PÈSOLS [ANOE X ASAHI]

❁MURALLA IMPLACABLE CON CORAZÓN DE GUISANTE❁

Después de que la anciana se marchó ambos entraron en silencio dentro de la caseta y se cambiaron la ropa, la mujer había tenido la cortesía de comprarles toda la vestimenta nueva, aunque seguro que la iba a descontar del sueldo.

La caseta no era muy grande y a ambos les recordó al cuarto de las escobas de sus respectivos gimnasios del instituto donde practicaban vóley, es decir; algo cochambroso y nada especial. Se cambiaron rápido y en silencio, de espaldas el uno con el otro y no fue incómodo del todo precisamente porque ya estaban acostumbrados a cosas así gracias al vóley, pero por supuesto no se miraron.

El resto de la mañana, mientras que amaneció y se cogían al ritmo de trabajo también fue silencioso. Recolectar guisantes era sencillo pero monótono. Apenas intercambiaron algunas palabras sobre cómo iba cierta cosa o que le acercara este chisme o esto otro, vamos que hablaban lo mínimo imprescindible como si la mujer también fuera a descontarles del sueldo cada palabra que dijeran. O al menos eso pensaba Asahi, pues a él -pese a que se definía como tímido- sí le hubiera gustado hablado. Al menos alguna charla trivial sobre el vóley y las clases para hacer menos tenso todo aquello, pero ese tal Aone parecía un golem de piedra.

«Menudas dos semanas me esperan por delante...», pensó mirándole de soslayo antes de soltar un largo suspiro.

Más tarde, cerca de las once de la mañana cuando el Sol empezaba a escaldar, vieron a la mujer salir a la puerta de su casa y darles un grito para señalarles que podían para media hora a descansar y almorzar. Ambos lo agradecieron pues hacía un ratillo que se podían oír sus tripas rugir.

Asahi entró a la caseta a por su mochila donde traía muda limpia por si acaso y su comida, ya se relamía los labios al pensar en ese bocata de lomo con pimiento que se había preparado tan rico, pero el alma se le cayó a los pies cuando tras sacar toda su ropa y revisar tres veces se dio cuenta de que allí no estaba. Con los nervios Asahi olvidó su comida sobre la encimera de la cocina: error de novato. Abatido salió de la caseta y se sentó en la banca que había tras esta, en el lado donde ahora daba la sombra. En ese lado también había una pila y una manguera. La mochila de Aone estaba sobre la banca ahora y este se había abierto el mono y se había atado las mangas a la cintura para poder lavarse un poco el sudor del cuerpo, la cara y las manos antes de comer.

Por unos minutos Asahi se olvidó del hambre mientras veía el cuerpo de su compañero regado de sudor, totalmente marcado bajo esa camiseta interior blanca tan ceñida que llevaba. Usualmente no tenía la oportunidad de ver chicos así. Es decir, sí, durante los entrenamientos sí, pero no podía mirar a ninguno de sus compañeros con lo que inocentemente llamaba "la mirada sucia". ¡No es que estuviera mirando así a Aone! Pero sí era agradable de ver y, aunque eso era algo que nunca diría en voz alta, sí le gustaba aprovechar y mirar los cuerpos bonitos de chicos que jamás iba a poder tocar.

«Este chico es realmente alto y... grande. Se ve espectacular. Ah... Soy tan virgen que me quedo embobado con cualquiera...», trató de reñirse pero sus ojos no se despegaban de ese cuerpo de piel clara, hasta que entonces Aone movió rápido los ojos y le pilló mirándole.

Asahi se corrigió automáticamente y apartó los ojos Para disimular sacó el teléfono y entonces recordó el hambre de nuevo. Miró la hora en su teléfono y pensó que si se diera prisa le daría tiempo a ir a alguna tienda.

«Vaya, pero tampoco he traído dinero ni la cartera... Debería ir a casa y coger el dinero, pero más vale que no me vea mi madre o se burlará de mí por olvidadizo... y luego podría ir a la tienda... ¿Qué digo? Si estoy en casa ya me como algo ahí, pero...».

Su hilo de pensamientos se vio interrumpido cuando una mano frente a él le ofrecía medio bocata mal partido, pero a su favor pues el trozo más pequeño estaba en la otra mano de Aone y se disponía a darle un mordisco.