Capítulo 2 - Niños y jovenes

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Nunca se imaginó casada, nunca creyó ni por un segundo que encontraría a su igual, y fuera capaz de amar tanto a una persona. Era un sentimiento extraño, y se asustó demasiado cuando lo comenzó percibir dentro de ella.

No supo en que momento cambió todo. Eran niños, y de repente, ya no lo eran. Ahora era una joven, una mujer. Y Nahuel era un hombre, no el niño travieso que le arrojaba arañas a Inara, Jugaba a las luchas con Maitén, o en el caso de ella, la retaba a la aventura.

El grupo era un gran cuarteto, exploradores, apasionados e inteligentes. Siempre recorriendo caminos nuevos, bosques, cuevas, y montañas. Eso siendo niños, pues en algún punto de su adolescencia, las cosas cambiaron.

Días de verano en el río o en el mar, ella ya no participaba. El agua era sinónimo de nadar, y éste, de semidesnudes. Y para una joven Rayén, aceptando recientemente los cambios naturales dentro y muy fuera de su cuerpo, era difícil.

De las tres chicas, ella siempre destacó, y lo sabía. No era ciega. Y aunque todos le decían lo hermosa que era, no lo necesitaba. Podía valorarse a sí misma a través de un espejo.

La mayoría de los cumplidos dictaban que ella había sido bendecida; Un cuerpo muy suave y curvilíneo, la proporción perfecta para sus pechos, su altura en concordancia a su peso, y madurez de su cuerpo. No era una flacucha. Eso era lo que veía en su reflejo, y estaba bien, para ella y para los demás que querían cortejarla. Más no para Nahuel.

Ella sentía que tenía demasiado, "Demasiada carne" pensaba para sí misma. Y sin motivo aparente para los demás, se ausentaba de todo acto que conllevaba la presencia del muchacho. No quería que él la viera así, como el cuerpo que todos se peleaban por poseer.

Cada vez que él la miraba, ella desviaba su visión, algo la perturbaba. Solo un roce accidental, hacía que ella no pudiera evitar ruborizarse. No le gustaba esta nueva sensación que se apoderaba de ella, se sentía demasiado vulnerable. Y luego, se vio mucho más frágil. Pues había comprendido que aquello era el amor. No el amor fraterno, si no, el del cuerpo y alma, encontrado en tu igual. Tenía miedo, miedo de que rompieran su corazón.

La mujer mayor, con su cara pasiva, toca con su otra mano la mejilla de Nahuel.
-Y tú, mi querido muchacho, ¿Deseas continuar tu camino al lado de ésta mujer?
-Sí, lo deseo.- Él no tiene duda alguna. Espero esto durante mucho tiempo, pero a la vez, pensaba que éste día nunca llegaría.

Siempre sintió algo especial por Rayén, sabía que era algo diferente a su relación con las otras dos chicas. No recuerda la primera vez que la vio, pero sabe que ese sentimiento ha estado presente en él desde toda su vida.

El chico amaba el cabello rebelde de Rayén, muy largo, y tan negro como las profundidades del mar. A él le gustaba jugar con algunas hebras, le fascinaba el mecanismo de resorte cada vez que tiraba alisando el cabello, y luego éste volvía a su posición inicial.

Nahuel siempre estuvo consciente de que Rayén lo veía solo como un amigo, nunca demostró señales de lo contrario, sobre todo, cuando llegó la tumultuosa etapa de la adolescencia. De un momento a otro, él sintió que la chica lo evitaba. Ya no se reunían a jugar, explorar, o bañarse en el rio. Lo encontró muy extraño, pero no quiso aparentar demasiada importancia, "allá ella", decía en su mente.

Así pasaron los años, ambos en cada extremo del tablero.

Inara estuvo con él, acompañándolo durante todo ese tiempo, y en parte también Maitén. Mientras que Rayén muy esporádicamente, hacía acto de presencia.

-¿Le hice algo, o qué? -Le preguntó a Inara, mientras se bañaban en medio del río.

-¿A quién? -le decía la chica, en tanto flotaba en la superficie.

-A Rayén, obviamente - contestó exasperado.

-Eres muy torpe, pudo tratarse de cualquiera de quién estuvieras hablando. Maitén por ejemplo, dice que eres un monstruo voluminoso que casi le rompe una pierna en su último "Entrenamiento" -Inara hacía comillas con sus dedos.- o uno de tus hermanos, si es que les volviste a quitar alguno de sus juguetes, no sé...

-Niña, al punto.-Decía Nahuel, afirmado contra una roca, en medio de la tranquila agua.

-No lo sé, nunca me ha dicho nada.- Ella cerraba sus ojos, y dejaba que el aire rozara su cara.

-¿Le caeré mal? -. Decía, con voz preocupada.

-Mmmm...-Ignorando al preocupado muchacho, Inara disfrutaba del calor que proporcionaban ciertos días de otoño.
-¿Ese fue un "Sí"? -le dijo el exasperado joven, a la chica que parecía poner más atención en la última brisa suave de la estación, que a su "Hermano de otra madre".

-Deja de preocuparte, quizá tenga novio, o tenga mejores cosas que hacer que salir con nosotros, ya sabes, está bastante involucrada en la política. Podría reemplazar a su padre algún día. Necesitamos a gente inteligente por aquí, o terminaremos muriendo todos.

-Tú eres lo bastante inteligente, no te hagas.- Contestó él-. Y eres estudiosa.

-Gracias...

-... y no nos abandonas como ella.

Unos ojos rasgados salieron a la superficie, junto a una cabellera pelirroja. Maitén "La niña perdida" como la conocían todos en el pueblo.

-¿Podrías dejar de hablar de ella? Solo respeta su vida, ella sabrá lo que hace. Además, no nos odia, ahora tiene demasiado trabajo y trata de apoyar a su padre en todo lo que puede.-la chica sacudió su cabeza tratando de que su cabellera se ordenara un poco, el agua caía en pequeños riachuelos sobre su rostro.

-Como quieran.- Acto seguido, Nahuel se arrojaría a nadar.

Así pasaban los días para él, y las chicas

Patagones - La tierra del fuegoWhere stories live. Discover now