1

3K 236 9
                                    

Tras abrir la puerta siguió el camino de siempre. Como cada vez que entraba, un cosquilleo recorrió su interior. Era consciente de que no debía ir allí, pero a la vez era lo que más necesitaba en el mundo. Jeongin no sabía que se podía crear dependencia a ciertos lugares, pero, sin duda, ese bajo oscuro y prohibido lo tenía atrapado.

En realidad, era posible que no fuera eso, sino que simplemente necesitaba escapar de la realidad. Solo necesitaba un pequeño refugio.

Caminó recto durante unos segundos bajo la oscuridad más absoluta. El día que descubrió ese sitio necesitó encender la linterna del teléfono para poder encontrarse. Además, había estado muy asustado, porque uno nunca podía saber qué clase de persona habitaba esos lugares. Con todo, nunca llegó a ver ningún ser vivo ahí dentro —a excepción de una rata que lo mantuvo encima de una silla durante más de una hora—, así que habiéndose aprendido el recorrido de memoria, podía caminar entre las sombras.

Se posicionó ante la vieja puerta de madera y la abrió despacio. Cuando era de día, como en ese momento, el sol se dejaba entrever gracias a una ventana con barrotes en lo más alto de la pared. No cualquiera llegaba hasta ahí. Nadie humano, al menos. Y Jeongin agradecía esa luz natural, aunque no fuera suficiente como para leer un libro o escribir sobre una hoja de papel, aunque proyectara sombras escalofriantes.

A la izquierda había una mesa de madera y unas sillas desgastadas por el abandono y los años.

El chico se sentaba en la del fondo para poder ver bien toda la sala. No es que tuviera miedo, ya no lo tenía, pero se había acostumbrado a hacerlo de esa forma. Jeongin era un chico de hábitos, al que le costaba mucho cambiar una rutina después de haberse hecho a ella. La ansiedad que le provocó el decidir que no quería volver a estar solo entre tanta gente y que se escondería ahí dentro le acompañó durante semanas. Pero ya no quería cambiar nada, ahora se había habituado a pasar en esa silla todos los descansos.

En realidad, no fue tan sencillo encontrar ese bajo. Estuvo caminando durante un buen rato hasta dar con él, escondido en un callejón. Ni siquiera Jeongin tenía claro por qué se había atrevido a meterse en él. Quizá sabía que en algún momento lo necesitaría.

Solía perder el tiempo cuando se encontraba sentado, pues la sala estaba vacía a excepción de los muebles —de los cuales utilizaba dos, una silla y la mesa—, pero le gustaba. Podía ser él mismo durante esos pequeños ratos, y no podía hacerlo muy a menudo. Había veces que, por la tarde, después de clase, se pasaba por allí hasta que se sentía lo suficientemente preparado para volver a casa. A una casa donde era difícil dejarse ver y ser aceptado.

Jeongin tuvo amigos. Hubo un tiempo en su vida en el que de verdad los tuvo. El problema era que, al abandonarlo uno de ellos, el resto había acabado por hacer lo mismo.

Era un chico abandonado en un lugar abandonado.

Había pasado mucho tiempo desde entonces. Él había cambiado, y sus antiguos amigos también lo habían hecho. Quizá solo habían crecido, esas cosas pasan.

Cerró los ojos y echó la cabeza atrás. No le gustaba pensar en todo ello, y últimamente no podía parar.

De repente, escuchó unas voces. Se reían y gritaban cosas que no tenían sentido. Jeongin se tensó. Nunca había visto a nadie fuera, y mucho menos los había escuchado.

—Por favor, por favor, por favor —susurró para sí al escuchar la puerta principal abrirse.

Rezaba interiormente para que no llegaran hasta la sala en la que se encontraba. Rezaba para que se asustaran y se marcharan, y para que no volvieran jamás.

Pero el pequeño ya sabía que, a partir de ese momento, su vida iba a volver a cambiar.

La puerta se abrió mientras él la observaba con los ojos muy abiertos, y pronto un rostro demasiado conocido se asomó con una gran sonrisa divertida. Al ver a Jeongin ahí dentro, el joven dio un salto hacia atrás y se tapó la boca rápidamente para no ser escuchado por el resto.

—¿I.N?

Se quedó con los labios apretados porque no sabía qué decir.

—¿Es aquí donde te has estado escondiendo?

Más silencio.

—¿Ya no me hablas?

Dio un paso hacia el interior de la habitación, pero un grito le frenó:

—¡Hyunjin, nos vamos! ¡Qué pérdida de tiempo, aquí no hay nada!

La expresión del aludido se tornó asustada.

—No te muevas de aquí. Volveré cuando pueda deshacerme de estos y hablaremos.

Hyunjin dio la vuelta y se marchó con sus amigos de nuevo.

—No tengo otro sitio al que ir —respondió en voz baja y fue la primera vez que habló en ese lugar.

I Smile [Hyunin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora