué es esto? —preguntó Asahi.

—¿Qué va a ser? ¿Habéis trabajado por caridad? Para mí mejor si ese es el caso...

—Ah, creía que el dinero se lo daría a mis padres.

—¿Eres un niño o un hombre?

—Pues...

—Cógelo anda. Y tú también —le dijo interrumpiéndole y zarandeando los sobres frente a ellos—. No lo gastéis en drogas, sin verguenzas.

Luego, sin más cerró la puerta y ambos se quedaron con el dinero en la mano y una sensación muy agridulce respecto a quien había sido su primera jefa en el mundo laboral.

PÈSOLS [ANOE X ASAHI]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora