Cap. 3 (Parte II)- Sí

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Un ciclón. Un sistema de tormentas que se caracteriza por potentes vientos y abundante lluvia que trae devastación a su paso y arrasa con todo a su alrededor. Dependiendo de su fuerza, pueden llamarse depresión tropical, tormenta tropical, huracán y luego... Camila. Sí, luego es Camila cada vez que está verdaderamente enfadada. Entró al edificio con todo su poder, logrando que los trabajadores se resguardaran en la cocina para no salir herido de ahí, caminó directamente hacia oficina de Patty y sin escuchar ni mirar a Giselle, el intenso viento de aquél fenómeno de la naturaleza voló la puerta de su dueña.

—¡¿Dónde está?! —gritó a Giselle que la miraba desde el umbral.

—No lo sé. Tiene el celular apagado.

—¡Sé que lo tiene apagado! Estoy llamándola desde hace una hora y no contesta. ¡¿No te ha llamado?!

—Sé que está con Carlos... —la voz entrecortada de Giselle hizo que soltara un pequeño gallo, carraspeó ligeramente y continuó —Sé que está con Carlos. Él llegó a mandarme un mensaje diciendo que Patty lo había solicitado desde muy temprano y que cancelara todo su recorrido con Linda. La recogió a las seis y media...

—¿Y desde ahí no te ha dicho nada?

—No ha llamado ni contestado mensajes. —La voz de Renzo sonó detrás de Giselle quien pareció volver a la vida tras escucharlo y sentir el alivio de no estar sola en el ojo de la tormenta. —Ni si quiera a mí. Me ha dejado en visto desde las seis.

—¿Te dejó en visto? —Camila, que poco a poco se iba calmando tras enterarse que no solo a ella la estaban ignorando deliberadamente, tenía la misma expresión de incredulidad que tienen los que acaban de enterarse que fueron timados. —¿Es en serio?

Hay viejos amigos que se ven una vez al mes, que solo se hablan por los grupos de Whatsapp, que disfrutan una cena ocasional, que comentan lo último que postean, que le dan un "like" a una que otra publicación, que comparten semanalmente en algún bar, que se juntan para la "pichanga" de los jueves, que se mandan mensajes de voz contándose las últimas novedades, que se van juntos en el autobús o en el taxi para compartir gastos, que almuerzan a diario en la oficina, que van los fines de semana a bailar, que se juntan en algún cumpleaños, etc. Hay esos viejos amigos y los hay como R y P. La dependencia mutua por estar conectados a cada hora del día era tal que, si alguno de ellos no sabía del otro en máximo tres o cuatro horas, lo más probable era que había que llamar a la policía porque, definitivamente, algo malo había pasado.

Camila se sentó en una de las sillas giratorias dentro de la oficina, cogió el muñeco atigrado, alzó la vista hacia Giselle y, mucho más calmada, dijo:

—Llama a Las Cinco. Que vengan aquí.

—Sí, señora. —Giselle dio la vuelta y soltó todo el aire que había retenido desde que la vio llegar.

—No tienes por qué hablarle así y lo sabes, ¿no? —Renzo se sentaba frente a Camila y volvía a revisar el celular, riéndose de los comentarios que habían detrás del hashtag #SeBuscaMago.

—¿Tienes idea dónde podrá estar?

—No. Para nada. Y me preocupa.

Ashley, Marjory, Priscilla, Sammy y Jacqueline entraron a la oficina, una detrás de la otra y mientras se colocaban en fila, Camila gritó:

—¡Gise, tú también!

La muchacha que estaba a punto de salir de la oficina, cerró fuertemente los ojos, con la angustia de quien sabe que algo malo está por suceder, y cerró también la puerta delante de ella. Se colocó un paso detrás de Las cinco y escuchó como aquél ciclón volvía a resurgir.

Camila alzó su celular y con una voz que logró mover los cimientos del edificio, les dijo:

—Ahora mismo me van a explicar... ¡QUÉ ES ESTO!

A una hora y media de viaje, diez kilómetros lejos de la oficina, Carlos estaba sentado en el auto de Patricia, en el asiento del piloto, tomando un café del termo que su esposa le había preparado muy temprano por la mañana, luego que Patty llamara para solicitarle la recogiera a las seis. El celular no dejaba de timbrar y tenía ya más de veinte mensajes perdidos de Giselle. Sabía que debía decirle algo a la pobre muchacha que estaba desesperada por estar al corriente del paradero de su jefa, pero había sido la misma Patricia quien le pidió no contestara si diera registro de su ubicación. Si bien le tenía mucho aprecio a la joven asistente ya que lo había ayudado en más de una ocasión en cumplir a tiempo con todos los encargos y le había conseguido más de uno que otro cliente; Patricia era su jefa y quien pagaba directamente las cuenta de sus servicios mensuales, no la editorial.

Sorbió un poco más de café, encendió la radio del auto y comenzó a leer el periódico que le habían regalado en el camino al local. La ventanilla interna que dividía la zona del piloto con el asiento trasero donde estaba Patricia, siempre se mantenía alzada cuando se detenían en este lugar, para privacidad de ella y a su petición. El chófer estaba acostumbrado a traerla a este lugar, pero siempre lo hacía de noche, nunca de día. Esto era muy inusual ya que su jefa pasaba el día y tarde en la editorial y, por lo mismo, entendía la preocupación de Giselle. Leyó las noticias de deportes, culturales y cuando iba a iniciar con las políticas; la camioneta color rojo a la que estaba acostumbrado ver marcharse; llegaba a su estacionamiento, varios metros más allá, a aparcarse.

Carlos no pudo evitar quedarse mirando al hombre que salía del auto, avanzaba caminando unos pasos hasta el local de una cafetería y abría uno a uno los candados de la reja de la puerta del establecimiento. Llevaba puestos unos jeans y un polo color crema con alguna inscripción en letras grandes y rasgadas, de arte rústico, juvenil pero no tanto.

En el asiento trasero, Patricia observaba la misma escena mientras el Aire, sentado al lado suyo, acercaba su rostro lo más que podía a la ventana para verse a sí mismo abriendo la reja de su cafetería.

—No me veo mal, ¿no? —dijo con tono pícaro, volteando hacia Patricia, tratando de acercarse lo más que podía a su rostro. —Tengo varios kilos menos y esa barba me hace ver muy sexy, ¿no crees? ¿Tengo un tatuaje? —El Aire le guiñó un ojo a su chica, sonrió de medio lado e hizo una mueca de galán.

—Es por eso que trato de que te quedes en casa... Eres insoportable. —Patricia no apartó la vista del hombre que terminaba de abrir el último candado de seguridad. Por algún extraño motivo, el joven volteó a ver el auto con lunas polarizadas que estaba aparcado a tres casas más allá. Se quedó mirándolo por varios segundos hasta que decidió entrar en su local y ella lo perdió de vista.

Patty bajó la ventanilla de división y le dijo a Carlos:

—Carlos, sé que a estas horas la Costa Verde está horrible de tráfico...

—No hay problema. La llevo.

—Gracias.

—¿En dirección a la oficina?

—No. Voy a reunirme con alguien para comer algo en Barranco. Te mando la dirección al WhatsApp.

—Ok. —Carlos revisó sus notificaciones y tenía otras cinco llamadas perdidas y tres mensajes de Giselle. Por compasión y empatía con la muchacha, se animó a preguntar. —¿Señorita Patricia?

—Dime.

—Giselle sigue llamando.

—Dile por favor, que estás conmigo. Que estás manejando y no vas a poder contestar mensajes.

Carlos encendió el auto, abrió el Waze en ruta y comenzó la marcha.

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⏰ Última actualización: Jul 02, 2019 ⏰

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