Divina Peccatum──⋙YOONMIN

unum

  Dedicado a una amiga, una hermana, alguien tan inalcanzable que merece más de lo que puedo dar. Feliz cumpleaños.
  —> Thevoicesoftheforesr

“Todo se trató de dos seres, uno era pureza, el otro maldad”

 

   La vista desde las alturas del mundo eran una de las cosas que JiMin más amaba de ser un Arcángel, sentir el suave viento chocar contra su rostro y la tranquilidad que eso conllevaba. En ocasiones como esas, viendo las hermosas montañas y mares desde el reino divino, sentía una enorme paz consigo mismo. Logrando pensar que estaba del lado correcto.

  Se envolvió en sus grandes alas, las cuales eran capaces de cubrir todo su cuerpo como si fuera una manta. Las largas y suaves plumas haciéndole cosquillas de vez en cuando mientras se divertía en observarlas. A pesar de ver que estaba tan alto, no sentía frío o calor, sino una comodidad relajante.

  Él, como uno de los siete arcángeles, disfrutaba de tener un tiempo para poder descansar y hacer lo que quería. Gastando la mayor parte de ese tiempo libre en ver el comportamiento de los seres humanos, quienes como niños pequeños daban pasos y caían, apenas comenzando a acomodarse y tener su lugar en la inmensa creación divina. Con una sonrisa, los miraba con amor, amor único de un ser como él hacia ellos.

Fue sorprendido cuando su paz acabó al sentir unas suaves manos quedar sobre sus ojos. Una risa traviesa sonando detrás de él, que le dio un indicio de quién se trataba. Sólo había una persona en el cielo que le divertía tanto fastidiar a sus hermanos así. 

  —Adivina quién soy —preguntó juguetón el muchacho de atrás, su voz distorsionada para esconder su identidad de forma fallida.

El rubio sonrió, colocando sus manos sobre las contrarias para quitarlas de sus ojos. Fingió pensar su respuesta, un leve "Mmmmm" saliendo de su boca.

   —Oh, ¿quién podrá ser el extraño ser que me quita la vista? ¿Me he quedado ciego acaso?

Unas tiernas carcajadas volvieron a resonar cerca de sus oídos. Sus alas fueron movidas cuando la persona detrás se pegó de manera inconsciente hacia él.

Esperó unos segundos, antes de volver a hablar para acabar el juego de niños que ya no les quedaba de una vez por todas. —¿O no será mi travieso hermano Chamuel haciendo de las suyas de nuevo?

Chamuel rió, alejando sus manos de los ojos del contrario. Luego, agitó sus alas que produjo un ligero aleteo, pequeñas ráfagas de aire en el viento. El menor, con el cabello rubio de una tonalidad menor a la del mayor, casi rozando al blanco, tomo asiento junto a su hermano, no sin antes darle un fuerte abrazo y esconder su rostro en el cuello del otro.

   —No es justo, siempre adivinas —quejó el recién llegado, un puchero puesto en sus labios.

    —Chamuel, llevas haciendo la misma broma desde hace mucho, mucho tiempo. No te sientas mal si ahora todos en el cielo saben que eres tú.