VII

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Casa de cartas

Luego de la breve exposición de Cala sobre su familia, nos comimos las galletas mientras descansabamos. Estaban realmente ricas.

—¿Te gustan?—me preguntó ella de repente. Sus ojos estaban expectantes, a la espera de mi opinión

—Sí, ¿Quién las hizo?—respondí mientras me llevaba el último pedacito de mi tercera galleta a la boca

Ella sonrió, sus ojos volviéndose dos finas líneas.

—Yo

—Vaya, están muy buenas. Podrías venderlas—dije mientras comía otra

—Exageras, Palacios. Solo hay que...

Pero algo la interrumpió antes de que pudiera continuar la frase. Un fuerte portazo proveniente del primer piso. Ella suspiró.

—Lo siento. Dame un momento...

Tomó el plato vacío donde antes estaban las galletas que deboré (porque ella no las tocó) y se lo llevó, dejándome nuevamente sola. Escuché fuertes voces provenientes del primer piso, me pegué a la puerta intentando entender un poco.

—¿Y ese marica se fue así nada más?—dijo una voz muy grave y rasposa. Al escucharla solo pude pensar en el padre de Ella

—¡Debería dar la cara!—dijo una voz masculina, pero un poco más aguda, más infantil. Quizá se trataba de Pablo—¡Es un cobarde!

—Pablo, no hables así de tu hermano—Era Ella la que hablaba en esta ocasión

—Padre dice que él no es su hijo, entonces Franco no es mi hermano—Sonaba como un malcriado, ya no me agrada

—¡Padre!—la voz de Cala sonaba a suplica

—¡Ella Cala Reyes, no le levantes la voz a tu padre!—dijo quien reconocí como la madre de mi compañera de clase

—Tú eres muy pequeño para opinar—dijo nuevamente el señor Reyes—Y tú no tienes derecho a opinar

Hubo silencio por un rato, tanto que me aparté de la puerta temiendo que Ella entrara repentinamente, pero eso no sucedió.

—Entiendo padre...

—Llévate a tu hermano a su habitación. Y que no me entere yo que estás hablando que ese sucio que se hace llamar Franco Reyes. Tráeme una cerveza mujer, tengo sed.

Empezaron a oírse pasos en los escalones, así que me aparté. Oh Dios, Ella tiene un padre machista, pobrecita.

—¡Malcriado! ¿Cómo hablas así de Franco?—escuché a Cala frente a la puerta, debe de estar hablando con su hermano.

—¡Tú no puedes regañarme Ella! Franco dejó de ser nuestro hermano desde que se fue con esos hippies amigos suyos. Deberías dejar de opinar y aprender de mamá, o de Laura. ¡Si sigues así, aunque tengad cara bonita no podrás casarte! ¡Idiota!

Luego de eso, un portazo, un suspiro ahogado y la puerta de la habitación siendo abierta.

—Perdona el escándalo...—dijo Ella—Nuestra situación familiar es... Complicada

—Comprendo—realmente no lo hago, pero, ¿Qué más puedo decir es está situación?

—Supongo que escuchaste—se tapó la cara con las manos—Ah, que vergüenza... Creo que ahora no querrás quedarte a cenar

Ella se sentó contra la pared, frente a mí. Me tragué las preguntas que tenía en la garganta y le sonreí.

—Pronto caerá una tormenta—dijo, mirando la ventana—Quizá es mejor que vayas a casa

Algo me dice que Reyes no está hablando del clima, exactamente.

Asentí y me dispuse a recoger mis cosas. Me acompañó a la puerta, y afortunadamente ni sus padres ni Pablo estaban en la sala, así que me fui tranquila.

Cuando cerró en mis espalda luego de una breve despedida y el acuerdo de vernos al día siguiente a las 2 de la tarde, me dirigí a la estación de buses, esperando que mis conclusiones fueran incorrectas.








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𝕸𝖊𝖓𝖙𝖊 𝕯𝖊 𝕮𝖗𝖎𝖘𝖙𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora