capítulo 26

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No sé exactamente qué fue lo que sentí al ver a Lydia acariciarle de esa manera tan carnal e íntima.

Él se encontraba sentado, casi impertérrito mientras Lydia le abrazaba por detrás. Sus ojos se encendieron cuando Lydia besó su cuello y deslizó sus manos hacia su pecho, clavando sus uñas en el.

Desperté de mi asombro en cuanto Ethan se llevó con lentitud una de las manos de Lydia que estaba en su pecho y la besó, sin dejar de mirarme.

Seguí subiendo las escaleras, después de mirarle con supremacía. No me importaba.

Lydia nunca sería yo.
Y yo soy quien desea Ethan... ¿Verdad?

Alex entrelazó nuestros dedos antes de mirar al hombre que se encontraba al tope de la escalera y asentir con la cabeza.

El lugar era completamente distinto a una discoteca. Me sorprendió que al entrar la estridente música que me atronaba los oídos dejase de sonar casi inmediatamente.

Las paredes deben de tener algún tipo de aislante al sonido, todo era más pacífico, más maduro e íntimo.

Había una enorme barra de granito negro con taburetes acolchados de color rojo pasión.

La cerámica era de granito grisáceo y la gente era más calmada. Sonaba una ligera música que le daba un toque elegante al ambiente. Incluso había personas bailando, pero más tranquila y eroticamente. Nada que ver con el baile alocado y salvaje del piso de abajo.

Había gente, pero no estaba tan asestada.

—Te ves demasiado alucinante cuando te pierdes de esa manera en tus pensamientos —confesó. Alex me miraba con fijeza, casi enternecido. —¿Te gusta? —sonrió mientras él caminaba de espaldas y me obligaba a seguirle.

—Es más tranquilo —admití. También me gustaba más.

—Esta tranquilidad cuesta más de quinientos dólares —ríe mientras se da la vuelta y sigue a una mujer con uniforme corto y sensual, apretando mis dedos entre los suyos de vez en cuando —me alegra que te guste. 

La mujer se detuvo al lado de una cortina de terciopelo vinotinto. La abrió con lentitud mientras el sonido de un violín me acariciaba los oídos.

Dentro habían dos enormes sofás alcochados de cuero rojo en forma de medialunas uno frente al otro, casi creando un círculo cerrado. Dentro de ese círculo había una pequeña mesa redonda de granito.

Alex colocó una de sus manos en mi espalda baja, dándome un pequeño empujón para entrar y entrando tras de mi. La mujer me dio una mirada pícara antes de cerrar con lentitud la gruesa cortina, dejándonos casi completamente a oscuras.

Mi corazón se aceleró, nervioso. Una sensación asfixiante se instaló en mi pecho en cuanto Alex volvió a darme un pequeño empujón para avanzar. Esto es demasiado íntimo y solitario.

Inconscientemente retrocedí un paso, chocando contra el pecho de Alex.

«Tengo que salir de aquí»

—¿Qué sucede?—preguntó deslizando sus manos por mis hombros. Sus dedos siguieron bajando hasta tocar la piel de mis brazos, estremeciéndome por completo. Sus suaves dedos siguieron deslizándose hasta llegar a mis muñecas en una dulce caricia que me hizo temblar.

Me alejé con brusquedad y retrocedí dos pasos. Mi espalda tocó la gruesa cortina de terciopelo, moviéndola. La luz se filtró y pude observar como sus ojos se oscurecían, enojados.

—¿Qué coño pensaste?—gruñó. Parecía saber exactamente lo que me pasaba por la cabeza.

—Es que el lugar, la mujer y... —intentaba explicarme. La mirada pícara que me dio la mujer me asustó. Y todo el lugar era malditamente escalofriante, sitio perfecto en donde parejas como nosotros tienen relaciones sexuales. Alex podría...

El Peligro de AmarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora