Ayúdame.

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Su objetivo reposaba entre sus brazos, sumido en un profundo sueño. Tenía las alas malheridas y heridas a lo largo de todo su cuerpo, una profunda surcaba su pecho. A su alrededor, se alzaban demonios listos para destrozarlo. Su equipo llegó para respaldarlo, mientras hacia lo posible para defenderse sin soltar al humano.

- ¡Salga de aquí, señor! – Gritó uno de sus hombres.

Un soldado nunca deja a sus hombres atrás. Pero la misión lo requería.

Alzó a Dean y se adentró entre los pasillos, hacia la salida. En una intersección, un grupo de demonios le estorbo el paso. Sacó de su cinturón una granada de luz, la tiró a la vez que protegía con sus alas al muchacho.

Los demonios se deshicieron y las paredes quedaron manchadas de un blanco resplandeciente. La salida no estaba demasiado lejos. Levantó la mirada hacia esa pequeña luz que se alzaba en el alto techo, la salida.

Justo cuando sus alas lo elevaron un poco, un demonio clavó su cuchillo entre las plumas. Castiel gritó cuando el cuchillo se deslizó hacia abajo, rasgando su ala, pero no se detendría.


Ya en la tierra, logró llevar el alma hasta su cuerpo a duras penas, arrastrándose y desangrándose. La explosión de luz que ocurrió después, le desmayo por un tiempo.

La voz de Dean Winchester le despertó. Quiso pedirle ayuda, pero el chico no le veía y su garganta reseca no le permitió emitir palabra. Intento ponerse de pie con mucho esfuerzo, Dean ya estaba lejos y Castiel sentía que su mundo cada vez era más borroso.

Buscó al rubio, no debía dejarlo solo, era su misión. Luchó contra la inconsciencia, pero Dean Winchester estaba a solo metros. Sonrió, pero el chico no notó su presencia. Un ataque de tos libero más que un poco de sangre, el mundo dio vueltas.

- Ayúdame... - Pidió.

Y aunque Dean se volteó a verlo desde la ventana de la tienda, solo fue a buscar sal. ¿Para qué iba a servirle la sal? Castiel cayó de rodillas, algo en su cabeza sangraba y su visión se tornó carmesí.

- ¡Por favor!

El mundo desapareció, y para cuando volvió de la inconsciencia, Dean ya no estaba.


Las puertas del cielo se abrieron, y Castiel cayó cuan largo sobre el blanco suelo. Samandriel irrumpió entre los ángeles, que intentaban curar a su superior. Era un milagro que siguiera vivo.

Raphael apartó a todo el mundo, incluso al pequeño rubio. Curó al ángel, mientras los demás vendaban sus alas.

- ¿Perderá sus alas? – Interrogó Sammy.

- No creó, pero no serán las mismas de antes. – Explicó Raphael, haciendo lo posible para sanarlas.

Castiel despertó ahogado, tosiendo sangre oscura.

- Tengo que irme. – Fue lo primero que dijo.

- Estás malherido, descansa. – Ordenó el arcángel.

- No hay tiempo para eso. – Dijo, quitándose el vendaje de la mano. – Me necesitan en la tierra. – Se levantó de la cama, y trastabilló al sentir un dolor cortante cuando apoyó su peso en la pierna derecha.

Raphael vio la terquedad de Mike en los ojos de Castiel. Se marchó sin insistir más.

- Apenas llegaste vivo, no puedes irte así. – Objetó Samandriel, intentando frenarlo de salir de allí.

- Sammy, perdí a cinco de mis hermanos por esto, no voy a detenerme ahora.

Camino rengo por todo el pasillo, y justo apoyado en la salida, Michael le observaba.

- Busca tu recipiente si no logras comunicarte con el objetivo. – recomendó. – James Novak.

- Entendido.

- Y no falles.

- Jamás.

Chocaron puños y se sintió como una despedida, pero ninguno supo porqué.

La caída del cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora