II. Niño mío

6.2K 682 45
                                    

La noticia del embarazo había sido tan esperada.

Se conocían desde niños, siempre supieron que había algo especial entre ellos. Incluso antes de tener la edad suficiente para entender lo que era un predestinado.

Steve era un Alfa importante, Tony era miembro de su manada, un simple Omega que un día se coló en su jardín buscando una pelota.

Y quizá, quizá, pensaron cuando tuvieron edad suficiente para entender ese lazo que los unía, no fue casualidad. Eran, desde entonces, sus almas llamándose, necesitando estar cerca.

Tony anhelaba un hijo. Un hijo que tardó años en llegar y por una maldita estupidez lo perdió.

No era justo, no era justo pensaba Tony mientras miraba sus manos manchadas de sangre.

No era justo, mientras los lamentos de Steve se hacían más roncos, más inhumanos, hasta convertirse en un aullido.

No era justo, mientras los golpes y cosas cayendo y rompiéndose eran remplazadas por la puerta astillandose cuando aquella criatura la cruzó y huyó dejando tras de sí un aura de dolor que Tony sentía porque, maldita sea, ¡eran predestinados!

¿Cómo Steve podía no sentir su dolor, si Tony sentía el de ambos?

Su cuerpo todavía dolía por el aborto inesperado. Sentía la falta de esa presencia que hace semanas habitaba en su vientre. Sentía el desgarro de su corazón...

Y, sumado a todo eso, mientras que había esperado un abrazo y llanto de ambos, sentía la furia del Alfa Rogers.

Tony, con piernas todavía débiles y la cabeza dando vueltas, se puso de pie, se tambaleó hasta la ventana y miró, casi esperaba –rogaba– que Steve volviera en cualquier momento y le dijera cuánto lo sentía, que le dolía en el alma, pero no lo culpaba, que todavía lo amaba. Que su corazón roto seguía siendo suyo.

Esperó.

Esperó.

Hasta que su mano, dejando una huella escarlata en la ventana, resbaló junto con el resto de él cuando el reflejo de un pequeño niño apareció en el cristal.

El ruido de Tony profirió, mientras las lágrimas volvían sin control, fue inhumano. No porque fuera una bestia, era inhumano porque ninguna persona debería sufrir así. Nadie podía soportarlo.

—¿Por qué? —Tony lloró, gritó, rogó, exigió—. ¿Por qué? ¿Por qué?

Ese pequeño era suyo. Sería suyo. Su hijo. Un pedacito suyo y de Steve.

Tony se giró lentamente cuando su mano topó con el cristal y no pudo tocarlo. No podía alcanzarlo.

Ese pequeño no existía.

Cuando volteó, ahí donde en el reflejo un pequeño le sonreía, no había nadie.

Su hijo ya no existía. Su hijo murió antes de nacer.

Era el peor padre, debía serlo. Por eso la vida lo castigaba. Por eso Steve se iba también.

Y así, ¿para qué vivir?

Corazones rotos (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora