cap #4 Nuevas etapas

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Realmente me encantaba vivir con mis abuelos, yo siempre fui su favorita. Ellos me complacían en casi todo lo que yo pedía, me llenaban de amor, de mimos, de sonrisas y de mucha alcahuetería, así como decimos en mi isla. Aunque para mí era un sueño, la misma historia no se repetía en mi mamá y mi papá. Ahora es que puedo realmente entender cómo es que se sentían y es que a quien le gusta estar en un lugar en donde constantemente te critican, te exigen y tal vez te hacen sentir menos.Vi como mi mamá se esforzaba día con día para ser agradable a ellos y ayudarles y vi como mi papá continuaba trabajando hasta el cansancio para aportar, ahorrar y pronto poder adquirir un lugar al que nuevamente llamáramos hogar. Debe haber sido difícil el tener una vida ya construida, haberla cambiado por un sueño, agarrados de toda la esperanza y la fe del mundo y al final haberse quedado en la nada, sin sueños que cumplir y con la esperanza a un 5%. Injustamente yo disfrutaba a capacidad el momento, mientras mis padres vivían una de las experiencias más tristes y difíciles de su vida. Aún cuando todos vivíamos nuestras respectivas circunstancias, yo sólo puedo hablar por mí, es por eso que soy "yo desde mis ojos". Los días pasaban, yo iba a la escuela, a la iglesia, jugaba con mi hermana, amaba inmensamente a mi familia y mientras tanto ellos luchaban por salir adelante.

Entonces pasó el tiempo en el que mis padres se esforzaron por sobre todas las cosas y en un abrir y cerrar de ojos para mí, ya nos estábamos ubicando en un apartamento. Cada uno volvía a tener su espacio. Ya mi hermana había crecido, puedo decir que tenía algunos dos o tres años. Yo también había madurado, tal vez por las cosas que había vivido o sencillamente porque ya era el momento.De aquellos años son pocas las cosas que recuerdo, sé que me iba bien en la escuela (normal), tenía muchos y nuevos amigos, mis intereses eran otros, comenzaba a tener sueños y metas, me volvía autosuficiente; pero aún en medio de todo el caos que significa llegar a la pre adolescencia, seguía enamorada de mi familia y total y perdidamente deslumbrada por mi hermana. Entonces pronto ya me encontraba viajando sola hacia la escuela en un transporte público, ya mis conversaciones no se trataban de Barbie y Ken y oficialmente podía decir que me gustaba un niño, un niño que al pasar esta etapa se volvió irrelevante en mi vida pero indudablemente fue el protagonista de mi primer beso.

Al llegar a esta etapa fue cuando supe, cuanto me gustaba escribir. Escribía canciones, poemas y cuentos también. No mucha gente sabe cuánto me llenaba. Hacerlo se volvió parte de mí, así me expresaba, así me enojaba, así lloraba, así reía; escribir era mi forma de vivir. Para mis padres solamente era la forma de perder mi tiempo. Tal vez habían muchas más cosas por hacer y entre sus sueños no existía el que su hija fuera escritora porque esperaban más de mi, deseaban lo que para ellos era mejor para mi y quizás tuvieron razón; pero aquí estoy, con lo que se nace, se nace.

Esto de creer que ya estamos grandes cuando apenas se tiene 12 años es algo por lo que nos podríamos reír por horas luego de crecer pero en el momento fue la razón para vivir mil problemas. Comenzar la escuela intermedia era un reto. Me había criado en una familia que asistía a la iglesia e intentaban inculcarme buenos valores y rodeaban mi mundo de experiencias sanas. Recuerdo como si fuera hoy que en casa de mis abuelos ni siquiera se podía prender la televisión, sólo para ver las noticias.
Ver televisión en casa de mis abuelos era como abrir un portal a los pecados más horrorosos que puedan existir, era como desafiar al mismo Satanás y eso se respetaba. La realidad es que el mundo afuera no es igual que el mundo adentro de un hogar, me explico. Mi rutina se basaba en ir a la escuela, luego a casa de mis abuelos, allí me acostaba con mi abuela en la hamaca que estaba colgada en la marquesina, merendaba algo mientras mi ella, aún teniendo yo 12 años, me continuaba cantando las canciones de cuna que siempre me había cantado. Podríamos hablar por horas de diferentes temas, ella y mi abuelo reían de cualquier cosa que yo pudiera decir y al final del día ya estaba con mis padres dándoles un beso para ir a dormir. Los sábados eran días en los que religiosamente a mi mamá le gustaba limpiar y eso era como una ley que debíamos seguir y los domingos bien temprano, por órdenes de mi abuelo paterno, todos debíamos ir al iglesia. Al salir de la iglesia almorzaba toda la familia unida y nuevamente nos tocaba asistir al servicio que ofrecía la iglesia en la noche, eso sin contar que los miércoles y viernes también la visitábamos para orar y compartir. Ya estaba acostumbrada a esa rutina pero al crecer, encontrarme con la pre adolescencia, estar en una nueva escuela, más libre y con nuevas, buenas y no tan buenas amistades, comenzaba a dudar de mis capacidades para hacer las cosas como Dios manda.
Eran bienvenidas estas complicadas y nuevas etapas, lo que no esperaba era decirle adiós.

Yo desde mis ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora