Cuando llegó a su casa, su madre se encargó personalmente de reprenderlo. Su padre únicamente observaba desde el sofá en la sala, a unos cuantos pasos del portal que separaba la casa de una oscura calle, cuya única iluminación era un farol que, debido a los años de servicio, se había decolorado; ahora su luz era para muchos símbolo de ocultismo o romanticismo, esto debido a su tono oscuro y rojizo.
No recordaba mucho de cómo llegó a su casa y mucho menos de lo que pasó cuando estuvo dentro. Lo que sí recordaba es que había dormido hasta las dos de la tarde. Cuando despertó, su celular le indicó que era domingo. Un año después, cuando el alcohol le hubiera echado a perder el cerebro diría que esta edad es para «experimentar; haces todo lo que puedas, haces y deshaces para que aprendas». Si desean conocer más, espero que baste con decirles que su estómago se volvió una masa redonda, sus ojos se inyectaron con sangre y las palabras que le salían lo hacía con bastante esfuerzo; todo antes de superar los treinta años.
Habría otra fiesta el sábado siguiente; no se quería quedar atrás, no después de lo que vivió en la última.
Alcohol.
Más alcohol.
Entramos en ambiente.Qué buena música, ¡bailemos!
Y baile.
Ahí en la fiesta, la pareja súper estrella de allá donde íbamos estaba peleada. Las mismas tonterías por las que los adolescentes se quejan siempre: «Ay, es que tú», «Es que luego dice cosas, cosas que me lastiman», «No, no me hables», «Es que nunca respondes, amor». Roberto siempre se había sentido atraído hacia la novia, una chica esbelta de pelo rizado y bastante reservada ─aun cuando tomaba─. No lo pensó dos veces ─me pregunto si el tequila le dio la oportunidad de hacerlo─ y se acercó. Unas cuantas palabras pronunciadas en el tono y el orden correcto y pronto estaban pegados abdomen con abdomen y labio con labio.
Se celebró en la casa de un estimado compañero con demasiados recursos. El anfitrión lo decidió así pues sus padres se iban de viaje, «Arreglarán unos asuntos», les dijo.
A Roberto Pope le agradó la idea de compartir cama con tan apreciable dama. Así pues, la tomó de la manó, preguntó indicaciones y llegó a la habitación. Justo antes de entrar pidió condones y se los dieron; sería su primera vez y quería disfrutarlo.
Lo primero que hizo fue bajar su pantalón caqui deslizando el cinturón y soltando el botón de metal con relieve que tenía grabado el nombre de la marca. Se dio cuenta de que el obstáculo eran sus bostonianos color miel, desajustó los cordones y los aventó lejos. Fue desabotonando su camisa al tiempo que se acercaba expectante a la cama, ahí lo esperaba la chica, descalza y con el botón de los vaqueros suelto. Comenzó arqueando su mano alrededor de su cintura y besándola grotescamente. Con la mano que tenía libre fue liberando sus piernas de la mezclilla blanca. Una vez libre, le levantó la blusa oscura por encima de su cabeza y se aseguró de que desapareciera en la oscuridad de la recamara. Dejó de besarla y se sentó en la cama, tenía una erección. Le pellizcó un pezón a la virgen y le pidió ayuda para colocar el preservativo. Todo estaba listo.
El estado de embriaguez comenzó a bajar y le vino la idea de que sería como en una porno, todo sencillo y durando la infinidad de minutos. Tomó con manos sudorosas la tanga de diseñador y se la quitó pasándola entre sus piernas, sugestivo. La volvió a besar e intentó quitar el sostén sin éxito. Ella lo hizo y se lo entregó, antes de seguir lo olfateó y se sintió con la bendición de un centenar de Santos. Sus miradas se cruzaron y, sin pensarlo, la penetró. Sintió como si le arrancaran la sangre de un momento a otro, también sintió su sexo caliente y algo pegajoso.Tiempo después, frente a todos sus amigos, contaría cómo la penetró miles de veces, cómo lloraba de placer, cómo duró cerca de media hora y si terminó fue solo porque las piernas se le acalambraron y no quería que ella sufriera. Pero, muy dentro de su ser, se sentía orgulloso de aquellos cortos cinco segundos de placer mutuo.
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Mariell, o la circunspecta y refinada historia del cine
Novela Juvenil«Bien fuera por mero sentimentalismo, demencia o diversión, Mariell había prometido llevarme al cine».